miércoles, 20 de marzo de 2013

Bienaventurados los humildes



Impactante la presentación de Francisco, nuestro Pontífice Universal, ante esa multitud católica expectante que colmaba la Plaza del Vaticano para conocer al sucesor de Pedro  y recibir su bendición.

Antes que orar por los fieles y bendecirlos, imploró de ellos sus oraciones y bendiciones.

Desconcertados quizás, prorrumpieron en delirante algarabía más propia de juvenil fanaticada  que de reposada feligresía cristiana.

Así se cambia el mundo; con actitud serena y modesto regocijo, sin la alharaca congénita de  aquellos engendros publicitarios que por allí desfilan aparentando más de lo que en esencia pueden ser.

Chris Lowney, conocedor como ninguno de “El liderazgo al estilo de los jesuitas”,  tal como  denominó su libro, en el  que presenta “Las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”, no pudo ser más preciso al afirmar que los seguidores de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, antes que santos son líderes que tratan a los demás con actitud positiva y amorosa, y observan el principio de innovar y adaptarse confiadamente  para acoger un mundo cambiante. (Grupo Editorial Norma, Bogotá, 2004)

Innovación y adaptación profunda a esta sociedad contemporánea es el certero llamado de Francisco a quienes, como de costumbre,  esperábamos el discurso docto e intrincado de un teólogo inescrutable y distante.

Dícese de San Francisco de Asís, cuyo ejemplo ilumina a nuestro porteño Francisco, que al hablar de la pobreza, muchas veces repetía las palabras del Evangelio: “Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo de Dios no tiene dónde reclinar la cabeza.” (Mateo 8,20; Lucas 9,58)

Pues este Francisco moderno ha tomado a pecho el mensaje milenario del de Asís, y renuncia con frecuencia a la pompa y prepotencia de tantos clérigos encopetados que en el mundo hay,  porque él prefiere una Iglesia para los pobres. Oportunamente les advirtió a los obispos argentinos, a sus entrañables compañeros de apostolado, que no gastaran dinero en paquetes turísticos para asistir a la misa de inauguración de su pontificado. Ese dinero, les dijo, debe repartirse entre los pobres.

Brillante este Papa de carne y hueso, este hincha del San Lorenzo de Almagro, que como Wojtyla, el inmenso Santo del siglo XXI, también estuvo enamorado de una niña de su edad, a la que le pintaba nubecillas y casitas de albura para convencerla de que construyeran un hogar. Brillante y coherente, porque desde sus lejanas ilusiones infantiles ya sabía que una familia se forma entre hombre y mujer, y no, como ahora se pretende, entre individuos del mismo sexo.

Duras luchas se avecinan para el mensajero de la sencillez, para este gigantesco arquitecto del perdón, que diseña símbolos para construir ejemplos. Hoy se envanece la mandataria gaucha de figurar como primera Jefe de Estado  en obtener audiencia con Francisco; pero desconocemos con cuantas mentiras le justificaría ella los soberbios silencios que ayer aplicó a una docena de peticiones, impetradas por el entonces Cardenal argentino, que intentaba hablarle de los pobres sin que la Presidente se lo permitiera.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán,  16.03.13