Parece
que a los diálogos de Cuba no se llegó mediante la concertación seria de una
agenda limpia, que propicie su franco agotamiento sin obstáculos ni patrañas.
Los
iniciales desajustes para que los delegados
coincidieran en Oslo, la exótica
petición para que el prisionero Simón Trinidad participe físicamente, la
inclusión tardía aunque no sorpresiva de la extraditable holandesa, la distancia sideral entre el discurso programático del doctor
Humberto de La Calle y la arenga revoltosa de Márquez, más la avispada pretensión
de que a los guerrilleros, todos con
procesos y condenas criminales vigentes, se les levantaran las ordenes de
captura de manera general e
incondicional, nos indican que muchos aspectos
esenciales del trámite quedaron sueltos, a manera de comodines que la cuadrilla
tirará sobre el mantel conforme al ritmo que su juego requiera.
Se
agrega a ello la dilación de cuatro días para abordar el primer tema, el de la tierra, afirmando
la necesidad de abrirle espacios a cierta participación ciudadana.
Para
decir lo menos, resulta inusual semejante indeterminación metódica en un
conversatorio con tanto significado político,
porque en el previo acuerdo del método se jugaba el futuro del diálogo. No
digamos que de la paz, puesto que aún es temprano para hablar de tan altruista resultado.
Si
así pinta la cosa, no pinta bien, y no sería raro que a los acuerdos
inicialmente bosquejados, que sólo eso serán hasta cuando todo quede acordado,
se les quiera modificar en posteriores bosquejos de acuerdo sobre temas
subsiguientes, y allí entraríamos, entrarían los confundidos negociadores, en
una tirantez de nunca acabar, de esas que históricamente sólo se solucionaban con
dictatoriales encerronas, pero que el señor Santos sólo podrá resolver parándose
de la mesa.
Difícil
y lamentable situación la del mandatario colombiano, que tanto predicó sobre el
momento oportuno y las condiciones ideales para exhibir el mágico artilugio, su
llave de la paz, que, como por artes de magia, ahora guarda un coronel venezolano.
Queda
demostrado aquí el tradicional peligro de las malas compañías y las peores
amistades.
El
presidente de Colombia está entrampado en Cuba, en manos de quienes no debió
caer, extraviado en el laberinto de sus egoísmos, sometido a las presiones de
un vecindario nada confiable, con toda la carne puesta sobre un horno
crematorio de donde difícilmente podrá rescatar presa buena.
Claro
que los colombianos le deseamos suerte, es nuestra propia suerte la que se
arriesga en esta ruleta rusa. Claro que soñamos con la paz de la que tantos
hablan pero que ninguno conoce, aunque lejos están las realizaciones del deseo.
La
improvisación demostrada, así nos digan que la charla se hizo extensa, nos pone
en posición de desventaja ante unos tahúres
mañosos, desconsiderados y vesánicos, para quienes la cuenta del tiempo no
existe, a quienes nadie espera en casa, y que sólo anhelan hacer saltar la
banca para recoger toda la apuesta.
Ese
destino nacional nuestro, por muchos imaginado prometedor y esplendoroso, quedó
expuesto a la compulsión enfermiza de un
jugador que resolvió apostarlo todo en
una sola entrada.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán
13.11.12