domingo, 24 de mayo de 2015

Legitimidad del bombardeo




 Si peligrosos narcotraficantes mantienen y ensanchan sus laboratorios y campamentos coqueros en territorios selváticos, y en actitud demencial degradan la biodiversidad mediante irregular explotación de metales preciosos y otras riquezas naturales colectivas, lo que resulta legítimo es atacarlos y desactivarlos.

 No nos podemos quedar quietos en el punto de partida, sin tangibles demostraciones de paz, ni en ingenua esperanza  de que ellos  atenúen sus violencias.

 Mucho menos cuando golpean la integridad personal de nuestros soldados y  buscan el resquebrajamiento moral de las fuerzas militares; ni cuando, para justificar atropellos, sindican de provocadores a los integrantes de tropas oficiales que vigilan y aseguran territorios en riesgo.

  que en actitud demencial degradan la viodiversidadbajo el espurio d, ni el terrorla poblaci que la negociacin la que nuestros nBajo falaces promesas de apaciguamiento; porque durante su embustera  tregua -21 veces violada-   no cesaron las emboscadas contra nuestras fuerzas armadas, ni desaparecieron los apremios violentos contra mujeres, menores, y  poblaciones campesinas inermes, ni se frenó  el terrorífico minado de escuelas y senderos rurales; cínicamente insisten en conseguir impunidad para los crímenes que agotan.

 Cuánta falta les hace el positivo impulso de la buena fe y el inefable sentido común.  En sus mentes alucinadas por espejismos de triunfo se achican los espacios para sosegadas reflexiones. Envalentonados por desbordante flujo de recursos financieros insisten en el anacrónico camino de las armas para tomarse  el poder, y displicentes cierran sus oídos al clamoroso pacifismo de la sociedad civil.

 Indiscutiblemente los enemigos de la paz son ellos. El Presidente, aún contra el querer popular, les hace concesiones graciosas; facilita sus desplazamientos internacionales; hace suspender procesos y órdenes de captura contra cabecillas implicados en crímenes de lesa humanidad; excluye de operaciones militares extensas regiones estratégicas, como la zona fronteriza del Catatumbo; desactiva la erradicación de cultivos ilícitos en todo el territorio nacional; les garantiza condenas generosamente blandas frente a la gravedad de sus ilicitudes; pero ellos se empecinan en transformar el Estado desde su cómoda estancia antillana, como si fueran el  poder constituyente, y prosiguen orondos en su accionar delictivo.

 Es claro que nuestras Fuerzas Armadas tienen el deber moral y la obligación constitucional de contrarrestar las delincuencias encaminadas a debilitar la supervivencia del Estado; para ello están instituidas y en eso consiste su misión.

 Ninguna organización, ningún grupo de presión, ningún estamento, por poderosos e influyentes que estos sean, pueden pretender que las fuerzas estatales se paralicen ante el crimen y el desacato a la ley, ni que el mando superior limite sus operaciones regulares a reducidos espacios geográficos no perturbados. Acogidos al Estado de Derecho, nos sometemos al imperio de la ley en todo el territorio nacional.

 Erran quienes consideran ilegítimo el bombardeo al campamento guerrillero en San Agustín, municipio de Guapi. Se equivocan los que atribuyen el operativo a exceso de fuerza estatal. Flaquean quienes califican la acción militar como ataque indebido y violatorio de derechos fundamentales a los alzados en armas.

 Colombia necesita defenderse del enemigo interno que quiere destruirla.

 Lo irónico es que los mismos bandidos, primero ellos, bombardearan a  nuestros soldados en reposo, y que por fuerza de su villanía, acusen ahora los bombardeos que el gobierno evitaba.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 23.05.15