Creer
en el camino escogido es la mejor manera de llegar algún día a cualquier parte.
Pero…
¿en qué caminos creer y cuáles avisos atender,
cuando los recorridos y vistos han sido ilusión?
El
gobierno dice creerles a distinguidos señores que no han tenido tratos con la
delincuencia, con el tráfico de estupefacientes,
con la extorsión y el secuestro, ni con pavorosos atentados dinamiteros
agotados contra civiles inermes y la infraestructura productiva.
Al
margen nos induce a creer que el gobierno no intervino para reformar la educación, la salud o la justicia, en esos
estrepitosos fallidos intentos atribuidos a simiescos inquilinos del Capitolio
y oficinas ministeriales.
Entender
la dinámica social de estos paraísos tropicales no es sencillo, menos con esa típica
semántica rebuscada para describir óptimos
resultados políticos que, los profanos, no logramos diferenciar de simples representaciones
teatrales.
Para
asimilar este aquí, en donde siempre hemos estado y así como lo hemos vivido, no bastan las dolorosas experiencias del
pasado, sino que toca cursar maestría en
comprensión de mensajes encriptados, que
suelen desdecir lo realmente sabido y proponen entender una cosa distinta de la
enunciada y sucedida.
En
la indescifrable dimensión de los actuales componedores, las implícitas
delicias de la paz van explícitas en los goces
de la guerra.
Nada
fácil la tienen los analistas, politólogos,
y estudiosos del complejo entramado de
negociación, y de un par de sus connotados
acompañantes que se proclaman forjadores de la paz continental.
Sospechamos
que esos intríngulis no nos deben trasnochar, porque para eso reposan en cabezas doctas y
manos hábiles, y que el pueblo debe limitarse a creer.
Aunque,
hilando despacio, cabe preguntarse si la publicitada negociación es con el
Estado colombiano o con Estados Unidos
de Norteamérica, porque, entre las cosas alcanzadas a oír, se menciona como
negociador a un prelado que no depende de las catedrales nuestras, donde no dudarían en darle permiso para salir a
evangelizar durante el día, con el compromiso de regresar en la noche a dormir en
su basílica. Pero como depende del estricto esquema de aseguramiento gringo, no
nos explicamos qué puedan pensar allá sobre semejante licencia al respetable retenedor
de tres contratistas de esa nacionalidad, y peor si la prédica se va a ejercer en
inmediaciones de Guantánamo.
Otra
cosa que merece cavilarse es de qué manera se pueden resolver nuestros
centenarios problemas sociales, durante una breve charla de pocos meses, que es
la premisa de otro de los prelados, dizque para que, también en ese corto lapso, se resuelva la secta a que
pertenece.
Y
¿cómo carajos traducir ahora, a vocablos
actuales, ese enmohecido vocabulario tirofijuno
que, los perseverantes depredadores de la tranquilidad pública, reciclan
para calificarse como orfebres del entendimiento durante su sanguinario recorrido
criminal?
Por
lo pronto debemos saber, dicho por él, que el galeno encargado de mantener
saludable durante tan largos años a “don Manuel”, también nos amenaza con tener
saludables milicianos “… los suficientes para adelantar este proceso o la
confrontación con el gobierno.”
Dios
nos asista.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
septiembre de 2012