martes, 5 de junio de 2012

El sometimiento del Estado


El sometimiento del Estado

El marco para la paz es otro de los artilugios existentes en la variada utilería de ilusionista,  que con destreza  maneja  Juan Manuel  Santos,  para  potenciar los destellos  de la circense urna de cristal.

Inicialmente, cuando recurrió al cubilete de abalorios,  arrojo al escenario  una temible mano negra;  sin señalar quiénes serían sus operarios, aunque no puede olvidarse  que manos negras hay en todos los extremos de la complicada ecuación violenta utilizada por los detentadores del poder, tanto en países subyugados por tiranías políticas, filosóficas o religiosas, como en los democráticos y libertarios;  de todos modos el mefistofélico artefacto quedó allí, sobre las tablas, para hacerlo saltar cuando resulte necesario distraer a los espectadores.

Además se proclama poseedor de otro embeleco,  dice tener la llave de la paz, una entelequia que nadie puede ver porque la conserva en el fondo del bolsillo, o por esos lados,  para hacerla funcionar en el momento oportuno; quiera Dios que  esté fundida  en  algún noble metal,  porque sería grotesco que el óxido y otras impurezas del entorno  le corroan el bolsillo y hasta la llave al mago,  y a la hora de sacar no encuentre allí la sutileza prometida.

Y también usa retruécanos, no otra cosa hizo cuando adjudicó a la vaporosa ultraderecha  el atentado terrorista contra Fernando Londoño, en lugar de señalar a los verdaderos autores del crimen, todo para no incomodar a los amaestrados tiburones del amistoso  vecindario.

Y así cree mantener el engaño, pero si  nos detenemos a mira el sistema legal vigente, el  aplicable a esta realidad delincuencial,  encontramos que el  régimen  penal  colombiano tipifica las conductas delictivas,  y establece los procedimientos  idóneos para sancionar los  infractores, sin necesidad de reformar las normas existentes.

Es inconveniente la enmienda que otorgaría al Ejecutivo la facultad omnímoda de elegir a los actores criminales que deban ir a juicio, o seleccionar graciosamente a los que recibirán perdón por su trayectoria delincuencial.

Porque,  si fueren necesarios,  tanto la norma constitucional como la penal   consagran el indulto y  las amnistías, mecanismos legítimos de extinción de la acción y de la pena, perfectamente aplicables mientras se respeten los  tratados vigentes con la comunidad de naciones, y mientras  no se incurra en desbordamientos de política criminal  que provoquen la intervención de la Corte Penal Internacional.

Lo que se requiere es aplicar las reglas vigentes,  no hacerlo  es someter el Estado a las condiciones del enemigo.

Las brutales actuaciones de la delincuencia organizada, los ataques  a la población civil, los bombazos indiscriminados contra los pueblos, los hostigamientos a las estaciones policiales, el minado de cultivos ilícitos y de caminos públicos,  el reclutamiento forzado de niños campesinos,  el amedrentamiento general a la sociedad colombiana;  tal como ha ocurrido en Morales, Caloto, Toribío, y  El Tambo, aquí en el Cauca,  o como en La Gabarra y Maicao, o en La Montañita, donde los violentos atacaron policías que auxiliaban a una parturienta y mataron a la partera; son ilegítimos argumentos de fuerza que no pueden primar sobre la legitimidad del ordenamiento estatal.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, junio de 2012