domingo, 17 de febrero de 2013

Vamos mal



Nada de pesimismo. El Presidente colombiano nos conduce a  donde no queríamos ir,  e irremediablemente nos empuja al abismo.

La fantasmagórica historia colombiana nos enfrenta ahora con la más despótica paradoja.

Esta democracia naciente, en construcción, que concurrió al debate electoral a conferir un mandato constitucional preciso, para  que mediante el ejercicio de la autoridad se acabara de reconstituir el orden y se entronizara la paz largamente vilipendiada, vino a toparse con un Juanmanuel artero y pusilánime que se desentendió del querer ciudadano y trasformó este cuatrienio en fétida deposición.

A Colombia regresaron las delincuencias que ya casi no sucedían y ahora se repiten con inusitada frecuencia.

El engaño, la trapisonda y el enredo distinguen al Ejecutivo,  y ya no se sabe si su complacencia con el narcoterrorismo proviene de antiguos compromisos secretos, o de nuevos convenios estructurados al amparo de  ambiciones reeleccionistas.

Lo que los pueblos quieren y buscan, al designar sus mandatarios, es que se les represente con dignidad y se les defienda con ahínco. Lo que la sociedad  colombiana esperaba del actual mandatario era todo lo contrario de lo que este hace, propicia y consiente.

Es inocultable el repunte de cultivos ilícitos que ahora avanzan incontenibles sobre parques nacionales y zonas de reserva forestal;  y por millares se cuentan las dragas piratas, aunque siempre a la vista,  que desgarran lechos y riberas auríferas de nuestros principales ríos; el recurso ictiológico en el  Cauca y Magdalena, Atrato y Patía, Caquetá y Putumayo,  y en  muchos otros cauces de menor renombre pero similar riqueza, languidece famélico  bajo el fango mercurioso que desecha la minería.

El actual reacomodamiento de agrupaciones delincuenciales, antes desbandadas y casi extintas, que reasumen el control de territorios en todo el país y reviven los reclutamientos forzados de menores campesinos, y el consecuente desplazamiento de familias desposeídas hacia cinturones de miseria en centros urbanos, son patético indicativo de que no marchamos por el mejor de los caminos, ni van muy bien las cosas en materia de pacificación.

El Cauca, para no ir muy lejos, acentúa su perfil de zona roja y en las áreas rurales se vive bajo el temor de pisar las minas  quiebrapatas, cuando no de recibir boletas extorsivas, o caer en manos de reconocidos secuestradores.

Emboscada en el Sumapáz; asesinato y secuestro de militares, policías y trabajadores de empresas multinacionales; masacre de menores indígenas en la zona costanera del Pacífico,  ametrallamientos en la Guajira y Buenaventura, voladura de torres de interconexión eléctrica, secuestro de turistas en los Santanderes,  hostigamientos a campesinos  erradicadores de plantaciones ilegales; barbarie dinamitera  contra oleoductos, puestos de policía,  puentes,  escuelas y otras edificaciones de la infraestructura pública o de empresas particulares, son episodios violentos que no hablan bien de una República necesitada de orden al interior para que lleguen inversiones del exterior.

Además nunca imaginamos que nuestras autoridades, en lugar de capturar los delincuentes violadores de derechos humanos, sujetos a la jurisdicción de la CPI, incurrieran en el despropósito de ayudarles a salir del territorio nacional para que se sentaran a dialogar en Cuba.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán 17.02.13

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