domingo, 4 de septiembre de 2016

El engendro




 Ni en medio de inesperadas declaraciones de fe católica  que hace la izquierda puede Colombia esperar paz estable, no la habrá porque los textos inspirados en el socialismo del siglo XXI,  nutriente fundamental de eso que las partes contratantes aún no firman, están redactados para engañar.

 Falta hizo una mente iluminada para el bien y formada para el derecho y la justicia, como la del inmortal don Andrés Bello, que les infundiera esa pulcra tesitura idiomática, belleza semántica, transparencia conceptual, a la par que profundidad filosófica, tan estrictamente necesarias en vanidosas proyecciones legislativas como las insinuadas.

 Es lógico advertir que esos textos no contienen un eje moral, ni directrices éticas, ni formulas inteligentes para potenciar nítidos anhelos de excelencia social, simplemente encarnan andamiaje electorero, cierta suerte de tramoya escénica para tratar de inyectarle al orden constitucional existente unas ideologías que poco riman con ancestrales postulados nacionales de bienestar comunitario, ni implican propósitos de buen vivir como socarronamente denominan allí a plausibles objetivos relacionados con el rendimiento de esfuerzos productivos legítimos que desde tiempos inmemoriales hacen las clases trabajadoras para asegurar el humano sustento.

 Ningún colombiano sano de mente podrá explicarse, ni hoy ni en el futuro, como fue factible que desde el Congreso de la República se diera vía expedita a un plebiscito amañado para que la desinformada base popular decidiera la refrendación de  acuerdos absolutamente desconocidos por el Poder Legislativo, porque no nos digamos mentiras, ningún padre de la patria, ni el más aplicado, dispuso de espacio razonablemente suficiente para leer siquiera, mucho menos para entender insospechadas transformaciones institucionales ideadas por pretendidos constituyentes habaneros.

 Una semana después de publicada la parte conocida –porque subsiste parte desconocida-  ya se puede decir que hay allí un estropajo de funciones y misiones, de instituciones y asociaciones, de comisiones y organizaciones, de reglamentaciones y atribuciones que terminarán estorbándose entre sí,  y darán lugar a toda suerte de interpretaciones, de aventuras jurisprudenciales y doctrinarias tanto o más costosas y desgastantes que las  impulsoras del actual estado de corrupción.

 Por las censurables expectativas que de los acuerdos fluyen, ya muchos malos vecinos de poco trabajo están con la mira puesta en los predios de los vecinos que sí trabajan, pendientes de beneficiarse con la insana expropiación administrativa.

 Bandas de traficantes audaces preparan semilleros y derriban bosques primarios para establecer nuevas plantaciones coqueras, que  no serán  perseguidas, ni fumigadas, ni erradicadas mientras no esté suficientemente acreditado que el gobierno ha cumplido con los programas de sustitución integral de cultivos. De sobremesa se deja a merced de financiadores narcos decidir si voluntariamente arrancan cocales para intentar ensayos en otros renglones agrícolas, subsidiados desde luego por  quienes han perseverado en agricultura lícita y pagan altísimos impuestos que crecerán porcentualmente dentro de la próxima reforma tributaria.
  
 Dicen las leoninas clausulas, y lo pregonan voceros guerrilleros, que la paz depende del cumplimiento del Estado, como si sanas reglas de equilibrio contractual no hicieran imperativo el principio de reciprocidad. “Doy para que des” decían los romanos, pero los usureros de la paz quieren recibir sin dar.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 04.09.16