Nada de lo acontecido en Colombia y Venezuela es
producto del azar. Bien hilvanada estaba la cuerda que poco a poco se tensa en
el espacio, como ocurre con la del barrilete que vientos veraniegos elevan en
agosto, hasta cuando incapaz de resistir termina rota por el tramo más frágil.
Malos presagios fueron la torcida sentencia del
Tribunal internacional de La Haya, que nos rapó aguas territoriales, precedida
de inusitados clamores elevados por la Canciller colombiana en petición de soluciones
salomónicas; y la vergonzosa actitud del
Presidente Santos, cuando, ante atónita mirada del país nacional, hizo de
Chávez su mejor amigo.
Luego vinieron lánguidos anuncios de vaporosos
avances pacifistas en interminables negociaciones con el narcoterrorismo, a
punto tal que el común de las gentes, el pueblo raso, la academia, y la propia
clase política colombiana, exhiben el cansancio propio de engañosas esperas.
En ese confuso panorama, acrecentada la
diatriba del chofer venezolano contra la soberanía colombiana, y contra la
honra de nuestros respetables hombres públicos, se generan peligrosas presiones
sobre líneas fronterizas, a ratos en cercanías al archipiélago de Los Monjes y Península
de La Guajira, limítrofes con Venezuela, a ratos junto al archipiélago de San Andrés,
Providencia y Santa Catalina, en límites
con Nicaragua. Evidentemente la satrapía imperante en esos dos países hace el
trabajo sucio que China necesita para expandir sus interese comerciales y
militares en este Continente.
A fuego lento intenta cocinarnos la izquierda
internacional. Y lo hace desde afuera y desde adentro, porque a las sumisas gestiones de Daniel Ortega y Nicolás Maduro, no les
faltan los respaldos apátridas de los Samper, los Cepeda, y las Córdoba, bajo incuestionable
direccionamiento que la zaga de "Tirofijo" dicta desde La Habana.
No está el palo para cucharas. En momentos de
tanto riesgo nacional y continental, cuando se infieren groseras afrentas a
nuestros dignatarios estatales, y se multiplican violaciones a los derechos
humanos en territorio venezolano, donde se atropella a humildes ciudadanos de
las dos nacionalidades, y la dictadura de Maduro, con el faccioso aparato OLP, ejerce
brutal represión que marca el punto de largada a futuras purgas de corte
stalinista, debe asumirse valerosa defensa
de nuestros connacionales, tanto de los que continúan en el exilio, como de los
violentamente despojados y expulsados
del territorio venezolano.
La República de Venezuela es soberana para controlar
los flujos migratorios, pero el autoritarismo de Maduro no puede fraccionar unidades familiares que con la complacencia de
Hugo Chávez se nacionalizaron allá, ni demoler arbitrariamente sus viviendas, ni
desconocer derechos humanos fundamentales de nacionales venezolanos
descendientes de migrantes colombianos.
Si al objetivo final quieren llevar su
conjura, pues nos vamos a oponer a la implantación del odioso Socialismo del
siglo XXI en esta Colombia de estirpe
civilista, democrática y libertaria.
Toca impedir la conformación de comisiones
legislativas y tribunales especiales que dejen impunes execrables crímenes de
lesa humanidad, como inconstitucionalmente lo pretende y propone el Presidente
Santos, y rechazar que se mantenga como garante de nuestra paz a un tirano carente
de mínimos atributos morales para tan alto destino.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
29.08.15