domingo, 7 de septiembre de 2014

Las minorías




 Muy bien se vende la idea de que frágiles minorías subsisten bajo graves amenazas de poderosas mayorías.

 Constantemente se envían  mensajes de que aquellas sobreviven entre exclusiones y fobias que pretenden exterminarlas, aunque cada día es más evidente que aprendieron a  valerse de su aparente debilidad para marcar las pautas del comportamiento social, y soterradamente  buscan imponer su estilo a unas mayorías de las que sólo pareciera conservarse el nombre.

 Lo que en verdad sucede es que esas diferentes minorías se enquistaron desde antiguo  en los recovecos del poder y construyeron adentro su fortificación, acrecentaron sus espacios y casi logran trocar la ecuación. Por eso parece que hoy por hoy las mayorías fueran ellas: las minorías.

 Por fortuna, milagrosamente se mantienen unas características imprescriptibles de preservación de la especie,  invulnerables sellos genéticos, ineluctables rótulos reproductivos del ser humano, ciertas marcas biológicas que siempre permitirán diferenciar a las mayorías de las minorías, aunque a ratos, entre imposibles vocaciones andróginas, algunas señas se tornen imperceptibles y poco parezcan significar.

 Bajo nebuloso influjo de múltiples indefiniciones se han desvanecido las batallas de identidad, y  quienes ejercían relativo liderazgo en los espacios del ser, del hacer y del saber, han retrocedido ante sugestivas costumbres que pervierten la esencia de lo lógico, lo estético  y lo natural.

 Históricamente engañosas apariencias han influenciado el comportamiento global, y el vertiginoso impulso de las modas siempre ha querido impedir que lo que debe ser sea, en muchas etapas de la humanidad se ha estilado ser lo que ciertos usos imponen, casi con la intensión de preterir el deber ser.

 Al mundo de hoy le dan vuelta las minorías, y de contera intentan  imponer  su filosofía de parrilleros, en la que a la gente le proponen darse la vuelta para asarse bien.

 Afortunadamente quedan importantes reductos de personas que se resisten a dar tan indecorosos volantines,  y prefieren quedarse como están y como son, preservar su  género original,  que es lo que la sabia naturaleza diseñó y enseña.

Las prácticas homosexuales no se pueden evitar ni prohibir, ni causan inhabilidades para ejercer la política, pero las parejas homosexuales, que son una consecuencia del carácter homosexual y del ejercicio del derecho constitucional al libre desarrollo de la personalidad, no deben ni pueden escudarse en su camaleónica condición para, unas veces ser familia que exige derechos, y otras veces no serlo para eludir obligaciones.

 No se puede negar que griegos y romanos fueron campeones en homosexualidad y política,  por lo que generosamente podría entenderse que nuestra clase dirigente encuentra justificable inspiración en esos imperios del libertinaje, que también lo fueron de la corrupción.

 De Julio Cesar, genio de la guerra, se dijo que era marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos, aunque realmente fueron sus virtudes de conquistador y gobernante, mas no su ambigua sexualidad, las que le abrieron espacio en la historia de la humanidad.

 Ojalá que los imitadores criollos, en el olimpo de sus gustos, ganen espacios como voceros del bien común y no como soberbios defensores de lucros e intereses individuales.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 07.09.14