domingo, 29 de septiembre de 2013

Enredador enredado




Mal termina lo que mal empieza. Desconcertante el final del gobierno Santos que persistentemente escamotea ante un público abusado pero no sometido.

Todo un memorial de agravios puede escribirse como elemento de análisis para quienes sigan la huella a los desencuentros del pueblo con sus últimos gobernantes.

Belisario Betancur fue elemento anodino en el palacio presidencial, que entre anises y malos versos permitió el empoderamiento de eso que sus sucesores denominan fuerzas oscuras. En tales años nadie gobernó, hubo un largo recreo de veleidades populacheras, palomitas de fantasía y globos demagógicos que le reventaron en la cara sin darle tiempo para recomponer las cargas de la socarrona arriería en que empastelaba trascendentales angustias de la patria.

Virgilio Barco, incuestionable ejecutivo mayor de la modernización capitalina y respetabilísima ficha de las elites petroleras continentales, llegó cansado y enfermo a la presidencia, casi desconectado de la palpitante realidad nacional, y abandonó sus responsabilidades gubernativas en manos de otros que mandaron por él sin que se diera cuenta.

Cesar Gaviria, afortunado ganador de la ruleta funeraria que nos precipitó a incierto futuro cuyas consecuencias están por investigarse, permitió que inolvidables francachelas con los peores asesinos que haya visto el país sigan haciendo estragos que van más allá del humillante episodio de la catedral. Los desvergonzados camareros de Escobar se pasean retadores por los reservados pasillos del poder y dizque nos representan ante la comunidad internacional.

Ernesto Samper, repugna recordarlo como emblema siniestro de la inmoral paquidermia que tritura los espacios democráticos de una Colombia malherida y amnésica. 

Andrés Pastrana, aplastó los deseos de cambio que las nuevas generaciones le encomendaron. Se sirvió  de la solidaridad nacional avivada por su secuestro, entre el cúmulo de amarguras que la violencia narcoterrorista cargaba sobre los hombros del pueblo, pero no entendió que los bandidos solo hacen tratos que aumenten sus arcas y potencien sus crímenes. No leyó bien el mensaje de la silla vacía y consintió los manoseos de tirofijo y sus secuaces.

Álvaro Uribe Vélez, de lejos el restaurador del orden público y el recuperador de la confianza nacional frente a las amenazas del narcotráfico fortalecido en el Caguán.  No ha tenido, como los grades líderes, un segundo de abordo que le ayude a comprender la necesidad de mirar su propia obra con serenidad, por lo que vino a montar una encrucijada electoral que rompe con elementales principios democráticos al querer imponer una nómina de coequiperos parlamentarios que no satisfacen las esperanzas del electorado activo. Buena decisión sería que su encopetada lista deje de ser cerrada y permita que sus seguidores escojan preferentemente entre ella a quienes mejor interpreten anhelos populares y no las necesidades del caudillo.

Juan Manuel, el de confianza de Uribe, el que se escudó en el prestigio de dos periodos presidenciales fructíferos en materia de crecimiento económico y reconocimiento  internacional para hacerse señalar presidenciable tapando con sus palabras las intenciones de su corazón. Irremisible prototipo del traidor. Un hombre inferior a sus ancestros republicanos que aplaude la burla de los violentos contra el Estado de Derecho.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán 29.09.13

domingo, 22 de septiembre de 2013

Todo o nada




 Del estilo de política activa y escalonada, hecha en el terreno para conseguir votos físicos mediante contacto con el  pueblo, se pasó a los actos de autoridad y disciplinas perrunas ejercidas por conductores que arman listas de aspirantes al congreso a punta de bolígrafo.

 En tiempos del predominio bipartidista, con las debilidades y fortalezas que a las  colectividades tradicionales puedan atribuirse, se celebraban reuniones amplias, cabalmente denominadas convenciones, a las que la militancia parroquial acudía con sus jefes, que como tales se consideraba a quienes permanentemente daban vida al ideario  y mantenían encendida la llama doctrinaria, para definir candidaturas e integrar   planchas que luego se sometían al escrutinio popular.

 Eran épocas  en que los dirigentes regionales asistían como delegados de grupos poblacionales a reclamar inclusión en corporaciones de todos los niveles, concejos, asambleas, cámara y senado, y la lograban.

 Obviamente el proselitismo era permanente y a lo largo de los años se hacía indispensable mantener comunicación con los electores para poder conservar los derechos de liderazgo, o recuperarlos, o para conquistarlos cuando no se tenían.

 Por supuesto que las convenciones no eran fáciles, y es cierto que  se montaban algunas tenazas para asfixiar a los de menor empuje, pero a ratos se daban golpes certeros que lograban desarticular camarillas y desplazar a los parásitos de los partidos que siempre los hubo y los hay.

 La sofisticación de la política hizo que algunos personajes ignotos, sin necesidad de sudar la camiseta, resultaran metidos en esas listas sin saberse cómo ni por qué, y así se fue constituyendo una cierta elite que resultó dirigiendo las políticas públicas sin untarse de pueblo.

 Es lo mismo  que hoy sucede con las listas uribistas al interior del más intrépido experimento plutocrático de todos los tiempos.

 Marca la diferencia, eso sí, que no ocurre dentro de los partidos tradicionales, sino en la médula de una organización carente de locomotoras oficiales que le acopien votos.

 No interesa en esta columna pronosticar resultados electorales. Pero sí es el propósito destacar que nunca se había visto, en toda la historia republicana, que un solo hombre  público, ampliamente conocido y controversial, se jugara su potencial electoral en beneficio de ilustres desconocidos a los que el pueblo nada les debe y que son figuras mas vale distantes de las bases populares.

 Sólo un verdadero varón electoral puede correr ese riesgo, y en eso va el coraje del expresidente Álvaro Uribe Vélez, que en una sola apuesta pone todo  su prestigio político y su acervo doctrinario a disposición de quienes no se han jugado por una idea,  ni exhiben méritos personales distintos a la estrecha amistad con quien los escogió. Esa es una movida que puede resultar maestra o arruinar al puro centro democrático. Va por todo o por nada.

 Gran reto además para otros partidos que aún no definen sus alineaciones y  sufren la deserción de sus huestes hacia la aventura centrista.

 Coletilla: Los conservadores de la derecha, ayunos de poder por tantos años, seguimos firmes esperando convención nacional, listas y candidatos que nos entusiasmen.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 21.09.13

domingo, 15 de septiembre de 2013

Peligroso monosílabo




 Maquinar trucos y métodos para alcanzar lo que se quiere, como sea, suele ser predilecta actividad mental de quienes buscan atajos para provecho individual en mengua   del colectivo.

 Históricamente ha sucedido que en política se ande con enredos  y en las artes utilizadas para hacerla siempre se mezclan dañinas manipulaciones.

 Es manía universal el discurso demagógico que endulza y seduce mientras taimadamente anestesia la conciencia de los pueblos.

 Tan sutiles y sedantes  resultan las argucias para alcanzar y mantener el poder que con frecuencia se repudia el beneficio noble para dar cabida al detrimento desleal.

 En defensa de la sociedad y sus buenas tradiciones, como antídoto contra la golosina mortífera del contentillo personal y la promesa que desplaza la supremacía de intereses comunitarios, se requiere la acción tajante de quienes conciben la política como valiosa herramienta para el bien común y no como pérfido armatoste para consolidar pedestales.

 Quienes generan opinión y defienden ideales, aquellos que imparten conocimientos y tienen la responsabilidad de formar intelectualmente a las nuevas generaciones de colombianos, todos los que se atrincheran en el oficio de pensar para enaltecer los valores nacionales y salir al rescate de la ética pública, los que anteponen las  elevadas satisfacciones del espíritu a las mezquinas conquistas materiales, todos ellos son necesarios en esta cruzada permanente contra enfermizas ambiciones de los que simplemente se escudan en privilegios de casta para afianzarse en los pútridos entresijos del poder establecido.

 Es derecho y deber repetir hasta el cansancio que el Estado somos todos, que los recursos públicos son patrimonio del organismo social, que existen unas normas fundantes del sistema político que reclaman acatamiento y respeto, y que todos los ciudadanos, sin distingos, somos libres e iguales ante la ley y ante ella respondemos.

 Ni ahora ni nunca podemos consentir que se nos declare en interdicción con el propósito manifiesto de resolver a puerta cerrada los asuntos de Estado que definen el futuro de nuestra esencia nacional.

 El silencio no puede ser el aval del pueblo para que unas minorías, que no representan los sentimientos ni las aspiraciones ciudadanas, se hagan al timón y marquen los derroteros del porvenir.

 Los tiempos son de lucha y de batalla. El destino de la nación es empresa que no podemos abandonar en manos de quienes tratan de pervertir valores, desconocer instituciones, entronizar  anacronismos, y apoderarse de banderas que han deshonrado con afrentas punibles que van mucho más allá del asesinato individual y la inhumana masacre colectiva.

 Unos déspotas parapetados y apertrechados con recursos derivados del crimen transnacional, que osan ignorar el sangriento pasado de sus incursiones demenciales contra poblaciones indefensas, y hacen burla de legítimas reclamaciones de sus víctimas, no pueden pasar de la marginalidad delictiva al protagonismo de la cátedra republicana sin purgar las bárbaras ofensas inferidas a sus connacionales.

 Ya  están montando la tramoya escénica para que el propio pueblo, en un referendo inconstitucional, se clave el aguijón con una insensata confirmación monosilábica que fácilmente puede conducir a nuevas confrontaciones fratricidas más dolorosas que las sufridas hasta ahora.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 15. 09. 13

sábado, 7 de septiembre de 2013

Tambalea la democracia




 Definitivamente la casta política colombiana es perversa, tozuda e incorregible.

 Sufridas horas tormentosas en el vigente paro nacional campesino sin que se hayan estudiado ni solucionado a profundidad las justas peticiones de ese sector productivo,  y constatado el vertical  desplome del respaldo popular  a erráticas políticas del gobierno Santos, era de esperarse verídica corrección del rumbo.

 Pues no fue así y lo que resta de este gobierno será igual o peor, más que administrar remedio a la crisis institucional lo que se hizo fue incurrir en tenebrosos disparates que la agravan.

 El cese y los bloqueos agrarios persisten, y  en esas estaremos mientras no se afronte el fundamental problema de la pobreza campesina y mientras subsistan las adversidades para producir y competir.  Ya están anunciados nuevos paros de otros agricultores, maiceros y algodoneros, a quienes los ministerios de Hacienda y Agricultura les incumplieron recientes promesas.

 A nuestros campesinos les deben llegar completos los míseros subsidios que ahora se enredan y reducen  en tramas de intermediarios, y se les debe facilitar el crédito para adquirir maquinaria, insumos y semillas. Los costos financieros tendrán que reducirse para que las mayores utilidades vayan a las fuerzas de trabajo y no al cofre de los banqueros.

 Una vez más, para eterna memoria, queda comprobado que la estabilidad nacional, la vigencia del orden constitucional, el bien común, la equidad social y la justicia en su acepción sublime de “dar a cada quien lo que le corresponde”, simplemente resuenan como cajoneras promesas de campaña vendidas con engaño porque ninguno de los elegidos está dispuesto a concretarlas.

 El presidente de Colombia sólo lo es de una reducida cofradía de adeptos que disfruta las mieles, ahora melazas, del mal entendido poder político.

 No hizo el jugador un movimiento maestro. Todo se redujo a un vulgar enroque que lo limita y casi lo inmoviliza. Queda sobre el tablero la histórica constancia de su  infinita vulnerabilidad y una nueva expresión de  sometimiento, propia de su personalidad, a los grandes grupos económicos que van por la tierra y por toda suerte de recursos naturales, renovables y no renovables; y se hizo mucho más visible la indigna entrega al narcoterrorismo que ahora sí, definitivamente, tiene a su disposición y en pro de su impunidad a lo mas selecto de la paquidermia samperista.

 Colombia, con su tradicional fermento de vindictas y violencias, queda lista para largos  años de reacomodamiento mafioso, y para muchas desventuras políticas y sociales que temerariamente se agencian desde la Casa de Nariño.

 Como pueblo perdimos la oportunidad ideal para enderezar los torcidos rumbos que ha tomado la claudicante negociación habanera. La presente coyuntura nacional, propicia para enmendar errores y satisfacer necesidades populares, se utilizó en provecho de los armados y en manifiesto desmedro de los inermes.

 Una vez más nos dejaron en manos de la garosa oligarquía que todo lo consigue para sí.

 En el Cauca es evidente que las asignaciones testamentarias del  ocaso sólo mejoraron a los que pichonean el anda, y a los fervorosos alumbrantes no les legaron ni el moco.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.09.13