jueves, 21 de noviembre de 2013

Primeros desmovilizados



 Conjuntamente con la noticia nada nueva de la presidencial aspiración reeleccionista,  o mejor,  con la confirmación de que el enrarecido ambiente político colombiano empeora, cunde sensible desmovilización política de gran calado y notable repercusión histórica.

 Si por algo se ha criticado a este gobierno es justamente por  adormecer  las  perezosas  élites, que nada hacen para aliviar las inhumanas condiciones vitales del pueblo, pero tragan  melaza que da gusto.

 Los medianos y pequeños propietarios campesinos y todos los trabajadores agropecuarios que en Colombia se cuentan por millones,  ese segmento social que ha sido víctima de violencias y olvidos, que ha sufrido como ningún otro sector los desgarradores efectos de desplazamientos y despojos, que ha visto correr la sangre inocente de sus  mujeres y  sus niños, y que ha soportado  progresivos arrinconamientos originados en el despiadado avance de los tales ejércitos del pueblo, ahora queda expuesto a lo que técnicamente constituye una desmovilización electoral forzada.

 El natural talante del campesino colombiano, creyente, piadoso, generoso, humilde, servicial y laborioso, sociológicamente permite encuadrarlo en los precisos ámbitos del tradicionalismo cultural y el conservatismo ideológico.

 En los años que antecedieron al auge de cultivos ilícitos, entre la masa poblacional integrada por labriegos colombianos,  que se servían del hacha y  el machete para producir y ganar el sustento, mas no para dañar y asesinar, difícilmente  podía encontrarse gente que estuviera dispuesta a violar normas constitucionales, irrespetar la organización estatal o desconocer el imperio de las leyes y el derecho.

 El desmadre criminal de pandillas guerrilleras que cambiaron sus dudosos ideales liberacionistas por magníficos ingresos a sus arcas, propició el deterioro moral de jóvenes campesinos que terminaron incorporados a bandolas del narcotráfico.

 Y muchos de esos campesinos conservadores, herederos de tradiciones nacionales y de purísimas convicciones ideológicas, que llevan en el alma las bondades de la organización familiar  como  arquetipo de respetabilidad social y que han experimentado la enriquecedora dinámica del trabajo agrario continuado, que permanecieron firmes en sus pagos y leales a su ley,  paulatinamente han sufrido el estrechamiento de sus fronteras productivas y el deterioro de la economía hogareña.

 Sabido es que la fortaleza electoral de la derecha colombiana está allí, entre cultivadores propietarios, dueños felices de  parcelas extensas o pequeñas, que juiciosamente plantaron cultivos de subsistencia y pasturas artificiales para asentar medianos entables ganaderos.

 Pues esos electores potenciales, esos campesinos  que militan en el Partido Conservador, esas falanges ancestrales que abrigaban la esperanza de concurrir a las elecciones presidenciales a elegir un mandatario perteneciente a la más pura esencia de su partido azul, han quedado en medio de censurable  abandono estatal, porque van a  soportar una campaña electoral entre ruidosas arengas de una guerrilla sanguinaria,  facultada por las negociaciones habaneras  para conseguir votos a fuerza de fusil.

 Esa tragedia personal de las bases conservadoras,  esa humillante afrenta a lo más sagrado de sus derechos democráticos, se agiganta hasta los extremos del colapso institucional, cuando impotentes asisten a la extinción de su sesquicentenaria organización partidista y al deplorable espectáculo de  una diabética dirigencia nacional que convulsiona entre vapores de panela derretida.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.11.13