La paz y la felicidad se parecen
en que, una vez perdidas, nunca se regresa a ellas.
El mundo en su caótica existencia, porque desde cuando era
caos era mundo y nunca ha dejado de ser caos, ha ido y venido haciendo eses y
erres en busca de imposibles que ilusionan y matan.
La Operación Odiseo inscribe a
Colombia en lista de espera para volver a los esquivos terrenos de la paz feliz,
pero muchas eses y erres vamos a
describir antes de toparnos un mísero remedo
de tan alto ideal.
Milan Kundera, auténtico filósofo
de la vieja Bohemia, en el introito de su novela “La ignorancia”, con suaves oleajes semióticos
nos pasea por las etimologías griegas, y nos empuja hasta las playas de Ítaca para mostrarnos a Odiseo como “el mayor
aventurero y nostálgico de todos los tiempos”.
Pero en búsqueda de la esencia de
las cosas, suprema tarea del filosofo, nos apabulla con su definición de
nostalgia: “sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar”.
Por cuanto que nuestro Odiseo,
como Ulises en La Odisea, encarnan al nostálgico aventurero de Kundera, largas luchas
y cruentos sacrificios serán necesarios en tránsito
hacia ese destino imposible, la felicidad de la paz.
Bueno sería poder sentarnos a
decretar la pronta concreción de un sueño. Eso es el testamento de Bolívar, un
bello sueño a cuya realización anhelaba
que contribuyera su muerte.
El terrible itinerario de
nuestros últimos quinientos años no da para bonitas previsiones. Tal parece que
el infortunio de nuestros países, como el de los que inspiran a Kundera,
“consiste en la ausencia total de esperanza”.
Desolador panorama, sí, pero no
menos realista. Imposible olvidar que frente a viejas verdaderas democracias,
de la nuestra se dice que no pasa de ser una joven democracia en formación.
No han transcurrido aún
doscientos años desde el triunfo de nuestra rebeldía contra el coloniaje, y
sangrientas confrontaciones intestinas han caracterizado nuestro devenir
republicano. Nuestras guerras nacieron con la llegada de Colón, y la última de
ellas, talvez más dolorosa que las otras, está en pleno desarrollo.
Acabamos de ganar una batalla, y
no cualquier batalla, pero quedamos sin saber cuando terminará la guerra.
Bendita sea la Providencia que
guía a nuestros soldados y les muestra caminos transitables para debilitar al
enemigo. Honrados sean los valerosos militares que ahora hacen Patria a costa
de su tranquilidad personal y a expensas
de la tranquilidad de sus familias. Los colombianos que aplaudimos sus
victorias, que son nuestras, no tenemos con qué retribuirles el bien que hacen
a la sociedad.
Mas ¿cuál será la respuesta de los antisociales
que pululan en campos y ciudades, ansiosos ellos de riqueza rápida, sedientos
de figuración y poderío dentro de unas organizaciones marginales, carentes de
frenos morales, y afianzadas en el ejercicio de la barbarie?
Los días que nos esperan son
difíciles, muníficas fundaciones internacionales que para todo se prestan ya
deben estar pertrechando la zaga de milicianos, mortíferos herederos de una
cuadrilla violenta y peligrosamente adolorida por la baja de su cabecilla
insepulto.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.11.11