sábado, 27 de diciembre de 2014

El holocausto de los inocentes




Si se le pide a un padre de familia que permita a su hijo salir a la esquina para compartir  con los vecinos del barrio  y con visitantes de otros barrios, muy seguramente no se interesará por identificar y conocer esos vecinos del barrio y esos visitantes, pero el niño saldrá.

Si le preguntamos a un chico que explique las razones por las cuales comparte con jóvenes vulgares que merodean por los caseríos y departe con personas desconocidas, muy seguramente argumentará que su papá se lo permite y ¡ya! como suelen decir los chicos y nos lanzará el humo en los ojos.

¿Saben los  padres de familia  con quiénes se reúnen sus chicos en la esquina, en la cancha  o en el parque del barrio?

La sociedad nuestra, la de hoy, suele ser disparatada en sus comportamientos, negligente frente a sus obligaciones y permisiva, muy permisiva, cuando se requiere que sea selectiva y restrictiva.

¿Restrictiva? Sí ¡restrictiva!

Ahora nos ha dado por ser laxos, indiferentes e irresponsables para no tener que afrontar la crítica menuda de los parientes "cultos", de los vecinos "exitosos" y de los consejeros "gratuitos" que, a no dudarlo, nos catalogarán anticuados, anacrónicos, desorientados y hasta retrógrados cuando intentemos mantener con nosotros, bajo nuestra mirada y nuestros cuidados a esos pequeños gigantes que son los chicos de ahora.

Pues mucho cuidado con esos pequeños gigantes. Les hemos permitido volar mas allá de la capacidad de sus alas, les hemos otorgado, teóricamente, una capacidad de vuelo que no tienen, los hemos lanzado a las tinieblas exteriores a que escruten, con sus ojos de niños, un mundo no apto para menores.

La capacidad humana para dañar es infinita. El derroche de maldad es incontenible. El afán de marcar zonas controladas por el crimen organizado y de ampliar permanentemente los territorios marcados, tanto en los campos como en las ciudades, es algo que desbordó la malicia de la gente buena y tiene arrinconada la propia  fuerza del Estado llamada a combatir la delincuencia.

Familias distinguidas, reconocidamente sanas, de  aquilatadas virtudes, de bondadosas costumbres, dignas del cariño y el respeto de sus conciudadanos, lloran amargamente los desmanes, las indelicadezas, las fechorías, los crímenes agotados por sus niños consentidos y hasta la propia muerte de esos menores que un día salieron a reunirse con  unos desconocidos para no regresar jamás.

A esos padres que eludieron el compromiso de educar, de formar, de vigilar, de aconsejar y de restringir, los sustituyeron los eternos emisarios del hampa, que nunca dejarán de reclutar adolecentes  para enseñarles a irrespetar, a delinquir, a robar, a traficar, a disparar y a matar.

Mientras sigamos desentendidos de los movimientos de nuestros hijos y mientras sigamos creyendo que el orden, el control y la disciplina traumatizan, estaremos sacrificando nuestros hijos en las hogueras del mal.

Inocentada: A quienes se les ocurre leer mis ocurrencias y al periódico que las publica deseo mejores días en el año que llega. Además confieso que este texto no es de ahora pero parece que lo fuera.



Miguel Antonio Velasco Cuevas

lunes, 22 de diciembre de 2014

Ni rosa blanca ni mano franca




"... para el amigo sincero que me da su mano franca, cultivo la rosa blanca, ... y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardos ni ortiga cultivo, cultivo una rosa blanca ..."

 Con socarrona referencia a la amistosa rima del cubano José Martí se objetó oficialmente la pretensión de tregua bilateral emitida desde La Habana.

 Merecida resultó la punzante respuesta del Ejecutivo. Es que el navideño mensaje guerrillero se caracteriza por la torcida maña con que se conmina al Estado social de derecho para que paralice la función constitucional de garantizar orden y seguridad a los asociados. De contera insinúa ponerle freno a legítimas operaciones militares. No podía el gobierno inclinarse mansamente ante la irreverencia contenida en tan perversa diatriba.

 Con pérfida jugada de ajedrez intentaron liquidar la partida, pero sólo consiguieron incrementar la desconfianza sobre el brumoso desenlace de las lentas negociaciones.

 Se agitó pues el tablero de La Habana, consiguieron agitarlo los guerrilleros, aunque el lógico contraataque oficial neutraliza la embestida. Los pronunciamientos del gobierno frenan el canallesco enroque  diseñado por los delincuentes para ponerse a salvo de las fuerzas estatales.  Era necesaria una respuesta así, de rechazo a verificaciones propias de las treguas bilaterales, sencillamente porque Colombia no puede aceptar condicionamientos torticeros ni renunciar al control territorial en ningún espacio geográfico.

 Como una rosa con espinas catalogó el presidente Santos el peligroso aguinaldo que inciertamente se promete a partir del 20 de diciembre, y atinó el mandatario, nada más atractivo que la fragancia de esa flor ni más dañino que el garfio de sus tallos.

 Mientras llegan los esquivos calendarios en que un nuevo nacimiento de Cristo nos permita  experimentar  los deleites del eterno mensaje navideño, "una tierra de paz para hombres de buena voluntad", afinemos la malicia y las cautelas aconsejadas por la prudencia de verdaderos sabios, porque si la guerrilla habla de cese indefinido de hostilidades, pero sólo mientras las estructuras armadas irregulares no sean objeto de ataques por parte de la fuerza pública, pues no estamos ante una seria declaración de tregua, ni es nada raro que prontamente se quiebre tan frágil promesa, al fin y al cabo la tentación terrorista  permanece latente y las tajantes crueldades  del presente desvertebran las anunciadas bondades del porvenir.

 Basta recordar que difundieron su aviso en medio de absurdas agresiones contra soldados del Cauca y contra policías de Norte de Santander, contra la productividad y  competitividad internacional del puerto de Buenaventura, y contra la estabilidad funcional de la carretera panamericana. Otra vez la inútil dialéctica del asfalto. 

 En los años 2012 y 2013 fueron los mismos guerrilleros quienes violaron sus treguas unilaterales navideñas, catorce veces la primera, y doce la segunda.

 El cotidiano ejercicio del terror desvirtúa sus arrebatos de apaciguamiento, fácilmente aflora en ellos la sanguinaria genética  del lobo camuflado con piel de oveja.  Esos supuestos redentores de oprimidos, que esgrimen el error como accidental determinante de sus crímenes, debieran buscar en estas fechas la celestial estrella que los guíe hacia su propia redención.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.12.14

domingo, 14 de diciembre de 2014

Marcha




 Hubo marcha, y no una movilización paga ni embadurnada de melaza. De manera espontánea salió la gente a expresar insatisfacción y descontento, a rechazar la humillante postración del gobierno ante una caterva delincuencial cínica y psíquicamente incapaz de reconocer los daños causados a la sociedad.

 Los colombianos marchantes, que anhelan feliz convivencia y bienestar colectivo, manifestaron en calles y plazas de las principales ciudades su repudio a la impunidad, no a la paz como algunos torcidamente afirman. La inconformidad no es con la búsqueda de la paz sino con la inicua metodología de los diálogos y la oscura maquinación de los acuerdos.

 Harto se  diferencia una negociación abierta,  limpia y altruista, que genere confianza y propicie consensos  para el bienestar  general y el progreso colectivo, de ese tapujo en que se gestan groseras claudicaciones, no para vivir en paz, sino para ambientar el establecimiento de un sistema caótico en que reducida minoría violenta pretende reformar la Constitución conforme a sus gustos y preferencias.

 Permanentemente, desde cuando se les cayó la tramoya y tuvieron que publicitar la existencia de los diálogos, y seguramente durante el secretismo de oculta etapa embrionaria, diversos voceros del grupo terrorista han salido a disimular sus acciones delincuenciales con falaces argumentos que el pueblo ni se traga ni digiere.

 Quisieran los facinerosos desfigurar y ocultar la tajante brutalidad de sus crímenes, pero torpemente los siguen cometiendo a la sombra de una estrategia poco política aunque sí tácticamente intimidante.

 Porque de político nada tiene el fusilar a quienes no comparten sus métodos ni consienten sus delincuencias, como acaban de hacerlo con el comandante del puesto de policía de López de Micay;  ni el destruir la infraestructura vial nacional, como lo hicieron la semana pasada con un tramo de la carretera panamericana entre Popayán y Cali;  mucho menos el deforestar inmensas extensiones selváticas para sembrar coca, como actualmente ocurre justamente en la cuenca del río Micay sobre la costa del Pacífico caucano;  tampoco se inscribe en la acción política el envilecer las condiciones vitales de la población rural inerme,  a la que le imponen obligaciones y contribuciones que quebrantan su espíritu de orden y sentido de legalidad, para forzarla a ocultar armas, transportar insumos para procesamiento de narcóticos, o guardar silencio ante violaciones y reclutamientos de menores, o ante frecuentes despojos patrimoniales.

 Es natural y necesario que personas comprometidas con el destino de la patria, empeñadas en mantener y conservar el digno espíritu de unidad nacional, convencidas de las bondades que se derivan del acatamiento y respeto a instituciones superiores tradicionalmente defendidas por verdaderos adalides de las libertades públicas  y de los derechos inalienables de los seres humanos, enfilen sus críticas y protestas pacíficas contra procaces ablandamientos del establecimiento,  orientados a desestructurarlo, para sustituirlo por esquemas administrativos y socioeconómicos dolorosamente fracasados, como ya se aprecia en la vecina Venezuela.

 Existen, menos mal, noticias reconfortantes: La Corte Penal Internacional advierte que cualquier acuerdo de paz debe ser compatible con el Estatuto de Roma y que no consentirá la impunidad para graves crímenes cometidos durante el conflicto colombiano.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.12.14

sábado, 6 de diciembre de 2014

Interrogantes




 ¿Irremediablemente se deben aprobar caminos catastróficos? ... Este y los que se le parezcan son interrogantes que necesitan plantearse los jóvenes colombianos de hoy.

 El estrépito de ofensivos escándalos públicos  a diario conocidos y  de inmediato soslayados, deja ver que es necesario reconstruir la desvencijada  estructura institucional, y que al interior de la sociedad hace falta buena dosis de sensibilidad en pro del bienestar comunitario y un positivo acercamiento a las disciplinas del espíritu.

 Son inaplazables los ajustes éticos y es urgente la proyección de sanas infraestructuras productivas que busquen integral mejoramiento de las nuevas generaciones.

 No debiera ser así pero lo es: el actual ciudadano promedio ya no se inquieta por el acto irregular o abiertamente ilícito que se ejecuta en los tenebrosos entramados de la administración pública. La cuota, el subsidio, la tajada, la chanfaina o la escueta permisividad son materia prima que sustenta y consolida insoportables niveles de corrupción estatal.

 Por física pereza intelectual y muscular, perversamente inoculadas desde las élites  y dócilmente cultivadas y  amplificadas por la masa clientelar, se hunden las gentes comunes en los lodazales de la ignorancia,  y en la criminalidad como reprochable mecanismo de figuración pública e ilegítima fuente de recursos dinerarios para satisfacer exigencias consumistas.

 Para colmo de males, entre tantos desaciertos gubernamentales  y desfachatadas componendas   fraguadas para desarticular tanto  el ordenamiento constitucional vigente como las ancestrales nervaduras culturales, se aclimatan  en estos tiempos dulzarrones  aromas de displicencia frente a los retos jurídicos y morales del mañana,  y se alientan mafiosas proclamas para desmoronar los anclajes  de  la dignidad colectiva y la pura esencia de la histórica lucha nacional contra el crimen.

 La labor de formación ciudadana, que fulguraba en los centros docentes de diversos niveles, y la genuina información que brillaba en paginas de diarios, frecuencias radiales y canales audiovisuales entraron en franca disolución. Escuelas, colegios y universidades extraviaron la carta de navegación que nos legaron los constructores de la república, y los medios, como abreviadamente se denominan múltiples y modernas redes de información masiva, prostituyeron el ejercicio de su misión social para sumirse en la  imbecilidad adulatoria pródigamente remunerada.

 El bochinche esquinero, la perorata cursi de chamanes y cartománticos, la imagen morbosa y repugnante, y la arrolladora promoción comercial de cachivaches inservibles, es lo  único que anida en la retina de quienes perseveran ante las pantallas chicas que, en otras épocas, llevaban a la plácida intimidad de los hogares colombianos no sólo cultas opiniones sino la actualidad de noticias cruciales.

 Con toda su capacidad instalada, los ejecutivos de radio, televisión y prensa merodean hoy en las oficinas públicas para recibir el cheque que compra silencios, sin que ningún reparo les merezca la estrafalaria cantilena gubernamental, indiscutible apología del delito, que pretende elevar la producción y venta de narcóticos a nobilísima forma de lucha para acceder al gobierno del Estado.

 Sin detrimento del honor y del buen juicio, ¿refrendarán los jóvenes colombianos de hoy el absurdo borrón de los prontuarios judiciales, propuesto por el presidente Santos, para elevar a la categoría de próceres nacionales a los más repudiados criminales del hampa criolla?

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 06.12.14