lunes, 17 de marzo de 2014

Constitucionalismo aparente



 Reformar la Constitución Nacional es necesidad apremiante.

 Algunos se asustan. otros protestan, y muchos se oponen, pero no porque se vaya a reformar la Constitución, sino porque ven amenazado su parapeto de tropelías.

 Es una lástima que la democracia esté mercantilizada, torcida y enmermelada, pero esa es la realidad que necesitamos corregir.

 Lo otro es seguir en las mismas, violando la Constitución con frecuencia y remendándola a discreción, para mantener las apariencias del status constitucional democrático.

 Una democracia en donde el Presidente de la República saca de las arcas estatales, como si fuera de su bolsillo, los dineros necesarios para que la clientela lo reelija, no es una democracia constitucional.

 Ni es constitucional que los magistrados de las altas Cortes, que no tienen funciones legislativas, reformen la Constitución a golpes de jurisprudencia. Tampoco lo es que se resistan a elegir, como ya lo hicieron, al Fiscal General de la Nación, simplemente porque no les gustó la terna enviada por el Ejecutivo. Ni lo es, por supuesto, que el Fiscal nombrado en reemplazo de la Fiscal mal nombrada, asuma la condición de agitador político y se lance a las calles, bandera en mano, a promover el desacato del orden establecido.

 Mucho menos constitucional resulta que un alcalde, que le causa inmenso deterioro a la Capital de la República, se tome la libertad de llamar al alzamiento popular cuando se le aplica una norma constitucional plenamente vigente.

 De hecho no es nada constitucional que los jueces se tumben las sentencias entre sí, y que las Cortes les tumben las sentencias a las otras Cortes, cuando lo verdaderamente constitucional es que funcione e impere un sistema piramidal, en donde una sola Corte  sea instancia de cierre, y  tenga la competencia suficiente para acabar, de una vez por todas, con los mal llamados choques de trenes.

 No puede ser constitucional que ciertos gamonales resulten electos por circunscripciones especiales como representantes de grupos a los que no pertenecen, ni que algunas regiones, con bajos porcentajes del potencial electoral nacional, terminen apoderadas de altos porcentajes  de representación real en el Congreso de la República.

 Como estamos metidos en el cuento del Estado de Derecho, pues busquemos que  funcione  conforme a una normatividad legal que todos acatemos y respetemos por igual, y que a todos nos rija por parejo y sin distingos, porque el Estado que tenemos es selectivo y excluyente.

 En Colombia no podemos seguir bajo el esquema de hacer las leyes ante el apremio de las coyunturas, ni de interpretarlas y aplicarlas  conforme a conveniencias particulares.

 Los sectores de la justicia, la salud y la educación necesitan transformaciones  profundas  que nos pongan en el camino de la equidad y del respeto debido a los derechos fundamentales. Un país justo, pacífico y próspero sólo se logra dándole a cada quien lo que le corresponde, dentro de un marco constitucional serio, en el que ninguna faceta del interés público se negocie por debajo de la mesa, y en dónde el ciudadano de bien tenga la certeza de que lo gobiernan con rectitud.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 17.03.14