Conjuntamente con la noticia nada nueva de la
presidencial aspiración reeleccionista, o mejor, con la confirmación de que el enrarecido
ambiente político colombiano empeora, cunde sensible desmovilización política
de gran calado y notable repercusión histórica.
Si por algo se ha criticado a este gobierno es
justamente por adormecer las
perezosas élites, que nada hacen
para aliviar las inhumanas condiciones vitales del pueblo, pero tragan melaza que da gusto.
Los medianos y pequeños propietarios
campesinos y todos los trabajadores agropecuarios que en Colombia se cuentan
por millones, ese segmento social que ha
sido víctima de violencias y olvidos, que ha sufrido como ningún otro sector
los desgarradores efectos de desplazamientos y despojos, que ha visto correr la
sangre inocente de sus mujeres y sus niños, y que ha soportado progresivos arrinconamientos originados en el
despiadado avance de los tales ejércitos del pueblo, ahora queda expuesto a lo
que técnicamente constituye una desmovilización electoral forzada.
El natural talante del campesino colombiano,
creyente, piadoso, generoso, humilde, servicial y laborioso, sociológicamente
permite encuadrarlo en los precisos ámbitos del tradicionalismo cultural y el
conservatismo ideológico.
En los años que antecedieron al auge de
cultivos ilícitos, entre la masa poblacional integrada por labriegos
colombianos, que se servían del hacha
y el machete para producir y ganar el
sustento, mas no para dañar y asesinar, difícilmente podía encontrarse gente que estuviera
dispuesta a violar normas constitucionales, irrespetar la organización estatal
o desconocer el imperio de las leyes y el derecho.
El desmadre criminal de pandillas guerrilleras
que cambiaron sus dudosos ideales liberacionistas por magníficos ingresos a sus
arcas, propició el deterioro moral de jóvenes campesinos que terminaron
incorporados a bandolas del narcotráfico.
Y muchos de esos campesinos conservadores,
herederos de tradiciones nacionales y de purísimas convicciones ideológicas, que
llevan en el alma las bondades de la organización familiar como
arquetipo de respetabilidad social y que han experimentado la
enriquecedora dinámica del trabajo agrario continuado, que permanecieron firmes
en sus pagos y leales a su ley, paulatinamente
han sufrido el estrechamiento de sus fronteras productivas y el deterioro de la
economía hogareña.
Sabido es que la fortaleza electoral de la
derecha colombiana está allí, entre cultivadores propietarios, dueños felices
de parcelas extensas o pequeñas, que juiciosamente
plantaron cultivos de subsistencia y pasturas artificiales para asentar medianos
entables ganaderos.
Pues esos electores potenciales, esos campesinos
que militan en el Partido Conservador,
esas falanges ancestrales que abrigaban la esperanza de concurrir a las
elecciones presidenciales a elegir un mandatario perteneciente a la más pura
esencia de su partido azul, han quedado en medio de censurable abandono estatal, porque van a soportar una campaña electoral entre ruidosas
arengas de una guerrilla sanguinaria,
facultada por las negociaciones habaneras para conseguir votos a fuerza de fusil.
Esa tragedia personal de las bases
conservadoras, esa humillante afrenta a
lo más sagrado de sus derechos democráticos, se agiganta hasta los extremos del
colapso institucional, cuando impotentes asisten a la extinción de su
sesquicentenaria organización partidista y al deplorable espectáculo de una diabética dirigencia nacional que convulsiona entre vapores de panela
derretida.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 21.11.13