En homenaje a las víctimas de París, debemos repudiar
fatales anuncios del vetusto terrorismo que aturde y enluta a la humanidad; complejo
asunto saturado de contiendas, refriegas, atentados, negociaciones,
acercamientos, acuerdos, rupturas, y
permanentes desafíos a la paz interior del mundo árabe, de la cultura
occidental y de la humanidad entera.
Que, en parte, se trata de una guerra santa
nadie lo duda. Muchos árabes y musulmanes, no todos, piensan que los países
occidentales son hostiles al sentimiento religioso islámico.
Para algunos, nosotros somos ignorantes y
paganos, mientras ellos, islámicos, se sienten llamados a restaurar un califato
universal.
Por la manera en que entienden su misión, las
élites que gobiernan el orbe no lo hacen conforme a la ley de Dios, eso los
compromete a propiciar relevos en que hombres virtuosos pongan en practica el mensaje
divino revelado al profeta Mahoma.
Pero, en medio del consenso sobre su legado religioso,
los fracturan mundanas rivalidades
tribales, diferencias dogmáticas, resentimientos sociales y rentables negocios que les impiden reconocer a los titulares de
la legitimidad política, y los impulsan a perpetuar la anarquía.
Disputas de esa naturaleza entre hermanos
musulmanes, que todos son hermanos entre sí, sirven para engañarse entre ellos,
y conducen a que unas familias, en detrimento del resto, se apropien de la
legitimidad y de la inmensa riqueza territorial del pueblo árabe, nada menos
que los campos petrolíferos, que son de todos los árabes y no únicamente de los
musulmanes.
La emigración causada por la miseria que dejan
todas las guerras, ha permitido que árabes y musulmanes tengan activa presencia
en Occidente, y por ese camino han ganado espacios que nunca obtuvieron en antiquísimas
campañas de conquista.
Así llegaron al conocimiento y entrenamiento
en el manejo de armas, comunicaciones y medios
de transporte altamente tecnificados. Así aprendieron a pilotar aviones ultramodernos
que convirtieron en proyectiles suicidas contra la imponente arquitectura de Manhattan
y contra las murallas del Pentágono. Y aprendieron a disparar automáticos fusiles
soviéticos utilizados para asesinar a esta juventud nuestra, a esta rockera generación
latina que no tiene barreras para recorrer el planeta, y que hermanada bajo metálicos
acordes de paz y amor, creía estar segura en el parisino "Bataclan",
en bares londinenses, en tabernas de Wall Street o en discotecas colombianas.
Entre las tinieblas del pasado viernes 13 de
noviembre las cosas se pusieron a otro precio. Arrancó una nueva guerra contra la
humanidad. El terrorífico mensaje
fundamentalista y radical que ordena envenenar nuestras aguas y reventarnos los
pulmones, el corazón o el cráneo con píldoras de fuego, ya demostró en la
tranquila Ciudad Luz que la muerte duele igual en el alma de un europeo que en
la rústica anatomía de un campesino de la Cordillera de Los Andes.
El fatal paralelo entre esos terroristas y los
que acá disparan, deja concluir que los crímenes de Machuca, Cerro Tokio,
Bojayá, El Nogal y Buenos Aires, signados por la misma barbarie exhibida en "Bataclan",
merecen idéntica respuesta de Estado: "El terrorismo no va a derrotar la
República, la República va a derrotar el terrorismo".
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 16.11.15