Entre gobernantes y volatineros
los hay funámbulos y suicidas. El funámbulo traza su maestría sobre la malla y gana el aplauso a
riesgo de perder poco. El suicida juega
sin malla contra la suerte para tratar de ganarse un aplauso a riesgo de perderlo todo.
Puede suceder que la suerte
impida dilapidar cuatro billones de pesos que valdría, dicen, el temerario acto circense que acaba de
anunciar el Presidente Santos.
Tradicionalmente se desconfía de
los que teja en mano salen a buscar
votos. A esa burda técnica corrupta se le debe oponer una praxis socioeconómica honestamente sustentable.
Teóricamente se anhela que los
tecnócratas expongan proyectos viables, fundamentados en cálculos
serenos, madurados durante largos ejercicios fiscales, probados a pequeña
escala en distintos espacios geográficos, como para tener la esperanza de no
terminar embarcados en dolorosos
fracasos financieros.
A cambio de la tronera
presupuestal prometida por el Ejecutivo,
que forzosamente dará vía libre al
enriquecimiento indebido de muchos contratistas estatales, de aquellos que
financian campañas para luego apropiarse de la plata pública, debiera
implementarse un mecanismo que no regale
nada a nadie. Que dignifique a los desposeídos y eduque para el futuro. Debiera
impulsarse, por ejemplo, un sistema de autoconstrucción, o algo parecido, en el que el trabajo físico, real, se viera compensado con la adjudicación del
inmueble que el propio beneficiario ayudara
a construir con su esfuerzo. El trabajo conjunto de los obreros constructores sería retribuido con la
adjudicación de una parte de la obra que entre todos ayudaran a construir.
Si se trata de generar empleo, de
sacar de la miseria a los más pobres, de aupar una cultura de trabajo solidario
para la superación de las dificultades y de educar para producir y mejorar,
nada bueno se logra por los lados de la dádiva y la concesión gratuita. Menos
aún cuando en Colombia existe largo
historial de construcciones inservibles por asentarse en terrenos inundables,
deleznables o insalubres, adquiridos, claro está, a precios astronómicos que
sólo benefician a sus antiguos propietarios y no a los adjudicatarios del
loteo.
Casas fracturadas antes de
terminarlas, segundas plantas sin escaleras, y barrios enteros sin
alcantarillado ni agua potable son experiencias que ya se han vivido por cuenta de la improvisación clientelista.
El Congreso de la República,
destinatario de los mensajes de urgencia, debe hacer conciencia sobre su responsabilidad
social y frenar ese estrepitoso episodio
de clientelismo electoral, auspiciado
desde las altas esferas del poder y financiado con dineros públicos, que busca privilegiar
las aspiraciones reeleccionistas del Presidente Santos.
Es bien probable, altamente
probable, que los compatriotas pobres y verídicamente necesitados de soluciones
habitacionales, prefieran construir con sus propias manos, técnicamente dirigidos
y honradamente fiscalizados, en terrenos
previamente seleccionados y acondicionados por ellos mismos, las casas que el gobierno pretende regalarles en cualquier parte, de cualquier manera y a
precios insospechados.
En el circo no es recomendable
buscar aplausos con volatineros suicidas, como no es bueno que el gobernante
compre favorabilidad con dineros oficiales. En ambos casos se pone en riesgo la
permanencia del establecimiento.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, abril de 2012