lunes, 19 de agosto de 2013

La encrucijada




 Claro que la paz y la felicidad son riquezas espirituales de incalculable valor y es cierto que la gran mayoría de los hombres suspiramos por disfrutarlas, pero como son conceptos ideales, ajenos a la forma material, no se obtienen por mandamiento legal ni mediante orden judicial  o administrativa, mucho menos por contrato entre bandos contendientes.

 Para decirlo bien,  si es que culminan satisfactoriamente, al finalizar los diálogos de La Habana sólo podría afirmarse que se lograron razonables puntos de entendimiento, conforme al ordenamiento constitucional vigente,  o  que se pactaron compromisos para aclimatar la convivencia dentro de ese marco legal superior, mediante impulso de reformas que incorporen algunas figuras legales necesarias para que el pacto subsista, pero siempre acatando las formas y mecanismos preexistentes para modificar las instituciones.

 Admitir algo distinto sería consentir el derrumbamiento del Estado de derecho que  nos rige,  y  depositar los valores ciudadanos y los intereses nacionales en manos de unos pocos bandidos que, por las vía del terror y el crimen, han pretendido apropiarse de la función legislativa y del gobierno.

 Por supuesto que no es fácil llegar a estadios de plena armonía. La disparidad de intereses económicos, de conceptos teóricos sobre el ejercicio del poder,  y  la tentación de imponer determinadas tendencias ideológicas, introducen tensiones permanentes que demandan conciliaciones oportunas y respuestas concretas no siempre realizables a corto plazo.

 De ahí que sea imprudencia y engaño presentar los acercamientos como logros y hacerle creer a la gente que sólo faltan las firmas de los negociadores para que la paz aparezca. Igualmente es calentura hablar de postconflicto cuando ni siquiera se vislumbra un cese el fuego o una tregua que deje imaginar verdaderos propósitos de finalizar el enfrentamiento  armado, o de intentar transformaciones políticas sin acudir  a la amenaza y al gesto violento.

 El bombardeo incesante contra civiles y  militares, como lo confirman actuales ataques en Arauca y Cauca, donde se rumora acaban de asesinar  un oficial durante tiroteo a helicóptero militar, y en Tolima donde incineraron un transporte público; la continuidad en el procesamiento de narcóticos por parte de frentes guerrilleros en todo el territorio nacional; la persistencia en el secuestro;  y el permanente traficar de armas y explosivos en zonas hostigadas por fuerzas irregulares, son señales inequívoca de que la guerra será larga.

 Para el pueblo colombiano es preferible que Santos sea sincero y realista,  que descienda de las esferas metafísicas y reconozca la encrucijada en que se encuentra, de la que sólo podrá salir suspendiendo el sainete cubano, para dedicarse a solucionar las angustias físicas de millones de agricultores colombianos arruinados por el bajo precio de sus cosechas y el alto costo de los insumos necesarios para producir comida; que asuma con hombría la defensa del mar territorial  usurpado por el gobierno de Nicaragua; que  recupere el orden institucional manifiestamente pervertido al interior del país; y que no endulce la píldora hablando de una utópica  etapa de postconflicto mientras los enemigos del pueblo fortalecen sus finanzas y redoblan las incursiones contra poblaciones alejadas, olvidadas y empobrecidas.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, agosto de 2013