Es despropósito y tragedia que muera un hombre a manos de la infamia.
Esto que en estricta semántica debemos denominar vandalismo general y generalizado, viene a ser el hado cruel de sociedades entregadas al culto de la insolidaridad, sumidas en los laberintos del miedo y arrodilladas ante la horripilante figura de la impunidad.
No es Popayán, es el país entero, es todo el territorio nacional envilecido y profanado por legiones de asesinos que perdieron el sentimiento cristiano y humanitario del amor al prójimo.
Somos víctimas de bestias que nos rondan y nos asechan a plena luz, que no se amparan en la oscuridad, ni disimulan su siniestra estampa criminal, porque se deleitan al beber sangre inocente y se solazan en el dolor ajeno.
Llora la ciudad, llora la academia, llora la sociedad entera frente al brutal empuje de una delincuencia desbordada y múltiple que no se refrena ante la debilidad, ni ante la indefensión, ni mucho menos ante la inteligencia y la virtud.
El reclamo de seguridad se tornó inútil, la proclama contra la delincuencia no resultó eficaz, el clamor ante el fusilamiento permanente de estudiantes, de sacerdotes, de campesinos, de policías, de militares, de ancianos, de personas inermes y desvalidas se convirtió en íngrima letanía que nadie escucha.
Ignorar el mal que nos arruina no puede ser la ruta de nuestra redención social.
La jerarquía política, la gran burocracia, la Majestad de los Poderes Públicos, todos a una se deben ocupar de darle algún sentido a nuestros valores democráticos y escribir la página histórica que nos rescate como pueblo de principios y sentimientos, como raza establecida para el bien, como filón genético destinado a poblar con sabiduría y excelencia una tierra fértil, en donde se implanten para siempre los emblemas de la paz y la libertad dentro del orden.
El derecho natural y el mandato constitucional que consagra la vida como derecho inviolable, claman para que el Estado nos proteja y para que el sistema judicial castigue a los criminales que a diario nos enlutan.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 28.04.11
Esto que en estricta semántica debemos denominar vandalismo general y generalizado, viene a ser el hado cruel de sociedades entregadas al culto de la insolidaridad, sumidas en los laberintos del miedo y arrodilladas ante la horripilante figura de la impunidad.
No es Popayán, es el país entero, es todo el territorio nacional envilecido y profanado por legiones de asesinos que perdieron el sentimiento cristiano y humanitario del amor al prójimo.
Somos víctimas de bestias que nos rondan y nos asechan a plena luz, que no se amparan en la oscuridad, ni disimulan su siniestra estampa criminal, porque se deleitan al beber sangre inocente y se solazan en el dolor ajeno.
Llora la ciudad, llora la academia, llora la sociedad entera frente al brutal empuje de una delincuencia desbordada y múltiple que no se refrena ante la debilidad, ni ante la indefensión, ni mucho menos ante la inteligencia y la virtud.
El reclamo de seguridad se tornó inútil, la proclama contra la delincuencia no resultó eficaz, el clamor ante el fusilamiento permanente de estudiantes, de sacerdotes, de campesinos, de policías, de militares, de ancianos, de personas inermes y desvalidas se convirtió en íngrima letanía que nadie escucha.
Ignorar el mal que nos arruina no puede ser la ruta de nuestra redención social.
La jerarquía política, la gran burocracia, la Majestad de los Poderes Públicos, todos a una se deben ocupar de darle algún sentido a nuestros valores democráticos y escribir la página histórica que nos rescate como pueblo de principios y sentimientos, como raza establecida para el bien, como filón genético destinado a poblar con sabiduría y excelencia una tierra fértil, en donde se implanten para siempre los emblemas de la paz y la libertad dentro del orden.
El derecho natural y el mandato constitucional que consagra la vida como derecho inviolable, claman para que el Estado nos proteja y para que el sistema judicial castigue a los criminales que a diario nos enlutan.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 28.04.11