sábado, 29 de enero de 2011

La obstrucción de los concejos, el miedo de los alcaldes y la coyuntura electoral.

El común denominador de las relaciones políticas en los municipios colombianos durante este año será la obstrucción de los concejales a los alcaldes que no les marchen en el sostenimiento de sus cuotas de poder.

Para nadie es secreto que los concejales subsisten electoralmente a cambio de puestos para quienes empujan electores a las urnas. En contrapartida  los alcaldes manejan la gobernabilidad a cambio de vinculaciones contractuales de corta duración para los pupilos de los concejales, a quienes periódicamente les permiten rotar en diferentes oficinas, dependencias, secciones y divisiones administrativas en las que generalmente no existen manuales de funciones, ni responsabilidades laborales preestablecidas, porque justamente ese desorden oficial es necesario al sostenimiento de la corrupción que carcome el nivel municipal en todo el territorio patrio.

El recorrido casual por cualquier alcaldía  -palacios de gobierno les dicen ahora-  es un viaje al interior del desconsuelo. Nadie sabe quién atiende una queja ciudadana para que se respeten los espacios públicos, nadie conoce al nuevo jefe de división, el actual contratista está en un foro, a la secretaria que recibió el escrito de queja ya se le venció el contrato, la oficina está cerrada porque hay un evento en el parque y así sucesivamente hasta el total desfallecimiento del usuario.

En el centro de esa barahúnda fungen unos personajes estelares, con títulos académicos falsos, o sin título alguno, que son la madre del engranaje burocrático, a quienes todo el público reverencia pero sin que se sepa en definitiva para qué sirven. Pregunte el ciudadano qué se hicieron los recursos de la salud, o los fondos de la educación, o las partiditas para el ancianato, o la gasolina de obras públicas y ya verá lo que le contestan, si es que le contestan.

Pues bien, llegados  estos tiempos de recoger votos el asunto se torna más complicado. Los alcaldes, ganosos para la conformación de hegemonías y displicentes frente a las necesidades de la sociedad, rompen relaciones con sus más flojos y tibios ayudantes para fortalecerlas con los útiles sostenedores de sus propósitos. Comienzan entonces el rifirrafe y la componenda. Los concejales amenazan con denuncias, los contratistas prometen demandas, los tinterillos aceptan poderes, los secretarios del despacho defienden sus patrioticos esfuerzos, los porteros exigen cédula y pasaporte para acceder a los pasillos oficiales, los burgomaestres anuncian su renuncia y la administración se paraliza.

Engrasados los ejes de la discordia, conocidos los nombres de los nuevos contratistas, armada la nueva nómina paralela todos vuelven a la normalidad, es decir sigue el desbarajuste, se redobla la corruptela, se intensifica la manguala y ellos marchan unidos hacia el triunfo final. El triunfo de los corruptos, porque la sociedad lo pierde todo, hasta el coraje para denunciar y llamar las cosas por su nombre.

Lo cierto es que los alcaldes nunca definen las plantas de personal, ni asignan funciones y responsabilidades porque pierden maniobrabilidad, un alcalde que no pueda satisfacer ambiciones burocráticas, que no pueda firmar contratos leoninos hasta el de último minuto de su mandato no es nadie. Lamentablemente la mejor manera de despilfarrar los presupuestos a sus anchas es esa, no tener una estructura administrativa pensada para servir a la sociedad en general sino armada para engordar las tulas de los empresarios del voto.

Si le preguntan a un exalcalde por los malos  resultados de su gestión siempre dirá que las fuerzas oscuras de la politiquería le obstaculizaron sus proyectos, pero nunca tendrá el carácter suficiente para decirle a sus conciudadanos que la corrupción se tomó el edificio público. Siempre tendrá miedo de perder sus posibilidades de escalar en el turbulento imperio del desfalco.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Cali, 29.01.11

martes, 25 de enero de 2011

La trama de las encuestas, la técnica del insulto y la práctica del arrastre.

Los tiempos preelectorales se prestan para manipular, desorientar y pervertir.

Incautos, quienes buscan una oportunidad sobre la tierra, acuden a reuniones, asambleas, manifestaciones de toda índole esperando encontrar en alguna parte la voz solidaria, el ofrecimiento preciso, y hasta el aporte material para adelantar o concluir alguna actividad muy personal.

No son tiempos de dejarse engañar. Muchas veces, casi todas, la voz, el ofrecimiento o el aporte no son nobles. Los cazadores de electores están atentos a las pequeñas necesidades de los humildes para satisfacer las descomunales ambiciones de los poderosos.

La trama se estructura sobre el favoritismo  derivado de las encuestas en altísimos porcentajes amañadas, sobre el insulto vulgar a la personalidad o falencias del adversario, y en el repudiable mecanismo de hacer valer la pertenencia a un grupo, a un movimiento, a una tertulia en  que comúnmente se comparte la amistad, pero no necesariamente la incondicionalidad.


La fortaleza de la democracia y de los mecanismos de participación ciudadana se consolida en los momentos de selección y apoyo a lo mejor de la sociedad. En materia política, a la hora de escoger, es primordial desentenderse de las fugaces ataduras que a lo largo del tiempo generan el trato frecuente, el saludo cotidiano, la palabra aduladora y el beso falso.


Aquí en Colombia  el debate electoral que ahora prende máquinas va más allá de elegir gobernadores y alcaldes.  El trasfondo de las próximas elecciones, lo sustancial de ellas, es poner las bases estructurales de poder para definir, desde ahora, cuál será la fuerza social, la tendencia filosófica, la opinión nacional que guiará el país hacia la elección del Presidente de la República que reemplace al actual mandatario.


En política todos los tiempos son breves y todos los espacios son estrechos. La pasividad, la indiferencia, el aislamiento y el silencio no son los mejores comportamientos del individuo como parte integral de una sociedad multiforme y polícroma. Tampoco la sumisión a viejas estructuras de poder.


Se necesita acción, participación crítica, aporte ideológico, análisis racional de las duras realidades que a diario enfrentamos y la más pura de todas las conductas: la lucha indeclinable para derrotar la corrupción, el crimen y las desigualdades, para devolverle a Colombia su más genuina calidad, su condición de patria justa.


Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 25.01.11