Estos hechos curiosos que sólo suceden en
Colombia nos hacen evocar la ingenua ocurrencia de sentirnos felices habitantes
del paraíso, sin que para nada cuente la magnitud del desajuste moral y
político que tenemos.
Aquí se nace, se vive y se muere bajo el
engaño y la mentira, y en muchas ocasiones las medidas dependen más de las perversas
tendencias del modista que de la exacta silueta del maniquí.
Eso de ir a pasear el talego por Europa retrata este país de
cuerpo entero. Muy seguramente algo se recogerá, pero como dicen que sucede en algunas
parroquias, a la hora del conteo muchas monedas resultarán falsas, y entre las
legítimas no faltará importante cantidad de botones, abalorios y arandelas
inútiles.
Claro que lo que sorprende y desconcierta
es que el argumento de la colecta se
edifique sobre un futuro que no
va a llegar, sencillamente porque en estos territorios el violento pasado
continúa y continuará vigente.
¿De cuál postconflicto hablaron y a
qué paz se refirieron los pedigüeños viajeros oficiales?
La pregunta no es de fácil
respuesta. Y el oso, o el elefante, como se le quiera llamar, es de tal corpulencia
que pocos osos, o pocos elefantes, podrán tener mínimo parecido con el que
Santos exhibió por el viejo continente.
Recordemos que la ladina contraparte, que estuvo acorralada, hace más daños en estos tiempos que antes de
comenzar la interminable negociación. A nadie se le ocurrirá decir, excepto a
Santos, que tenemos o marchamos hacia un país mejor que el de siempre.
Quienes conocen el departamento del
Cauca a plenitud, quienes recorren sus caminos y viven sus tristezas, los que
van a las fuentes del dolor y lo sienten en sus carnes, saben sobremanera que
el Estado de Derecho sigue ausente en los mismos lugares de toda la vida, y
tienen pleno conocimiento del desmadre causado por los mandaderos de esos
negociadores habaneros que borran con la izquierda lo que aparentan escribir
con la derecha.
Redundante resulta volver a enlistar
aleves delincuencias que a diario se agotan en estas comarcas del suroccidente
colombiano, precisamente por los mismos históricos protagonistas del viejo conflicto,
ahora disfrazados de mineros, de contratistas, de aserradores y de pontífices
de paz, dentro de un artificioso estadio delincuencial en que las ideas, los
principios y la razón se sustituyen por las amenazas, el plazo conminatorio, el
constreñimiento ultrajante y el inefable ejercicio de la fuerza.
Y esto se pondrá peor, porque la incesante tarea de desquiciar buenas
costumbres, valores y nobles sentimientos entre las comunidades rurales muy
pronto podrá hacerse bajo el disparatado engendro de las zonas de reserva
campesina, en donde los difusos compromisos estatales alentarán suficientemente
la empresa criminal en que vino a convertirse el inicial delirio de acceder al
poder por la vía armada.
En el oriente caucano, justamente donde la infamia
de "Tirofijo" dejó cobardes huellas de fusilamientos entre la
población civil, no se vislumbran propósitos de paz, y la legendaria Tierradentro
está asediada por el accionar guerrillero que además persiste en dinamitar
escuelas y centros de salud.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 08.11.14