Si el país nacional hubiera tenido tiempo de llevar
al poder al profético Álvaro Gómez Hurtado, o si los sicarios del régimen y sus
conocidos determinadores hubieran fallado el golpe; de cuántas impunidades
consentidas, de cuántas tutelas torcidas, de cuántas privatizaciones y
enajenaciones corruptas estuviéramos libres.
Gómez Hurtado presentía y decía que el régimen
estaba permeado y descompuesto en todas sus esferas, que los valores espirituales
y los principios universales en que se deben inspirar las democracias habían
quedado por fuera del estilo con que nos gobiernan, y que Colombia marchaba hacia la ruina.
Quienes no reconocieron en él al estadista que
la patria requería, o quienes enceguecidos por discordias ideológicas metieron
palos a la rueda para truncar su avance, al tiempo que sirvieron de idiotas
útiles a los propósitos del empoderamiento mafioso, impidieron la solución
ética que desde entonces requerían los sucios males que ahora nos asedian. Le
negaron a la política nacional la medicina moral que sigue necesitando.
En cualquier país que escape a la regla
bananera es principio de honor que la riqueza nacional no se hipoteca, ni se
subasta, ni se diluye entre la clientela. Y que el concepto de justicia reclama trato
digno y equitativo para todas las dolamas del cuerpo social. Igual atención
oportuna reclaman las próstatas de los gobernantes, que los estómagos de los indios,
los cerebros de los negros, o los
pellejos de los mestizos. Pero aquí la gónada palaciega está privilegiada sobre
las necesidades de nutrición, educación y salubridad del pueblo, que sólo
cuenta para sumar votos.
Como hemos sido incapaces de derrocar el
régimen, pues seguimos soportando el desigual destino que las encopetadas
dinastías nos tienen señalado, y cual blandas marionetas continuamos aguantando
el tirón del sedal que nos ajusta el cuello.
A ningún colombiano honesto se le llegó a ocurrir
que la invalidación judicial y ocultamiento de las pruebas criminales contenidas
en el computador de alias "Raúl Reyes", y la exigencia de cambiar la
terna para elegir Fiscal General de la Nación, que después condujo al
licencioso imperio de Montealegre, y los
descoyuntamientos de la Carta Magna por quienes debieron defenderla y
mantenerla, eran groseros pasos de la bestia famélica que ahora nos devora,
eran el fatídico preludio del desmoronamiento institucional que las Cortes
exhiben, y de la lepra que corroe la anatomía estatal.
La feria de Isagen, el bazar de Reficar, los vuelos
atestados de reptiles austeros, la ilegítima reducción del umbral electoral para
hacer de "Timochenko" un nuevo libertador, el refinamiento de la
mermelada en almendras, las costosas cortinas de seda y las oscuras cortinas de
humo, integran el caudal de impúdicos acosos a que nos somete la morbosa casta gobernante,
esa misma que no tuvimos la valentía de derrocar en viejos tiempos de
paquidérmicos carteles.
Y lo que hoy pretenden, el mismo régimen y los
mismos carteles, es dar un golpe de Estado travestido de plebiscito. Con
engaños intentan que el propio pueblo le dé cuerda al emblemático
"Dumbo" con sus inmensas orejas voladoras, aunque disfrazado ahora de
paloma.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 14.02.16