sábado, 8 de noviembre de 2014

¿Cuál postconflicto?




 Estos hechos curiosos que sólo suceden en Colombia nos hacen evocar la ingenua ocurrencia de sentirnos felices habitantes del paraíso, sin que para nada cuente la magnitud del desajuste moral y político que tenemos.

 Aquí se nace, se vive y se muere bajo el engaño y la mentira, y en muchas ocasiones las medidas dependen más de las perversas tendencias del modista que de la exacta silueta del maniquí.

 Eso de ir a pasear  el talego por Europa retrata este país de cuerpo entero. Muy seguramente algo se recogerá, pero como dicen que sucede en algunas parroquias, a la hora del conteo muchas monedas resultarán falsas, y entre las legítimas no faltará importante cantidad de botones, abalorios y arandelas inútiles.

Claro que lo que sorprende y desconcierta es que el argumento de la colecta se  edifique   sobre un futuro que no va a llegar, sencillamente porque en estos territorios el violento pasado continúa y continuará vigente.

¿De cuál postconflicto hablaron y a qué paz se refirieron los pedigüeños viajeros oficiales?

La pregunta no es de fácil respuesta. Y el oso, o el elefante, como se le quiera llamar, es de tal corpulencia que pocos osos, o pocos elefantes, podrán tener mínimo parecido con el que Santos exhibió por el viejo continente.

Recordemos que la  ladina contraparte, que estuvo acorralada,  hace más daños en estos tiempos que antes de comenzar la interminable negociación. A nadie se le ocurrirá decir, excepto a Santos, que tenemos o marchamos hacia un país mejor que el de siempre.

Quienes conocen el departamento del Cauca a plenitud, quienes recorren sus caminos y viven sus tristezas, los que van a las fuentes del dolor y lo sienten en sus carnes, saben sobremanera que el Estado de Derecho sigue ausente en los mismos lugares de toda la vida, y tienen pleno conocimiento del desmadre causado por los mandaderos de esos negociadores habaneros que borran con la izquierda lo que aparentan escribir con la derecha.

Redundante resulta volver a enlistar aleves delincuencias que a diario se agotan en estas comarcas del suroccidente colombiano, precisamente por los mismos históricos protagonistas del viejo conflicto, ahora disfrazados de mineros, de contratistas, de aserradores y de pontífices de paz, dentro de un artificioso estadio delincuencial en que las ideas, los principios y la razón se sustituyen por las amenazas, el plazo conminatorio, el constreñimiento ultrajante y el inefable ejercicio de la fuerza.

Y esto se pondrá peor,  porque la incesante tarea de desquiciar buenas costumbres, valores y nobles sentimientos entre las comunidades rurales muy pronto podrá hacerse bajo el disparatado engendro de las zonas de reserva campesina, en donde los difusos compromisos estatales alentarán suficientemente la empresa criminal en que vino a convertirse el inicial delirio de acceder al poder por la vía armada.

En el  oriente caucano, justamente donde la infamia de "Tirofijo" dejó cobardes huellas de fusilamientos entre la población civil, no se vislumbran propósitos de paz, y la legendaria Tierradentro está asediada por el accionar guerrillero que además persiste en dinamitar escuelas y centros de salud.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.11.14