Impactante
la presentación de Francisco, nuestro Pontífice Universal, ante esa multitud
católica expectante que colmaba la Plaza del Vaticano para conocer al sucesor
de Pedro y recibir su bendición.
Antes
que orar por los fieles y bendecirlos, imploró de ellos sus oraciones y
bendiciones.
Desconcertados
quizás, prorrumpieron en delirante algarabía más propia de juvenil fanaticada que de reposada feligresía cristiana.
Así
se cambia el mundo; con actitud serena y modesto regocijo, sin la alharaca
congénita de aquellos engendros
publicitarios que por allí desfilan aparentando más de lo que en esencia pueden
ser.
Chris
Lowney, conocedor como ninguno de “El liderazgo al estilo de los jesuitas”, tal como
denominó su libro, en el que
presenta “Las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el
mundo”, no pudo ser más preciso al afirmar que los seguidores de San Ignacio de
Loyola, fundador de los jesuitas, antes que santos son líderes que tratan a los
demás con actitud positiva y amorosa, y observan el principio de innovar y
adaptarse confiadamente para acoger un
mundo cambiante. (Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004)
Innovación
y adaptación profunda a esta sociedad contemporánea es el certero llamado de
Francisco a quienes, como de costumbre,
esperábamos el discurso docto e intrincado de un teólogo inescrutable y
distante.
Dícese
de San Francisco de Asís, cuyo ejemplo ilumina a nuestro porteño Francisco, que
al hablar de la pobreza, muchas veces repetía las palabras del Evangelio: “Las
raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo de Dios no
tiene dónde reclinar la cabeza.” (Mateo 8,20; Lucas 9,58)
Pues
este Francisco moderno ha tomado a pecho el mensaje milenario del de Asís, y
renuncia con frecuencia a la pompa y prepotencia de tantos clérigos encopetados
que en el mundo hay, porque él prefiere
una Iglesia para los pobres. Oportunamente les advirtió a los obispos
argentinos, a sus entrañables compañeros de apostolado, que no gastaran dinero
en paquetes turísticos para asistir a la misa de inauguración de su
pontificado. Ese dinero, les dijo, debe repartirse entre los pobres.
Brillante
este Papa de carne y hueso, este hincha del San Lorenzo de Almagro, que como
Wojtyla, el inmenso Santo del siglo XXI, también estuvo enamorado de una niña
de su edad, a la que le pintaba nubecillas y casitas de albura para convencerla
de que construyeran un hogar. Brillante y coherente, porque desde sus lejanas
ilusiones infantiles ya sabía que una familia se forma entre hombre y mujer, y
no, como ahora se pretende, entre individuos del mismo sexo.
Duras
luchas se avecinan para el mensajero de la sencillez, para este gigantesco
arquitecto del perdón, que diseña símbolos para construir ejemplos. Hoy se envanece
la mandataria gaucha de figurar como primera Jefe de Estado en obtener audiencia con Francisco; pero
desconocemos con cuantas mentiras le justificaría ella los soberbios silencios que
ayer aplicó a una docena de peticiones, impetradas por el entonces Cardenal
argentino, que intentaba hablarle de los pobres sin que la Presidente se lo permitiera.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 16.03.13