miércoles, 9 de noviembre de 2011

Paz y felicidad



La paz y la felicidad se parecen en que, una vez perdidas, nunca se regresa a ellas.

El mundo en su  caótica existencia, porque desde cuando era caos era mundo y nunca ha dejado de ser caos, ha ido y venido haciendo eses y erres en busca de imposibles que ilusionan y matan.

La Operación Odiseo inscribe a Colombia en lista de espera para volver a los esquivos terrenos de la paz feliz,  pero muchas eses y erres vamos a describir  antes de toparnos un mísero remedo de tan alto ideal.

Milan Kundera, auténtico filósofo de la vieja Bohemia, en el introito de su novela  “La ignorancia”, con suaves oleajes semióticos nos pasea por las etimologías griegas, y nos empuja hasta las playas de Ítaca  para mostrarnos a Odiseo como “el mayor aventurero y nostálgico de todos los tiempos”.

Pero en búsqueda de la esencia de las cosas, suprema tarea del filosofo, nos apabulla con su definición de nostalgia: “sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar”.

Por cuanto que nuestro Odiseo, como Ulises en La Odisea, encarnan al nostálgico aventurero de Kundera, largas luchas  y  cruentos sacrificios serán necesarios en tránsito hacia ese destino imposible, la felicidad de la paz.

Bueno sería poder sentarnos a decretar la pronta concreción de un sueño. Eso es el testamento de Bolívar, un bello sueño a cuya realización anhelaba  que  contribuyera su muerte.

El terrible itinerario de nuestros últimos quinientos años no da para bonitas previsiones. Tal parece que el infortunio de nuestros países, como el de los que inspiran a Kundera, “consiste en la ausencia total de esperanza”.

Desolador panorama, sí, pero no menos realista. Imposible olvidar que frente a viejas verdaderas democracias, de la nuestra se dice que no pasa de ser una joven democracia en formación.

No han transcurrido aún doscientos años desde el triunfo de nuestra rebeldía contra el coloniaje, y sangrientas confrontaciones intestinas han caracterizado nuestro devenir republicano. Nuestras guerras nacieron con la llegada de Colón, y la última de ellas, talvez más dolorosa que las otras, está en pleno desarrollo.

Acabamos de ganar una batalla, y no cualquier batalla, pero quedamos sin saber cuando terminará la guerra.

Bendita sea la Providencia que guía a nuestros soldados y les muestra caminos transitables para debilitar al enemigo. Honrados sean los valerosos militares que ahora hacen Patria a costa de su tranquilidad personal y  a expensas de la tranquilidad de sus familias. Los colombianos que aplaudimos sus victorias, que son nuestras, no tenemos con qué retribuirles el bien que hacen a la sociedad.

Mas  ¿cuál será la respuesta de los antisociales que pululan en campos y ciudades, ansiosos ellos de riqueza rápida, sedientos de figuración y poderío dentro de unas organizaciones marginales, carentes de frenos morales, y afianzadas en el ejercicio de la  barbarie?

Los días que nos esperan son difíciles, muníficas fundaciones internacionales que para todo se prestan ya deben estar pertrechando la zaga de milicianos, mortíferos herederos de una cuadrilla violenta y peligrosamente adolorida por la baja de su cabecilla insepulto.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.11.11