Algo, algo les debe Juan Manuel Santos a los
herederos de "Tirofíjo".
Una deuda inconfesable ronda las malsanas
relaciones del Presidente con ese grupo terrorista que cada vez causa mayores
daños morales a la sociedad colombiana,
y a las riquezas naturales nacionales.
Para los colombianos residentes en Colombia, y
para los exiliados que se informan sobre las realidades del país, está claro
que en agosto del 2010 había legítimo control militar sobre el territorio
nacional, y que los cabecillas de la banda criminal arranchada en La Habana
corrían como ratas.
Se refugiaban los bandidos en campamentos
cercanos a las fronteras, unos muy cerca, otros más lejos, casi siempre fuera del
territorio patrio, mientras escasa "diplomacia" faruca se escurría en
busca de apoyos logísticos entre la gran burocracia internacional para preservar
el parapeto de insurgencia.
El grupo criminal que históricamente deambuló
por los páramos de la Cordillera Central, y que tuvo en esos territorios el
asiento del secretariado, estaba en fuga y buscaba acantonarse en las
occidentales cumbres del "Chirriadero", o simplemente hacía por allí
su tránsito hacia las tierras bajas del Pacífico caucano, y quizá intentaba el enroque de alias
"Alfonso Cano" en alguna bananera playa de América Central.
Las fotográficas cercanías del joven
"Santiago" con el inicial movimiento guerrillero, y la resuelta
complacencia del actual mandatario colombiano con la siniestra metamorfosis de
esa organización, que en esta hora se muestra como poderoso cartel
narcotraficante y temible grupo terrorista, permiten suponer lícitamente que, desde antes,
unas ayudas iban y otras venían, y el
cruce de favores -los del político en
ascenso a los ilegales y los de los ilegales al político en ascenso- alcanzó tal magnitud, que hoy obliga a la mala
lealtad, a la ley del silencio propia de la camorra siciliana.
Alguna hipoteca perdonada disimula los impúdicos
abejorreos que los narcoguerrilleros le dieron a la dirigencia samperista de
los noventa, tanto en los elegantes salones de los hoteles bogotanos como en
los costosos condominios que engalanan las cálidas vertientes del altiplano, por allí por donde las encopetadas élites
capitalinas y la rancia delincuencia se van de rodadita hacia las orillas del
Magdalena.
No de otra manera podrían explicarse tantos escandalosos
acomodamientos que atónitos presenciamos
los ciudadanos de a pié.
El embustero admirador de las políticas de
seguridad democrática, en su espurio ascenso al solio presidencial terminó
sorprendiéndonos con obsecuentes conductas frente a sátrapas venezolanos, a quienes entregó para su silenciamiento, en acelerada
jugarreta de política criminal internacional, a Walid Makled García, uno de los
cinco narcotraficantes más perseguidos del mundo en esas épocas, necesario buen
conocedor de los convenios ilícitos entre "Megateo",
"Timochenko" y el "Cartel de lo soles", a quienes debemos
buena parte del desorden continental, con fatales consecuencias para la
economía colombiana, y para la estabilidad e integridad de la frontera
colombo-venezolana, transformada en vergonzosa plataforma para irregulares
vuelos hacia la mesa cubana, y sumida en
nuevos riesgos, al vaivén de las avilanteces territoriales de Maduro.
Sufrimos los colombianos agudas complicaciones de alguna deuda insoluta con la delincuencia internacional.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 12.07.15