Cuando las ciudades quieren
modernizarse y rompen sus
comportamientos retardatarios emergen el
confort y bienestar propios de nuestro siglo.
En materia de transformación
urbanística no existen campos vedados, la creatividad hace parte del desarrollo
humano y la imaginación es motor que genera
progreso.
Una cosa es preservar espacios históricos
que enaltecen arte, tradiciones y cultura de los pueblos, y otra muy diferente
apegarse a esquemas antiestéticos, antihigiénicos y antisociales que proliferan
junto a muchos edificios y espacios públicos artificiosamente magnificados.
Las galerías, como vinieron a
llamarse los expendios públicos de productos procedentes del sector
agropecuario, de la recolección en general, de la caza y la pesca, y la reventa
de algunos procesados o derivados no
siempre frescos ni bien conservados, constituyen serios problemas de
organización, salubridad y seguridad en el mundo conocido.
Intensos debates se sostienen en
algunas ciudades, casi siempre financiados por políticos con intereses
mercantiles, que acuden a toda suerte de trabas y argucias para mantener esos
focos de putrefacción en céntricos lugares citadinos, donde no sólo molestan sino
que degradan las buenas condiciones de
convivencia a que tienen derecho los vecinos ajenos a distintas modalidades de
negocios invasivos, lícitos e ilícitos,
propios de tales mercados.
Popayán no es la excepción. La
galería del barrio Bolívar, malamente enquistada en zona central de la ciudad,
es el mayor adefesio arquitectónico de los tantos que aquí construyen, remodelan
y conservan, sin que tengan relación alguna con la fama que liga al urbanismo
colonial o a profusas gestas históricas que fueron lustre de la sociedad
payanesa.
Efectivamente el horroroso mercado, pútrido
y contaminante, ya casi se confunde con hermosos asentamientos habitacionales,
barrios exclusivos por la honorabilidad y respetabilidad de sus habitantes, que
forzados ahora por el deprimente deambular de meretrices y homosexuales, drogadictos,
vagabundos y atracadores, están a punto de abandonar sus tradicionales viviendas,
o mansamente resignarse a compartir espacio con indeseables actividades, detestables
pasiones, vicios y consumos.
La extensa zona urbana negativamente afectada por la
galería del barrio Bolívar, que perjudica
sectores de la salud, la educación y la cultura, merece oportuno rescate.
El Hospital Universitario San José,
La Universidad del Cauca, La Pamba y El Caldas no merecen ese vecindario.
La calle mas bella de Popayán, la
que va desde el atrio de Santo Domingo hasta el Parque de Mosquera, tampoco merece
ese triste remate entre la pestilencia de un botadero a cielo abierto en que
están convertidos callejones próximos a la galería y ribera del Molino.
Los humillados puentes de ladrillo a la vista, esas sí bellísimas
construcciones antiguas incrustadas en el centro histórico, debieran ser vías
de acceso a una gran zona verde, que abarque el abandonado Parque Mosquera, el
lote de la galería y la desperdiciada plazoleta Carlos Albán.
Ese parque, surcado por amplios bulevares que articulen la vieja
ciudad con los conjuntos habitacionales modernos, insinuados ya sobre las colinas bordeadas por la antigua vía férrea, y con el
complejo hospitalario de la Estancia, debe ser proyecto que ocupe a los arquitectos
paisajistas y planificadores de la futura Popayán.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, julio de 2013