domingo, 28 de septiembre de 2014

Voto obligatorio, constreñimiento indebido




 Propio de dictaduras y totalitarismos de Estado  es el embeleco de empujar electores a las urnas con la promesa de compensarlos por dejarse constreñir, o la amenaza de castigarlos por resistirse.

 Si algo caracteriza las democracias es permitir al ciudadano el libre ejercicio de sus derechos. La libertad del elector radica en participar o en abstenerse de hacerlo, en ejercer el derecho de votar o renunciar a él.

 Si la ley llega al extremo de hacer obligatorio el ejercicio de los derechos desaparecen las libertales públicas, se rompen las barreras del libre albedrio, y se vulnera el concepto de autonomía de la voluntad individual o colectiva.

 Al querer del pueblo no se le pueden anteponer los caprichos del gobernante.

 No es democrático, ni liberal, que a la sociedad se le impongan comportamientos violatorios de sus íntimas convicciones políticas  y de las naturales reservas de conciencia, extravagante resulta promulgar una regla orientada a establecer ventajas para un grupo terrorista que reclama curules sin entregar las armas y además pretende rediseñar el ordenamiento legal sin someterse al imperio de la Constitución vigente.

 Forzar la concurrencia de personas libres a un certamen que no satisface sus aspiraciones intelectuales, morales o sentimentales, y conminarlas para que exterioricen una opinión que no desean manifestar es acto violatorio de las libertades de conciencia y expresión.

 Semejante presión estatal, de llegarse a concretar en normas coercibles, no es más que mañosa peripecia electorera  encaminada a alimentar malsanas apetencias de poder y evidente abuso de su ejercicio.  

 El espíritu de la actual regla constitucional, al consagrar los derechos políticos de los ciudadanos, no se  basa en la obligación de votar sino en la libre posibilidad de hacerlo, es por eso que el artículo 40 de la Carta Fundamental expresa que para hacer efectivo el derecho de participar en la conformación, ejercicio y control del poder político, todo ciudadano "puede": Elegir y ser elegido.

 El pueblo colombiano  no debe permitir que se troque esta libérrima opción participativa por tiránica obligación irredimible. Dejar que así suceda es como consentir que se elimine el talante democrático de nuestras tradiciones políticas, y darle alas a las trampas características de este régimen que otorga beneficios a la delincuencia organizada y desatiende legítimos clamores de la sociedad inerme permanentemente asediada por la barbarie narcoterrorista.

 Constreñir así a los  electores puede derivar en imprevisibles manifestaciones de fuerza tanto por parte del oficialismo gobiernista , como por parte de quienes, ante irracionales  amenazas de castigo, opten por desacatar la norma y rechazar la vigencia de una ley espuria.

 El abstencionista, con su conducta negativa, ejerce el derecho a repudiar el mecanismo  electoral, o las opciones electorales que el establecimiento le ofrece, y esas son válidas  expresiones de libertad que el Estado no puede recortar.

 Quienes honestamente aspiran  a cargos de elección popular,  o  quienes torcidamente   inventan referendos, plebiscitos o consultas para buscar canonjías individuales y privilegios partidistas, necesariamente se deben someter a la nítida decisión de la voluntad colectiva, y bajo ninguna razón pueden coaccionar al elector en ningún sentido.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 27.09.14

sábado, 20 de septiembre de 2014

O sea ...




 Esta muletilla verbal se coló en la diaria conversación popular con la pretenciosa ambición de significar muchas cosas aunque no las signifique. Es por eso que, al ser  y no ser, se adecúa de plano  a los amorfos perfiles de la deteriorada condición sociológica del pueblo, y hasta se usa, conforme a sus actuales e indebidos manejos gramaticales, para interrogar sobre el futuro de Colombia.

 Se utiliza por todos y para todo aunque no propiamente dentro de su histórica y habitual connotación explicativa. Mejor dicho, no se utiliza bien, y lo que se hace con ella es embutirla en las pláticas habituales para derivar de ella provechos insospechados.

 Constituye una especie de vicio conversatorio, se usa para iniciar y para concluir, para pausar, para responder e interrogar, para ampliar y para resumir, para silenciar al interlocutor y para animarlo a no callar, en fin, es muletilla que deambula en el lenguaje contemporáneo sin la personalidad idiomática que tuvo en el pasado, y que irrumpe en las charlas sociales y en las disertaciones cultas con traicionera apariencia de corrección.

 Sí, se coló en el lenguaje usual, merodea en él  y quizá se va a quedar aunque no sirva para lo que debiera servir, justamente porque puede servir para muchas otras cosas, menos para explicar algo.

 En ocasiones, cuando la divagación oratoria se extiende, suele ocurrir que los dialogantes usan el giro verbal para significar que aún les falta algo por decir, aunque legítimamente su función debiera ser la de introducir un comentario que compendie rápidamente lo dicho. En otras oportunidades se utiliza como sustituto del habitual adiós de despedida, sin que sea raro oírlo también como saludo en el inicial instante de un encuentro.

 No tardarán los académicos en ocuparse del tema, aunque no para rescatar la consuetudinaria significación explicativa que tradicionalmente tuvo el giro idiomático, sino para conferirle su moderna vocación de sembrar dudas antes que despejarlas, para otorgarle esa nueva ambigua significación que ahora suelen tener algunos gestos y  voces que tradicionalmente significaron algo distinto y concreto.

 En las circunstancias del lenguaje político actual, a sabiendas de que la siembra de dudas puede reemplazar imputaciones directas, bien puede entenderse que lo dicho se dijo para decir lo que se quería decir, aunque también puede entenderse que se dijo para decir otra cosa,  y en tales condiciones los analistas del futuro, a libre interpretación,  podrán darse el gusto de decir que lo dicho no se dijo.

 Oído lo que se oye en el panorama político nacional, con toda naturalidad podría usarse la muletilla de moda sin que nada pase, sin que pasen muchas cosas, para que pasen algunas, o para que definitivamente pasen las que no deben pasar.

 Tanto honorables como indignos, torcidos y rectos, pacifistas y guerreristas, mamertos y fascistas, creyentes e incrédulos, izquierdistas y  derechistas, reformistas y antireformistas,  todos dirán, a todos se les podrá decir, y entre todos se van a decir lo que quieran con la absoluta certeza de que, para ellos,  todo continuará igual.  Para los demás también.  O sea...

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 20.09.14

sábado, 13 de septiembre de 2014

¿A qué juega Santos?




 Si el sueño de la paz se concretara, buenísimo, a ninguna persona normal se le ocurriría rechazar las bondades de semejante bien espiritual que conduciría a invaluables desarrollos materiales, y a superiores estados de equidad y  justicia. Lo complicado es entender cómo se firma la paz con una contraparte que no la quiere.

 Sería interesante saber qué es lo que el presidente Santos sabe, que nosotros no sabemos, ni los narcoterroristas tampoco. Y de enorme beneficio para el país resultaría que el presidente dijera de dónde le llegan las ocurrencias  que no les llegan ni a los cabecillas, ni a los voceros, ni a las hordas de facinerosos que se reafirman en los propósitos de destruir, traficar  y asesinar.

 Si los avances de los diálogos fueran reales se justificaría el optimismo gubernamental y el pueblo no tendría motivos para pensar en simples truculencias de desinformación, pero las permanentes declaraciones del narcoterrorismo y su constante accionar homicida permiten concluir que el señor Santos negocia en otra mesa o que los de la mesa cubana hacen todo  lo posible para confundirlo.

 De ninguna manera distinta se puede interpretar la evidente contradicción entre la publicidad gubernamental y los inmediatos desmentidos de "Timochenko" y "Márquez", y de sus ignotos  subordinados que dinamitan la infraestructura nacional.

 Si Santos dice que los diálogos de paz están en la recta final, sus contradictores habaneros ripostan que no hay tal recta y queman varias tractomulas;  si el uno anuncia que ya viene el silenciamiento de los fusiles, los otros informan que ese vocabulario no encaja en sus costumbres y matan varios policías; cuando el primero se atreve a decir que los acuerdos van por buen camino, los segundo rechazan el marco para la paz y la justicia transicional, y la entrega de armas.

 ¿A qué aspiran los herederos de "Tirofijo"? ... ¿Cuál es la verdad sobre el prolongado conversatorio habanero? ... ¿Cuánto vale, en qué consiste y desde cuándo se contrajo la deuda que Santos no le ha podido pagar a los narcoterroristas? ... y como dicen los propios bandidos: ¿A qué juega Santos? ... Porque lo cierto es que les puso el país en bandeja, les facilitó desplazamientos que la sociedad colombiana no comparte y no acepta, les otorgó extensas zonas para que sigan delinquiendo, aún a riesgo de comprometer la integridad de las líneas fronterizas y buena parte del territorio nacional, tiene frenados los operativos militares en regiones turbulentas como las selvas del Pacífico, y ha consentido que le manejen los tiempos y los términos de la "negociación" como si los legítimos fueran ellos.

Semejantes ventajas, que no las merecen y que han convertido en mecanismo de burla, son suficientes para que se le ponga plazo al recreo. El futuro de Colombia no puede hipotecarse en garantía de convenios secretos que la sociedad no ha suscrito. La sospechosa dilación de conversaciones agota la paciencia nacional, máxime cuando las   noticias  oficiales se desmoronan bajo la advertencia mafiosa de que la charla sólo va en el cincuenta por ciento de lo pensado.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 13.09.14

domingo, 7 de septiembre de 2014

Las minorías




 Muy bien se vende la idea de que frágiles minorías subsisten bajo graves amenazas de poderosas mayorías.

 Constantemente se envían  mensajes de que aquellas sobreviven entre exclusiones y fobias que pretenden exterminarlas, aunque cada día es más evidente que aprendieron a  valerse de su aparente debilidad para marcar las pautas del comportamiento social, y soterradamente  buscan imponer su estilo a unas mayorías de las que sólo pareciera conservarse el nombre.

 Lo que en verdad sucede es que esas diferentes minorías se enquistaron desde antiguo  en los recovecos del poder y construyeron adentro su fortificación, acrecentaron sus espacios y casi logran trocar la ecuación. Por eso parece que hoy por hoy las mayorías fueran ellas: las minorías.

 Por fortuna, milagrosamente se mantienen unas características imprescriptibles de preservación de la especie,  invulnerables sellos genéticos, ineluctables rótulos reproductivos del ser humano, ciertas marcas biológicas que siempre permitirán diferenciar a las mayorías de las minorías, aunque a ratos, entre imposibles vocaciones andróginas, algunas señas se tornen imperceptibles y poco parezcan significar.

 Bajo nebuloso influjo de múltiples indefiniciones se han desvanecido las batallas de identidad, y  quienes ejercían relativo liderazgo en los espacios del ser, del hacer y del saber, han retrocedido ante sugestivas costumbres que pervierten la esencia de lo lógico, lo estético  y lo natural.

 Históricamente engañosas apariencias han influenciado el comportamiento global, y el vertiginoso impulso de las modas siempre ha querido impedir que lo que debe ser sea, en muchas etapas de la humanidad se ha estilado ser lo que ciertos usos imponen, casi con la intensión de preterir el deber ser.

 Al mundo de hoy le dan vuelta las minorías, y de contera intentan  imponer  su filosofía de parrilleros, en la que a la gente le proponen darse la vuelta para asarse bien.

 Afortunadamente quedan importantes reductos de personas que se resisten a dar tan indecorosos volantines,  y prefieren quedarse como están y como son, preservar su  género original,  que es lo que la sabia naturaleza diseñó y enseña.

Las prácticas homosexuales no se pueden evitar ni prohibir, ni causan inhabilidades para ejercer la política, pero las parejas homosexuales, que son una consecuencia del carácter homosexual y del ejercicio del derecho constitucional al libre desarrollo de la personalidad, no deben ni pueden escudarse en su camaleónica condición para, unas veces ser familia que exige derechos, y otras veces no serlo para eludir obligaciones.

 No se puede negar que griegos y romanos fueron campeones en homosexualidad y política,  por lo que generosamente podría entenderse que nuestra clase dirigente encuentra justificable inspiración en esos imperios del libertinaje, que también lo fueron de la corrupción.

 De Julio Cesar, genio de la guerra, se dijo que era marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos, aunque realmente fueron sus virtudes de conquistador y gobernante, mas no su ambigua sexualidad, las que le abrieron espacio en la historia de la humanidad.

 Ojalá que los imitadores criollos, en el olimpo de sus gustos, ganen espacios como voceros del bien común y no como soberbios defensores de lucros e intereses individuales.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 07.09.14