Ni en medio de inesperadas declaraciones de fe
católica que hace la izquierda puede
Colombia esperar paz estable, no la habrá porque los textos inspirados en el
socialismo del siglo XXI, nutriente
fundamental de eso que las partes contratantes aún no firman, están redactados para
engañar.
Falta hizo una mente iluminada para el bien y
formada para el derecho y la justicia, como la del inmortal don Andrés Bello, que
les infundiera esa pulcra tesitura idiomática, belleza semántica, transparencia
conceptual, a la par que profundidad filosófica, tan estrictamente necesarias
en vanidosas proyecciones legislativas como las insinuadas.
Es lógico advertir que esos textos no
contienen un eje moral, ni directrices éticas, ni formulas inteligentes para potenciar
nítidos anhelos de excelencia social, simplemente encarnan andamiaje electorero,
cierta suerte de tramoya escénica para tratar de inyectarle al orden
constitucional existente unas ideologías que poco riman con ancestrales
postulados nacionales de bienestar comunitario, ni implican propósitos de buen
vivir como socarronamente denominan allí a plausibles objetivos relacionados
con el rendimiento de esfuerzos productivos legítimos que desde tiempos
inmemoriales hacen las clases trabajadoras para asegurar el humano sustento.
Ningún colombiano sano de mente podrá explicarse,
ni hoy ni en el futuro, como fue factible que desde el Congreso de la República
se diera vía expedita a un plebiscito amañado para que la desinformada base
popular decidiera la refrendación de acuerdos
absolutamente desconocidos por el Poder Legislativo, porque no nos digamos
mentiras, ningún padre de la patria, ni el más aplicado, dispuso de espacio razonablemente
suficiente para leer siquiera, mucho menos para entender insospechadas
transformaciones institucionales ideadas por pretendidos constituyentes
habaneros.
Una semana después de publicada la parte
conocida –porque subsiste parte desconocida- ya se puede decir que hay allí un estropajo de
funciones y misiones, de instituciones y asociaciones, de comisiones y
organizaciones, de reglamentaciones y atribuciones que terminarán estorbándose entre
sí, y darán lugar a toda suerte de
interpretaciones, de aventuras jurisprudenciales y doctrinarias tanto o más costosas
y desgastantes que las impulsoras del
actual estado de corrupción.
Por las censurables expectativas que de los
acuerdos fluyen, ya muchos malos vecinos de poco trabajo están con la mira
puesta en los predios de los vecinos que sí trabajan, pendientes de beneficiarse
con la insana expropiación administrativa.
Bandas de traficantes audaces preparan semilleros
y derriban bosques primarios para establecer nuevas plantaciones coqueras, que no serán
perseguidas, ni fumigadas, ni erradicadas mientras no esté
suficientemente acreditado que el gobierno ha cumplido con los programas de sustitución
integral de cultivos. De sobremesa se deja a merced de financiadores narcos decidir
si voluntariamente arrancan cocales para intentar ensayos en otros renglones
agrícolas, subsidiados desde luego por quienes han perseverado en agricultura lícita y
pagan altísimos impuestos que crecerán porcentualmente dentro de la próxima reforma
tributaria.
Dicen las leoninas clausulas, y lo pregonan voceros
guerrilleros, que la paz depende del cumplimiento del Estado, como si sanas reglas
de equilibrio contractual no hicieran imperativo el principio de reciprocidad. “Doy
para que des” decían los romanos, pero los usureros de la paz quieren recibir
sin dar.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
04.09.16