domingo, 14 de julio de 2013

Electores al diván




 En el campo psiquiátrico algo le funciona mal al electorado colombiano.

 Al intercambiar opiniones políticas siempre emerge el consenso sobre la necesidad de romper el status dominante, pero cumplidos los eventos electorales continúa la adversidad.

 En reuniones sociales, encuentros gremiales, comentarios especializados o charlas familiares nunca se omite el repudio a descompuestas prácticas politiqueras; nadie ignora que se burlan los  requisitos y se amañan las condiciones para torcer la selección de contratistas, y es evidente que no operan concursos de calidades, competencias y méritos.

 En el universo estructural del poder también ocurre que la excepción confirma la regla y eso hace aceptable que en política, como en cualquier ejercicio táctico, haya movimientos y  reubicaciones estratégicas y pequeñas concesiones de conveniencia. Además, al tenerse por demostrada la imperfección de los seres humanos y la falibilidad de sus conductas, cabe admitir moderados desajustes y disonancias.

 Pero lo que no encaja en los dominios de normalidad psíquica es blindar camarillas y oxigenar las dinastías clientelistas, encarnadas por demagogos que distorsionan el discurso de solidaridad comunitaria, y se disfrazan como desprendidos servidores de causas nobles para afianzar depravados connubios y traicionar ideológicamente a quienes los eligen.

 La idiotez no es atributo de la sociedad colombiana. Todo lo contrario, inteligencia y audacia integran el cuadro comportamental de una raza decantada en el crisol de luchas centenarias contra adversidades naturales,  desventajas económicas, y exclusiones raciales.

 De ahí que sorprenda una notoria predisposición a mantener y profundizar la crisis en lugar  de resolverla.

 El nudo gordiano que asfixia la institucionalidad y obstruye el progreso, que incrementa la inequidad y acelera la violencia, se consolida por el entrelazamiento de costumbres inmorales en la elite gobernante, laxitud operativa en el andamiaje administrativo, desfallecimiento en el control de la ejecución presupuestal, y fundamentalmente porque los pueblos renuncian al ejercicio del veto.

 Los ciudadanos tenemos derecho a presionar el  cumplimiento macro de los programas gubernamentales prometidos en campañas electorales; a que se perfeccionen las estrategias económicas para fortalecer los mercados agropecuarios, base de la subsistencia familiar en los sectores populares; a que se implementen planes permanentes para mejoramiento en la prestación de servicios primordiales; y a la  implantación de una ética pública que respete las decisiones democráticas de las mayorías y limite los desbordamientos de poder en que incurren algunos grupos financieros, conocidos conciliábulos cercanos al ejecutivo, y unos cuantos burócratas prepotentes que quisieran ignorar su condición de subordinados al aparato constitucional y a la voluntad popular.

 Debemos cortar los nudos que no se puedan deshacer.

 Es hora de ir al diván para preguntarle al yo profundo quiénes son los que merecen repetir, porque claro que los hay, y para disolver los miedos que nos impiden impugnar lo inconveniente, pero esencialmente para seleccionar a quienes hayan probado capacidad y responsabilidad representativa. No nos dejemos deslumbrar por quienes aparecen en  vísperas a disputar honores con los que han permanecido en el terreno y han puesto el pecho a las duras realidades de perseverante militancia. En política hay que hacer cola para mostrar la casta.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, julio de 2013