jueves, 21 de febrero de 2013
domingo, 17 de febrero de 2013
Vamos mal
Nada
de pesimismo. El Presidente colombiano nos conduce a donde no queríamos ir, e irremediablemente nos empuja al abismo.
La
fantasmagórica historia colombiana nos enfrenta ahora con la más despótica paradoja.
Esta
democracia naciente, en construcción, que concurrió al debate electoral a
conferir un mandato constitucional preciso, para que mediante el ejercicio de la autoridad se
acabara de reconstituir el orden y se entronizara la paz largamente
vilipendiada, vino a toparse con un Juanmanuel artero y pusilánime que se desentendió
del querer ciudadano y trasformó este cuatrienio en fétida deposición.
A
Colombia regresaron las delincuencias que ya casi no sucedían y ahora se
repiten con inusitada frecuencia.
El
engaño, la trapisonda y el enredo distinguen al Ejecutivo, y ya no se sabe si su complacencia con el
narcoterrorismo proviene de antiguos compromisos secretos, o de nuevos
convenios estructurados al amparo de ambiciones
reeleccionistas.
Lo
que los pueblos quieren y buscan, al designar sus mandatarios, es que se les
represente con dignidad y se les defienda con ahínco. Lo que la sociedad colombiana esperaba del actual mandatario era
todo lo contrario de lo que este hace, propicia y consiente.
Es
inocultable el repunte de cultivos ilícitos que ahora avanzan incontenibles
sobre parques nacionales y zonas de reserva forestal; y por millares se cuentan las dragas piratas,
aunque siempre a la vista, que desgarran
lechos y riberas auríferas de nuestros principales ríos; el recurso ictiológico
en el Cauca y Magdalena, Atrato y Patía,
Caquetá y Putumayo, y en muchos otros cauces de menor renombre pero similar
riqueza, languidece famélico bajo el fango
mercurioso que desecha la minería.
El
actual reacomodamiento de agrupaciones delincuenciales, antes desbandadas y
casi extintas, que reasumen el control de territorios en todo el país y reviven
los reclutamientos forzados de menores campesinos, y el consecuente desplazamiento
de familias desposeídas hacia cinturones de miseria en centros urbanos, son
patético indicativo de que no marchamos por el mejor de los caminos, ni van muy
bien las cosas en materia de pacificación.
El
Cauca, para no ir muy lejos, acentúa su perfil de zona roja y en las áreas rurales
se vive bajo el temor de pisar las minas quiebrapatas, cuando no de recibir boletas
extorsivas, o caer en manos de reconocidos secuestradores.
Emboscada
en el Sumapáz; asesinato y secuestro de militares, policías y trabajadores de
empresas multinacionales; masacre de menores indígenas en la zona costanera del
Pacífico, ametrallamientos en la Guajira
y Buenaventura, voladura de torres de interconexión eléctrica, secuestro de
turistas en los Santanderes, hostigamientos a campesinos erradicadores de plantaciones ilegales; barbarie
dinamitera contra oleoductos, puestos de
policía, puentes, escuelas y otras edificaciones de la infraestructura
pública o de empresas particulares, son episodios violentos que no hablan bien
de una República necesitada de orden al interior para que lleguen inversiones
del exterior.
Además
nunca imaginamos que nuestras autoridades, en lugar de capturar los
delincuentes violadores de derechos humanos, sujetos a la jurisdicción de la
CPI, incurrieran en el despropósito de ayudarles a salir del territorio
nacional para que se sentaran a dialogar en Cuba.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán
17.02.13
miércoles, 13 de febrero de 2013
Los tiempos cambian
Hace
sesenta años, de niños nos decían que en la luna se sentaba elegante señora a vigilar
nuestros pasos cuando por calles lugareñas hacíamos piruetas y pilatunas, que
la luna era de queso y miel, y que nuestro buen comportamiento se premiaba con golosinas
que esa señora enviaba.
Tiempo
después una perrita gringa y un mico ruso ganaron fama como envidiables pasajeros
de esos viajes interplanetarios que pusieron a las superpotencias, y a la
humanidad entera, en interminable competencia por el conocimiento y control del
espacio sideral.
Casi
nada fuera de lo normal; don Julio Verne había predispuesto nuestras mentes
para afrontar los retos anejos a la exploración de lo desconocido.
Un
día de julio, al finalizar los sesentas, en las pantallas vimos que un pesado uniforme de la NASA, con un
estadounidense adentro, hizo maniobras similares a las de toma de posesión territorial por parte de los
antiguos imperios, pero esta vez la bandera se plantó en la luna.
¿Sí
sería en la luna? … el interrogante rondó por años, hasta cuando
murieron los abuelos que calificaban el hecho como triquiñuela estratégica,
marrulla occidental filmada en los estudios cinematográficos de la MGM, para
hacerle creer a las tropas atrincheradas
tras la Cortina de Hierro que las espiábamos desde Selene.
Ese
día feneció el ingenuo universo de nuestra infancia. En adelante la barbarie trepidó
con sus tanques blindados sobre el cuerpo frágil de la juventud china, plomo derretido
por fusiles de asalto llovió sobre pechos
disidentes en todas las naciones donde
se consolidó alguna tiranía, la demencial intransigencia islámica empuntó sus odios
contra las Torres Gemelas; el aborto, el homosexualismo, la drogadicción, y la
decadencia del espíritu hincaron sus lanzas en las flácidas carnes de la
institución familiar; la caridad tomó alas de ardid publicitario y la rapacidad de
los déspotas se disfrazó de solidaridad social. El lance definitivo fue certero
para que imperara la corrupción en todos los confines de la tierra.
Como
si fuera poco, quienes nacimos en la era del “no toque” vinimos a estrellarnos
con la moderna orgía del libertinaje digital incontenible. Los niños de ahora
exhiben su desnudez en la internet, movidos a ello por el ejemplo de mayores
que también lo hacen, y que promueven fornicar con parejas del mismo sexo; las imágenes
noticiosas de carácter científico se difunden a la par con la de una cópula
perruna, un atraco a mano armada, una cuchillada en el vientre, un disparo en
el occipital, un acto de felación en una
urna de cristal, o una inhalación de psicotrópicos.
Parece
que el vertiginoso progreso de la técnica incentivó el retroceso de la ética, y
hasta el lenguaje terminó retorcido porque los novísimos vocablos ya no
significan lo mismo que significaban antes.
En
los tiempos viejos se soplaba el pañuelo de los magos circenses para que volara
una paloma o brincara un conejo. En la vesánica
realidad contemporánea, ni paloma es paloma, ni conejo es conejo, porque ahora
soplar ya no es soplar.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
día de la ceniza, febrero 13 de 2013
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