sábado, 21 de enero de 2017

Barullo total




 Hace unos meses entró Umberto Eco en esa envidiable estancia de la que sabiamente se burlaba y calificaba como transitoria y rápida, la inmortalidad, y a ella ascendió ahora Zygmunt Bauman, el nominador de la famosa sociedad líquida, que ambos auscultaron con mucha profundidad, y en la que tesoneramente lograron buena reputación, virtud esta que no alcanza cualquier “ablandabrevas”, como Eco decía.

 Y es que a muy pocos hombres les queda fácil convertirse en sujetos de interés dentro de un mundo que, paso a paso, se especializa en degradar costumbres y valores, en el que al parecer hemos hecho tránsito por varios estadios sociales, de unos a otros, sin sentirlos ni comprenderlos, para quedar estupefactos ante un naciente presente que aún no tiene nombre, donde desapareció el Estado nacional como entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver los problemas de su tiempo, para dejarlos en manos de entidades supranacionales, con el consecuente desvanecimiento de ideologías y partidos,  que eran quienes de alguna manera resolvían las necesidades del ser social.

 Ahora nos encontramos en un estado de licuefacción que no se sabe cómo ni dónde empezó, cuánto ni hasta cuándo durará, ni qué lo puede sustituir. Esta es la sociedad líquida.

 Cruzamos un desierto en el que no se avistan pautas de respeto y solidaridad para con los demás, vamos complacidos soportando, casi gozando, los desenfrenos del egoísmo y los atropellos de los tránsfugas, mientras desaparecen las seguridades  que brindaba el derecho, y poco a poco hasta los jueces se hacen enemigos de quienes reverencian las normas.

 Lo desconcertante es que, ante semejante barullo, al decir de Bauman y Eco bullen movilizaciones que “saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren”, grupos que “actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos”.

 Habitamos un universo confuso que no sabe distinguir lo que antaño distinguía. Al estilo de Cantinflas, así como estamos de acuerdo estamos en desacuerdo. Aunque hay algo que quizá justificaría estar prisioneros en semejante laberinto: baste recordar que nacimos en el siglo veinte, que por azar nos criamos con los inventos del diecinueve, y que milagrosamente no nos hemos dejado contagiar por la ambigüedad sexual en que al parecer se encierran las claves para superar el veintiuno. Ojalá no nos toque sufrir los mandatos de las dinastías indefinidas. Hay necesidad de morir pronto.

 Ahora, cuando a nadie desvela aparecer esposado en la televisión, y lo que interesa es figurar para no disolverse en el anonimato, a muchos les da por mostrarse como delincuentes. En plena sociedad líquida, dirigentes de todo cuño sacan pecho mientras desfilan ante las cámaras de paso para la Picota. Ellos descrestan con sus habilidades para defraudar y vergonzosamente el pueblo los aplaude.

 Para tranquilidad y sosiego de los que sí saben, advierto que inspiración de esta columna fue fugaz ojeada a la obra póstuma de Eco : “Crónicas para el futuro que nos espera”, principalmente titulada “De la estupidez a la locura”, recientemente publicada en Lumen, Penguin Random House Grupo Editorial.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.01.17