Las llamadas bandas criminales, que no son
otra cosa que la delincuencia de siempre, a la que las autoridades transforman el
nombre para poder especular con el difuso terminacho "postconflicto",
que nadie sabe cuándo ni cómo ni por qué empezó, siguen aterrando y matando en
campos y ciudades.
Al desorden patrio no hay quien le ponga mano
para meterlo en cintura, aunque sí para profundizarlo más.
El ciudadano raso tiene la certeza de que en
Colombia todo cambia para que todo siga igual, al estilo gatopardo.
Un gravísimo atentado contra la población
civil, en el Chocó, es asumido por el gobierno nacional como simple evento violento
de diaria ocurrencia, otra vez la banda y el frente tal o cual, que regularmente
están bien identificados por los organismos de inteligencia, son los
responsables de tan inhumana fechoría, y eso es lo que llama la atención cuando
alguna acción dinamitera ocurre, que siempre se sabe quienes son los autores del
ilícito, pero a nadie se castiga.
No es comprensible que si una columna de tal guerrilla coloca una bomba lapa en la
puerta del vehículo en que se transporta un personaje de la política nacional,
y que si un frente de otra tal guerrilla dispara contra la caravana de otra
personaje de la política nacional, y que si otro grupo de cualquier otra
guerrilla atenta contra un helicóptero de la fuerza pública, o coloca un
artefacto de alto poder destructivo en la escuela de Jambaló, o mata uniformados y civiles en Inzá, o rompe
las redes eléctricas de Tumaco e imposibilita el tráfico automotor entre Cali y
Popayán mediante sonora voladura de puentes, y repite sus detonaciones en
Pradera, y deja sin agua a Puerto Asís, y esparce el montón de cadáveres en
Tarazá o en Buenaventura, se nos venga a decir que avanzan los diálogos para
pedirnos los perdones, hacernos las reparaciones, y decirnos la verdad.
En un gesto de cordura, más que de honradez
porque esta viene escasa, el aspirante a reelección debiera admitir que sus
condescendencias con los asesinos del pueblo no han dado ningún fruto, ni lo
darán, y que es hora de acabar con este sangriento recreo en que está
convertido el paisaje nacional.
Ni más faltaba que tengamos que aguantarnos y
cumplir las ordenes que alias
"Joaquín Gómez", desde
las comodidades de su campamento en "Caquetania", nos acaba de mandar
con alias "Fabián Ramírez", para que a su gusto y a su estilo nos
demos a la tarea de descuartizar para siempre nuestras fuerzas armadas. Cuando es un hecho sabido que sus compinches ya
han logrado encajarle fulminantes golpes al mentón de nuestra legítima defensa
nacional, no resulta nada halagador ni
placentero que la propuesta del
"bloque sur" venga cargada de exigencias para tratar de
demoler la institución militar constitucional.
Que nos digan de una vez para dónde nos
llevan, seguramente para un matadero igual al de la vecina Venezuela, pero que
no ofendan tan groseramente la lúcida capacidad de raciocinio que aún nos queda
a la enorme mayoría de colombianos.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 01.03.14