domingo, 12 de febrero de 2017

Esas cosas de la posverdad




 Es de imaginar que nunca concluyen las discusiones cultas ni se define el léxico  adecuado para  comprender la avalancha de conceptos con que a diario aturden  las autopistas informáticas. Los modernos estrategas de la publicidad y sus medios masivos, sin siquiera permitir que se asimilen tristes desesperanzas, cada mañana vuelven  a la carga con rebuscadas palabrejas y complejas manipulaciones ideológicas que definitivamente espantan.

 Lo de ahora es la posverdad, algo que terminará conduciendo a la negación de la verdad mediante el acostumbramiento a la mentira.

 Podría decirse que es el macabro acomodamiento de los hechos a las necesidades de los grupos de poder, pero no como mecanismo de amparo para la gente que merece reconocimiento social y anhela justicia, sino como lamentable trampa para amoldar la masa a  unas “realidades imaginadas” aunque fatalmente inexistentes, a supuestas verdades que lógicamente no lo son, a falsedades necesarias para  mantener y conservar apariencias de legitimidad en el espurio ejercicio de autoridad.

 Ya el presidente de Colombia en históricas intervenciones  dejó muestra clara de semejante  dialéctica torcida cuando afirmó que el tal paro existente no existía. Y se reafirmó en ella cuando interpretó al contrario la derrota que le propinó la oposición en el plebiscito sobre los acuerdos de la Habana y sin modificarlos los declaró definitivos,  y posteriormente los refrendó con sus peones como si el triunfo hubiera sido del sector oficial.

 Enferma debe estar la sociedad que se acostumbra a semejantes procedimientos sin recusar a sus autores. Ese es el mal que Colombia exhibe, una permanente predisposición a convalidar los atropellos y los abusos, indiscutible complacencia con el mal causado y con el que vendrá, apoltronada resignación ante el imperio del crimen y melancólica renuncia al sagrado derecho de derruir lo inconveniente y lo turbio.

 Ahora, cuando los confesos sobornados de Odebrecht dejan peor paradas a las  predestinadas castas dirigentes, aterra este enmudecimiento de las bases populares, que demoran salir a las calles para mostrar la  imperecedera dignidad que nunca pueden perder los pueblos libres.

 Es tiempo de preguntarnos ¿por qué aquí, como si nada pasara,  el constituyente primario permanece minusválido y minúsculo,  sin ejercer  su soberanía ante lamentables situaciones de decadencia institucional como las de esta hora, y por qué se muestra ausente, desentendido y remolón, frente a las injusticias económicas y sociales que sus gobernantes han propiciado y consentido?

 Quiera el cielo que la respuesta no se fundamente en conocidas estrategias de muy orondo personaje del mundo electoral que ahora intenta agitar banderas contra la corrupción.

 Por hoy podemos prepararnos para otro prodigio salvífico. En reciente reportaje publicado por “El Tiempo” sobre que la  financiación de la campaña se hizo exclusivamente con la reposición de votos que ordena la ley, el presidente Santos mediante tempranera movida de ajedrez se enrocó en las informaciones de su gerente: ”Así tengo entendido sucedió y así fue reportado al Consejo Nacional Electoral”.  También queda entendido el posible regreso del milagroso elefante. Sólo faltó el “aquí estoy y aquí me quedo”.

 Presidente precavido vale por dos.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12. 02.17