Es de imaginar que nunca concluyen las discusiones
cultas ni se define el léxico adecuado
para comprender la avalancha de
conceptos con que a diario aturden las
autopistas informáticas. Los modernos estrategas de la publicidad y sus medios
masivos, sin siquiera permitir que se asimilen tristes desesperanzas, cada
mañana vuelven a la carga con rebuscadas
palabrejas y complejas manipulaciones ideológicas que definitivamente espantan.
Lo de ahora es la posverdad, algo que terminará
conduciendo a la negación de la verdad mediante el acostumbramiento a la
mentira.
Podría decirse que es el macabro acomodamiento
de los hechos a las necesidades de los grupos de poder, pero no como mecanismo
de amparo para la gente que merece reconocimiento social y anhela justicia, sino
como lamentable trampa para amoldar la masa a unas “realidades imaginadas” aunque fatalmente
inexistentes, a supuestas verdades que lógicamente no lo son, a falsedades
necesarias para mantener y conservar
apariencias de legitimidad en el espurio ejercicio de autoridad.
Ya el presidente de Colombia en históricas
intervenciones dejó muestra clara de
semejante dialéctica torcida cuando
afirmó que el tal paro existente no existía. Y se reafirmó en ella cuando interpretó
al contrario la derrota que le propinó la oposición en el plebiscito sobre los acuerdos
de la Habana y sin modificarlos los declaró definitivos, y posteriormente los refrendó con sus peones
como si el triunfo hubiera sido del sector oficial.
Enferma debe estar la sociedad que se
acostumbra a semejantes procedimientos sin recusar a sus autores. Ese es el mal
que Colombia exhibe, una permanente predisposición a convalidar los atropellos
y los abusos, indiscutible complacencia con el mal causado y con el que vendrá,
apoltronada resignación ante el imperio del crimen y melancólica renuncia al
sagrado derecho de derruir lo inconveniente y lo turbio.
Ahora, cuando los confesos sobornados de
Odebrecht dejan peor paradas a las predestinadas castas dirigentes, aterra este
enmudecimiento de las bases populares, que demoran salir a las calles para mostrar
la imperecedera dignidad que nunca pueden
perder los pueblos libres.
Es tiempo de preguntarnos ¿por qué aquí, como
si nada pasara, el constituyente
primario permanece minusválido y minúsculo, sin ejercer su soberanía ante lamentables situaciones de
decadencia institucional como las de esta hora, y por qué se muestra ausente, desentendido
y remolón, frente a las injusticias económicas y sociales que sus gobernantes
han propiciado y consentido?
Quiera el cielo que la respuesta no se
fundamente en conocidas estrategias de muy orondo personaje del mundo electoral
que ahora intenta agitar banderas contra la corrupción.
Por hoy podemos prepararnos para otro prodigio
salvífico. En reciente reportaje publicado por “El Tiempo” sobre que la financiación de la campaña se hizo exclusivamente
con la reposición de votos que ordena la ley, el presidente Santos mediante tempranera
movida de ajedrez se enrocó en las informaciones de su gerente: ”Así tengo
entendido sucedió y así fue reportado al Consejo Nacional Electoral”. También queda entendido el posible regreso del
milagroso elefante. Sólo faltó el “aquí estoy y aquí me quedo”.
Presidente precavido vale por dos.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
12. 02.17