En este país enfermo, agobiado por viejas
dolencias mal tratadas y nunca curadas, cualquier simple resfrío puede degenerar en pulmonía y
hasta en paro respiratorio, de ahí que sea aconsejable exigir diagnósticos
precisos que conjuren la complicación y los desenlaces fatales.
No es raro, por lo contrario es frecuente, oír comentarios que
pueden ir más allá de elementales sospechas, en donde de pronto se enreda una
picardía, o muchas, y para nada es bueno que ellos queden allí flotando en el
éter como si nadie los hubiera hecho ni oído.
En el nutrido jaleo entre presidentes, el
anterior y el actual, se ha impuesto un estilo que pone a la gente a pensar cosas bastante torcidas.
Superada la sorpresa y paladeada la amargura
sufridas por los electores del Presidente Santos; quien efectivamente desatendió el mandato otorgado por unas
mayorías voluminosas y respetables, que por obvias razones políticas tienen todo el
derecho a reclamar y recordarle al mandatario que no hace ni cumple lo debido; se
abrió espacio un pugilato verbal necesario, que se tenía que dar, porque nadie
puede pretender que el silencio sea mecanismo idóneo para reivindicar ideas.
Pero ese escenario de confrontación ideológica
se enrareció y se convirtió en
gallera, en donde predominan indirectas y
palabrejas imprecisas, en las que pesa más lo encriptado que lo diáfano, y a las que les falta la claridad característica
del buen ejercicio dialéctico.
En lugar de confundir a la concurrencia con
esa catarata de mensajes telegráficos, de cuya correcta transcripción como que
nadie se hace cargo, debieran decirnos la verdad monda y lironda.
Si tenemos cáncer pues que nos lo digan de una vez, pero que no
nos dejen agonizar ignorándolo, esperando milagrosos efectos de las pócimas habaneras.
Cuando al Presidente Juan Manuel Santos en un
guayabo vallenato se le ocurrió decir que sus hijos no tienen contratos con el
Estado, en socorrida alusión que el público asocia con los hijos del doctor Álvaro Uribe Vélez,
más se demoró Santos en disparar el dardo que Uribe en responder, y el puyazo fue
fulminante: “Presidente
Santos mis hijos no tienen negocios con el Estado ni yo soy socio de proveedores
de Mindefensa. ¿Y usted?” …
Colombia se pregunta si Santos sí es socio.
En
un momento verdaderamente crítico para la supervivencia de las democracias
continentales, cuando en el vecindario se imponen dictaduras engendradas en el
siglo pasado, desconcierta y preocupa que a Colombia le puedan ocurrir anacronismos
similares, y que las instituciones nacionales competentes no tengan suficiente
entereza para decirle al país, sin enredos ni morfina, cuáles son los brebajes
que se preparan en las entrañas de palacio y sus oficinas ministeriales.
Mucho más urgente se torna esa necesidad de verdades, ahora,
en estos días, cuando el atentado a un periodista de la revista Semana, sin
muchas vueltas ni esperas, en las construcciones hipotéticas de varios analistas, se vincula a la investigación
de negociados que se cocinan en las altas esferas con proveedores del
Ministerio de defensa, ojalá sin los aliños para la reelección presidencial.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, abril de 2013