“Conocedores
del corazón humano, aprended a conoceros mejor.”
Federico
Nietzsche
Se urden infundios y patrañas para enredar y confundir,
para engañar y alcanzar propósitos infames, para victimizarse y esculpir
muñecos que las huestes famélicas puedan idolatrar.
Megalomanía y locura deambulan de la mano.
Poco faltó para que nos mostraran al difunto Chávez ascendiendo al cielo con catafalco y
todo, -milagro nada extraño en los
fantásticos enjambres del realismo caribeño-,
menos mal que el cadáver se atuvo a la ley de gravedad y sólo consintió la telúrica danza de profanaciones
teatrales, orquestada por delirantes plañideras que largamente se beneficiaron
del saqueo a la riqueza nacional venezolana.
Y antes que las masas huérfanas culminaran el
duelo, en hostil arenga que mezcla el dolor del pinchazo y la conminación
amenazante para que los opositores no denuncien el oprobioso régimen, se anuncia
otra tragedia; el entenado predilecto del comandante ha sido apuñalado por la
espalda, dentro de una mítica conspiración
que no busca derrocarlo sino conducirlo al sepulcro en cámara lenta, mediante
los regios artificios del envenenamiento.
Obvio que antes de morir, así se lo revelan
los hados, gloriosamente envenenado gobernará por muchos años, aún en contra de
las oligarquías continentales, y a pesar de la resistencia opositora que
también hace parte del escuadrón de puñaleros infiltrados para menguar su fortaleza
física y la de la patria venezolana.
Es el mismo discurso del finado, sólo que mal repetido,
porque alguna diferencia debe haber entre el conductor de masas y el chofer de
buses.
Y hasta aquí todo estaba dentro del libreto,
pero lo que nadie soñó vino a saberse; ahora resultó que los sembrados del puñalero aparecieron cundidos
de cizaña, y él también es victima de una conspiración, no se sabe si para
deponerlo o inocularle el suero de la verdad, para que por fin la diga antes de
irse, y nos deje saber cómo fue que
comprometió el desarrollo agrícola colombiano con una mesnada intolerante y
brutal, que ha forzado el desplazamiento
de millones de campesinos, que ha reclutado niños inocentes, que los ha
desaparecido o los ha mutilado con el siniestro mecanismo de las minas
antipersonal.
Para que además podamos conocer la manera como
hipotecó la soberanía nacional y la dignidad de la investidura presidencial,
que bien desmerecidas quedan después de que el envenenado le recordara al
puñalero, con dedo acusador y frases amenazantes, que los dos saben para qué se han reunido y a qué se han comprometido, y a la vez le
prohibiera reunirse con Henrique Capriles, emblemático tribuno de la oposición
venezolana, a quien por todos los medios ilegales le impidieron llegar al
Palacio de Miraflores, y le han negado el derecho de recontar los votos realmente depositados por los venezolanos en
las elecciones presidenciales del pasado abril.
Pero lo que pasma el ánimo no es tanto la
dudosa conspiración contra Santos, sino que el Presidente colombiano, alfil de
la elite y heredero material de respetable
estadista latinoamericano, resulte entreverado en componendas internacionales y
se deje reprender por el estafermo de los Castro.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, junio de 2013