martes, 17 de noviembre de 2015

Viernes 13




 En homenaje a las víctimas de París, debemos repudiar fatales anuncios del vetusto terrorismo que aturde y enluta a la humanidad; complejo asunto saturado de contiendas, refriegas, atentados, negociaciones, acercamientos, acuerdos, rupturas,  y permanentes desafíos a la paz interior del mundo árabe, de la cultura occidental y de la humanidad entera.

 Que, en parte, se trata de una guerra santa nadie lo duda. Muchos árabes y musulmanes, no todos, piensan que los países occidentales son hostiles al sentimiento religioso islámico.

 Para algunos, nosotros somos ignorantes y paganos, mientras ellos, islámicos, se sienten llamados a restaurar un califato universal.

 Por la manera en que entienden su misión, las élites que gobiernan el orbe no lo hacen conforme a la ley de Dios, eso los compromete a propiciar relevos en que hombres virtuosos pongan en practica el mensaje divino revelado al profeta Mahoma.

 Pero, en medio del consenso sobre su legado religioso, los fracturan mundanas  rivalidades tribales, diferencias dogmáticas, resentimientos sociales y rentables negocios  que les impiden reconocer a los titulares de la legitimidad política, y los impulsan a perpetuar la anarquía.

 Disputas de esa naturaleza entre hermanos musulmanes, que todos son hermanos entre sí, sirven para engañarse entre ellos, y conducen a que unas familias, en detrimento del resto, se apropien de la legitimidad y de la inmensa riqueza territorial del pueblo árabe, nada menos que los campos petrolíferos, que son de todos los árabes y no únicamente de los musulmanes.

 La emigración causada por la miseria que dejan todas las guerras, ha permitido que árabes y musulmanes tengan activa presencia en Occidente, y por ese camino han ganado espacios que nunca obtuvieron en antiquísimas campañas de conquista.

 Así llegaron al conocimiento y entrenamiento en el manejo  de armas, comunicaciones y medios de transporte altamente tecnificados. Así aprendieron a pilotar aviones ultramodernos que convirtieron en proyectiles suicidas contra la imponente arquitectura de Manhattan y contra las murallas del Pentágono. Y aprendieron a disparar automáticos fusiles soviéticos utilizados para asesinar a esta juventud nuestra, a esta rockera generación latina que no tiene barreras para recorrer el planeta, y que hermanada bajo metálicos acordes de paz y amor, creía estar segura en el parisino "Bataclan", en bares londinenses, en tabernas de Wall Street o en discotecas colombianas.

 Entre las tinieblas del pasado viernes 13 de noviembre las cosas se pusieron a otro precio. Arrancó una nueva guerra contra la humanidad. El  terrorífico mensaje fundamentalista y radical que ordena envenenar nuestras aguas y reventarnos los pulmones, el corazón o el cráneo con píldoras de fuego, ya demostró en la tranquila Ciudad Luz que la muerte duele igual en el alma de un europeo que en la rústica anatomía de un campesino de la Cordillera de Los Andes.

 El fatal paralelo entre esos terroristas y los que acá disparan, deja concluir que los crímenes de Machuca, Cerro Tokio, Bojayá, El Nogal y Buenos Aires, signados por la misma barbarie exhibida en "Bataclan", merecen idéntica respuesta de Estado: "El terrorismo no va a derrotar la República, la República va a derrotar el terrorismo".


Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 16.11.15