En ocasiones ni siquiera se sabe a dónde ir.
Las que fueron instituciones más o menos comprensibles, digeribles, asimilables
en juicios elementales de razón, de las que el común de la gente conocía lo
grueso, lo evidente, o podía deducir lo útil, son ahora laberínticas estructuras que nada
bueno muestran, poco bien hacen, mucha anarquía engendran, y demasiadas
injusticias causan.
No se trata de acudir al erróneo esquema de lo
viejo bueno y lo nuevo malo para catalogar lo existente, ni de eliminar bondadosos
grises de la postmodernidad para volver al blanco y negro de las bellas épocas,
ni mucho menos de incentivar confrontaciones, pero sí de exigir unas
definiciones, un respeto a las delimitaciones para precisar qué es cada cosa, a
qué se dedica, cómo se rige, cuál es su función, y cómo se puede aprovechar de la mejor manera en
beneficio de todos, para que el panorama nacional no se convierta en informe
amasijo de colores donde, al final del camino, nada se saque en limpio.
Con tanto instituto, con tanto gerente, con
tanto director, con tanto jefe y con tanta parafernalia burocrática inepta,
ningún ciudadano sabe a dónde recurrir con certeza para buscar solución adecuada
a sus necesidades, inquietudes o dudas.
Mayor es el pasmo cuando recorridos los
pasillos, desandadas las oficinas, solicitadas las citas y separados los
turnos, el último que atiende confirma que todo el trámite agotado era
innecesario y que lo indicado hubiera sido que el primer consultado pusiera un
sello, imprimiera una copia, o abriera una puerta, para que el daño causado no
creciera, o no se agudizara, o no se produjera.
Un lego cualquiera, nutrido de noble voluntad
para ayudar, puede resultar más sabio que el doctor arrogante e insensible.
Pareciera, a ratos, que a las élites se les
agotó el sentido común, se atiborraron de ínfulas que las inutilizan y las hacen
despreciables.
Hay muchísimas soluciones que simplemente
nacen de la buena voluntad e infinitos males que se pueden evitar con espíritu
de servicio. En lo que hoy tenemos se hacen innumerables las filas que sobran y
son fácilmente previsibles las ventanillas que faltan.
Maravilloso sería que a la gente la oyeran en
la angustia, la auxiliaran en la confusión, la orientaran en la desesperanza, la
llevaran de la mano en la ignorancia, y le atendieran con prontitud múltiples reclamaciones
fácilmente solucionables, esas peticiones mínimas que en otras personas o en otras circunstancias no son
problema, no alteran el ánimo, ni se transforman en factor de violencia.
El ambiente navideño que a muchos nos alegra y
estimula, es apropiado para volver por los fueros de la simplicidad, la
sencillez, la humildad, la solidaridad. Es tiempo de plantar generosidad en los
corazones, limpieza en las almas, bondad en las acciones, honradez en las
funciones y rectitud en los pensamientos.
Se acercan meses de dura contienda, de agria
censura y de justísima reivindicación, meses de alta sensibilidad política y de
peligrosa explosividad emocional. Elevemos por ahora el nivel del debate y pidámosle
al Salvador del mundo un futuro mejor.
Miguel
Antonio Velasco Cueva
Popayán,
05.12.16