sábado, 8 de septiembre de 2012

Creer o no creer, he ahí el conflicto



Creer en el camino escogido es la mejor manera de llegar algún día a cualquier parte.

Pero… ¿en qué caminos creer  y cuáles avisos atender, cuando los recorridos y vistos han  sido  ilusión?

El gobierno dice creerles a distinguidos señores que no han tenido tratos con la delincuencia, con el tráfico  de estupefacientes, con la extorsión y el secuestro, ni con pavorosos atentados dinamiteros agotados contra civiles inermes y la infraestructura productiva.

Al margen nos induce a creer que el gobierno no intervino para reformar la  educación, la salud o la justicia, en esos estrepitosos fallidos intentos atribuidos a simiescos inquilinos del Capitolio y oficinas ministeriales.

Entender la dinámica social de estos paraísos tropicales no es sencillo, menos con esa típica semántica  rebuscada para describir óptimos resultados políticos que, los profanos, no logramos diferenciar de simples representaciones teatrales.

Para asimilar este aquí, en donde siempre hemos estado y así como lo hemos vivido,  no bastan las dolorosas experiencias del pasado, sino que toca cursar maestría  en comprensión  de mensajes encriptados, que suelen desdecir lo realmente sabido y proponen entender una cosa distinta de la enunciada y sucedida.

En la indescifrable dimensión de los actuales componedores, las implícitas delicias de la paz van explícitas en los goces  de la guerra.  

Nada fácil  la tienen los analistas, politólogos, y estudiosos del complejo  entramado de negociación,  y de un par de sus connotados acompañantes que se proclaman forjadores  de la paz continental.

Sospechamos que esos intríngulis no nos deben trasnochar,  porque para eso reposan en cabezas doctas y manos hábiles, y que el pueblo debe limitarse a creer.

Aunque, hilando despacio, cabe preguntarse si la publicitada negociación es con el Estado colombiano o con  Estados Unidos de Norteamérica, porque, entre las cosas alcanzadas a oír, se menciona como negociador a un prelado que no depende de las catedrales nuestras, donde no  dudarían en darle permiso para salir a evangelizar durante el día, con el compromiso de regresar en la noche a  dormir  en su basílica. Pero como depende del estricto esquema de aseguramiento gringo, no nos explicamos qué puedan pensar allá  sobre semejante licencia al respetable retenedor de tres contratistas de esa nacionalidad, y peor si la prédica se va a ejercer en inmediaciones de Guantánamo.

Otra cosa que merece cavilarse es de qué manera se pueden resolver nuestros centenarios problemas sociales, durante una breve charla de pocos meses, que es la premisa de otro de los prelados, dizque para que, también en  ese corto lapso, se resuelva la secta a que pertenece.

Y  ¿cómo carajos traducir ahora, a vocablos actuales, ese enmohecido vocabulario tirofijuno  que, los perseverantes depredadores de la tranquilidad pública, reciclan para calificarse como orfebres del entendimiento durante su sanguinario recorrido criminal?

Por lo pronto debemos saber, dicho por él, que el galeno encargado de mantener saludable durante tan largos años a “don Manuel”, también nos amenaza con tener saludables milicianos “… los suficientes para adelantar este proceso o la confrontación con el gobierno.”   

Dios nos asista.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, septiembre de 2012