viernes, 24 de febrero de 2017

Neohistoria ad portas




 Deseable sería que los jóvenes comiencen a formar  personalmente a sus niños, sobre todo jóvenes nacidos después del malvado auge de Pablo Escobar, despiadado prototipo del asesino criollo  que a toda Colombia aterrorizó con sanguinarias amenazas y brutales bombazos.

 Muchos son mayores de edad, han vivido y hasta protagonizado buena parte de la terrible historia nacional, y han recibido avanzada formación académica.

 Esos, futuros padres de familia -algunos ya lo son-, con su malicia cibernética, habilidades pokemónicas y solvencia crítica, son cabales conocedores y tal vez tempranas víctimas de dos décadas de asaltos, secuestros, asesinatos, masacres y otras especies de comportamientos criminales ejecutados por brutales narcoguerrilleros agrupados ahora bajo el modernísimo eufemismo “bacrim”, con que sin ningún rubor se quiere disimular, desde altas esferas oficiales, el eterno e incontenido reacomodamiento de delincuentes comunes con poder.

 En esa condición de testigos presenciales de los hechos, actores o espectadores de esa dura verdad que todo ciudadano más o menos informado lleva a cuestas, están en pleno uso de razón y derecho para impedir que sus hijos perciban falsos ecos de la historia.

 Nietos y bisnietos de la generación perdida que nació entre las explosiones de mayo del 57 y aguantó los estadios del Frente Nacional,  el mandato claro, el estatuto represivo, el sí se puede, el bienvenidos al  futuro, el elefante, el ochomil, y cualquier cantidad de expresiones políticas enfermizas que propiciaron el síndrome de los carteles, la epidemia de corrupción y otras pestes de innombrable etiología, deben conocer de buena y limpia fuente lo que estrictamente ha pasado, sin deformaciones neohistóricas.

 Urge decirlo porque, en un mundo lleno de siglas, abreviaturas, extraños  vocablos y persistentes innovaciones del lenguaje, en donde ya nada significa lo que siempre significó y raras veces se dicen las cosas como siempre se dijeron, poco es lo que fue y casi nada llegará  a ser lo que debiera, no resultaría raro que por consenso mayoritario llegue a redefinirse lo que el pasado significa.

 Ahora, cuando la historia no es una narración decentemente aproximada a la verdad sabida,  sino  perversa deformación de hechos ampliamente conocidos, para maquillarlos a la carta,  conforme al soberano querer de potentados que prodigan contratos a mediocres comisiones de escribanos serviles, no se puede dejar que la infancia  estructure su conocimiento, mucho menos su personalidad,  al matemático impulso de gobiernistas agencias nacionales o de disparatadas organizaciones multinacionales.

 Don Moisés Wasserman en columna que El Tiempo publicó el pasado viernes, hace apabullante revelación: el Consejo Directivo de la Unesco, por mayoría de votos, acordó desaparecer que el histórico rey David eligiera lugar para erigir santuario al Arca de la Alianza, que Salomón construyera el Templo después destruido por Nabucodonosor II, que se reconstruyera y fuera nuevamente destruido por Tito (nada relacionado con cierto exgobernador del Cauca), y que desde entonces su muro occidental fuera lugar de peregrinación para los judíos.

 Sorprendentes cosas de este siglo -segundo “Cambalache” de Discépolo-, que generan tremendos interrogantes sobre irrupción dizque académica de alias “Pacho Chino” al profanado Paraninfo de la Universidad del Cauca.


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 10.02.17

domingo, 19 de febrero de 2017

Esto se jodió




 Pues sí,  llegados al extremo del desequilibrio irreparable, sólo queda echarse la bendición y acogerse a la protección del Altísimo, y a una que otra descarga de suerte.

 Los peligros de la claudicación ante el crimen organizado fueron advertidos pero nadie le puso bolas al asunto, y a estas alturas del partido, como dicen los tuertos, no hay Santa Lucía que valga. Quizá unas bolas bien puestas puedan contribuir a equilibrar las cargas.

 El indigno premio Nobel de la paz, sin frenos ni talanqueras que lo atajen,  con ánimo dañino porque nada diferente puede pensarse de alguien seriamente sospechoso de corrupción al interior de su círculo servil, propone extemporáneas reformas institucionales de fondo, no se sabe bien si para distraer la galería o para consagrarse como directo ejecutor del sueño de “Tirofijo”, pero indiscutiblemente en contra del orden constitucional.

 En correcto lenguaje fariano, para que no “haigan” dudas, los niños que la pandilla de “Timochenko” se reserva para “ampararlos  y protegerlos”, serán los grandes electores en los próximos y sucesivos comicios cuando la novísima dirigencia nacional los quiera convocar, ya sea para contra-reformar la Constitución a su amaño, para ampliar mucho más los excesivos poderes del tirano, o simplemente para dejar sin efectos las decisiones adversas que  lleguen a tomar las Cortes de bolsillo, los muecos Organismos de Control, o el castrado Congreso Nacional, cada vez que se sospeche que estas instituciones intentan contrarrestar los inconfesables lineamientos de mando suciamente convenidos en La Habana, si acaso a sus dignatarios les alcanza a quedar algún asomo de dignidad para intentarlo.

 Lo evidente es que, en la dictadura de Santos y en las que sigan, no habrá obstáculos para que la saga de Marquetalia ascienda y ejerza la primera magistratura al propio o peor estilo de la longeva sucesión Castro, de la alcohólica dinastía Ortega, o de la  madura satrapía Chávez. Los gobiernos de facto en Colombia dejaron de ser historia antigua y un desbordante futuro se abre para ellos. ¡La sublevación ha muerto, que viva la prostitución!

 Cuando el sol le tuesta las escápulas al régimen no resulta sano, ni altruista, ni decente,  inventarse un alargue característico de billaristas ansiosos de doblar la apuesta cuando están comiendo marrano. Tal lo que hace Santos durante su interminable ejercicio presidencial: “marraniar” al pueblo, burlarse de sus aspiraciones, enredar sus anhelos, desconocer sus determinaciones, y en el último envión dejarlo a la intempesta, expuesto a la vileza de quienes por años extorsionaron, secuestraron y asesinaron, disfrazados ahora de mansas ovejas dispuestas siempre a reasumir su condición lupina.

 Lamentable que entre la burguesía enchanfainada no haya voces altivas capaces de gritarle un oportuno alto a los desmanes autoritarios, a los atropellos, a la suficiencia y arrogancia  propias de este mal aconsejado jugador que, en lugar de apostar sus propios restos, arriesga torpemente el destino nacional y empuja la patria a fatídicos lances de los que difícilmente puede salir ilesa.

 Petición al genio.  Que los antitaurinos no sacien su sed de sangre matando a taurinos. Que citen al toro. ¡Olé!.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 19.02.17

domingo, 12 de febrero de 2017

Esas cosas de la posverdad




 Es de imaginar que nunca concluyen las discusiones cultas ni se define el léxico  adecuado para  comprender la avalancha de conceptos con que a diario aturden  las autopistas informáticas. Los modernos estrategas de la publicidad y sus medios masivos, sin siquiera permitir que se asimilen tristes desesperanzas, cada mañana vuelven  a la carga con rebuscadas palabrejas y complejas manipulaciones ideológicas que definitivamente espantan.

 Lo de ahora es la posverdad, algo que terminará conduciendo a la negación de la verdad mediante el acostumbramiento a la mentira.

 Podría decirse que es el macabro acomodamiento de los hechos a las necesidades de los grupos de poder, pero no como mecanismo de amparo para la gente que merece reconocimiento social y anhela justicia, sino como lamentable trampa para amoldar la masa a  unas “realidades imaginadas” aunque fatalmente inexistentes, a supuestas verdades que lógicamente no lo son, a falsedades necesarias para  mantener y conservar apariencias de legitimidad en el espurio ejercicio de autoridad.

 Ya el presidente de Colombia en históricas intervenciones  dejó muestra clara de semejante  dialéctica torcida cuando afirmó que el tal paro existente no existía. Y se reafirmó en ella cuando interpretó al contrario la derrota que le propinó la oposición en el plebiscito sobre los acuerdos de la Habana y sin modificarlos los declaró definitivos,  y posteriormente los refrendó con sus peones como si el triunfo hubiera sido del sector oficial.

 Enferma debe estar la sociedad que se acostumbra a semejantes procedimientos sin recusar a sus autores. Ese es el mal que Colombia exhibe, una permanente predisposición a convalidar los atropellos y los abusos, indiscutible complacencia con el mal causado y con el que vendrá, apoltronada resignación ante el imperio del crimen y melancólica renuncia al sagrado derecho de derruir lo inconveniente y lo turbio.

 Ahora, cuando los confesos sobornados de Odebrecht dejan peor paradas a las  predestinadas castas dirigentes, aterra este enmudecimiento de las bases populares, que demoran salir a las calles para mostrar la  imperecedera dignidad que nunca pueden perder los pueblos libres.

 Es tiempo de preguntarnos ¿por qué aquí, como si nada pasara,  el constituyente primario permanece minusválido y minúsculo,  sin ejercer  su soberanía ante lamentables situaciones de decadencia institucional como las de esta hora, y por qué se muestra ausente, desentendido y remolón, frente a las injusticias económicas y sociales que sus gobernantes han propiciado y consentido?

 Quiera el cielo que la respuesta no se fundamente en conocidas estrategias de muy orondo personaje del mundo electoral que ahora intenta agitar banderas contra la corrupción.

 Por hoy podemos prepararnos para otro prodigio salvífico. En reciente reportaje publicado por “El Tiempo” sobre que la  financiación de la campaña se hizo exclusivamente con la reposición de votos que ordena la ley, el presidente Santos mediante tempranera movida de ajedrez se enrocó en las informaciones de su gerente: ”Así tengo entendido sucedió y así fue reportado al Consejo Nacional Electoral”.  También queda entendido el posible regreso del milagroso elefante. Sólo faltó el “aquí estoy y aquí me quedo”.

 Presidente precavido vale por dos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12. 02.17