Desalentadores los recientes pantallazos de
Santos, con ese tono soso que deja mala espina y siembra negras dudas.
Funesto sería para el país, y para la
comunidad internacional, que el Nobel de Paz urdiera triquiñuelas para burlar un
mandato ciudadano mayoritario y preciso.
Tenebroso el futuro nacional si el mandatario piensa
acoger la torcida doctrina constitucional de los ministros Cristo y Holguín, quienes
en el infierno de la derrota confirieron
intangibilidad a los acuerdos rechazados por el pueblo, y atribuyeron absurdas competencias
decisorias a los guerrilleros, que dizque serían los facultados para enmendar
lo hecho con el gobierno. Ni porque fueran tratados internacionales ratificados
por el Congreso. Y si así es la cosa … apague y vámonos.
En medio de tardíos acercamientos con la
oposición, debe limpiarse de polvo y paja el discurso oficial y enfrentar los “ajustes”
con ecuanimidad y entereza. Santos está obligado a respetar y hacer respetar el
resultado plebiscitario en las urnas y los intereses de la sociedad que
democráticamente dijo no.
El presidente que salió con voz timbrada a recordarnos
su investidura de gobernante responsable de la paz pública, atribución que
nadie discutía, está en mora de rectificar sus equivocaciones sobre inminente retorno
guerrillero a sanguinarias y destructivas andanzas, sobre inmisericorde escalada
de terrorismo urbano que se aproximaba, y sobre ruptura de negociaciones si
triunfaba el no.
Toca rectificar la catastrófica teoría gubernamental,
y reconocer que las amenazas de guerra y
terrorismo eran pura y simple caña para ablandar indecisos y levantarle votos
al sí.
Es
tiempo de reconocer que esa era la estrategia oficial para ganar el plebiscito,
la propaganda innoble para estimular respaldos y manipular conciencias en favor
de unos acuerdos no leídos ni comprendidos por la población rasa.
Si así no lo hace el presidente Santos, aunque
halla ganado premio de pacificador, pasará a la historia como el electorero mentiroso
que amenazó al pueblo con violencias callejeras ajenas si no apoyaba sus aspiraciones de legalizar,
por la razón o por la fuerza, a un grupo de narcotraficantes temerosos de morir
en el monte, e impacientes por disfrutar sus ilícitas fortunas en santa paz.
Sólo a Santos se le ocurrió pensar que multimillonarios,
obesos, fatigosos y prostáticos quieran regresar a unos territorios inhóspitos,
a embarrarse y hacerse picar de los zancudos, cuando placenteramente pueden
terminar sus días en las playas cubanas o venezolanas, o incluso en las colombianas
si así lo desean, adulados por lagartos nacionales e importados que les adosan inmejorables
capacidades como legisladores y estadistas.
Alienta sí, el pronunciamiento del presidente
de la Comisión de Asuntos Extranjeros del Consejo Nacional suizo, vocero del Partido
Popular, con advertencias sobre la seriedad que allá se atribuye a los
resultados de las votaciones democráticas, en el interior o en el exterior, y
clara insinuación sobre posibilidad de obligar al gobierno suizo a devolver la
copia de los acuerdos a sus respectivos dueños.
Poco servirá el depósito del documento ante el
Departamento Federal de Asuntos Exteriores de Suiza, al que tanto vuelo
jurídico quisieron darle “Timochenko” y sus arrogantes asesores.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
16.10.16