domingo, 12 de julio de 2015

El secreto de Santos




 Algo, algo les debe Juan Manuel Santos a los herederos de "Tirofíjo".

 Una deuda inconfesable ronda las malsanas relaciones del Presidente con ese grupo terrorista que cada vez causa mayores daños morales  a la sociedad colombiana, y a las riquezas naturales nacionales.

 Para los colombianos residentes en Colombia, y para los exiliados que se informan sobre las realidades del país, está claro que en agosto del 2010 había legítimo control militar sobre el territorio nacional, y que los cabecillas de la banda criminal arranchada en La Habana corrían como ratas.

 Se refugiaban los bandidos en campamentos cercanos a las fronteras, unos muy cerca, otros más lejos, casi siempre fuera del territorio patrio, mientras escasa "diplomacia" faruca se escurría en busca de apoyos logísticos entre la gran burocracia internacional para preservar el parapeto de insurgencia.

 El grupo criminal que históricamente deambuló por los páramos de la Cordillera Central, y que tuvo en esos territorios el asiento del secretariado, estaba en fuga y buscaba acantonarse en las occidentales cumbres del "Chirriadero", o simplemente hacía por allí su tránsito hacia las tierras bajas del Pacífico caucano,  y quizá intentaba el enroque de alias "Alfonso Cano" en alguna bananera playa de  América Central.

 Las fotográficas cercanías del joven "Santiago" con el inicial movimiento guerrillero, y la resuelta complacencia del actual mandatario colombiano con la siniestra metamorfosis de esa organización, que en esta hora se muestra como poderoso cartel narcotraficante y temible grupo terrorista,  permiten suponer lícitamente que, desde antes,  unas ayudas iban y otras venían, y el cruce de favores  -los del político en ascenso a los ilegales y los de los ilegales al político en ascenso-  alcanzó tal magnitud, que hoy obliga a la mala lealtad, a la ley del silencio propia de la camorra siciliana.

 Alguna hipoteca perdonada disimula los impúdicos abejorreos que los narcoguerrilleros le dieron a la dirigencia samperista de los noventa, tanto en los elegantes salones de los hoteles bogotanos como en los costosos condominios que engalanan las cálidas vertientes del altiplano, por  allí por donde las encopetadas élites capitalinas y la rancia delincuencia se van de rodadita hacia las orillas del Magdalena.

 No de otra manera podrían explicarse tantos escandalosos acomodamientos que  atónitos presenciamos los ciudadanos de a pié.

 El embustero admirador de las políticas de seguridad democrática, en su espurio ascenso al solio presidencial terminó sorprendiéndonos con obsecuentes conductas frente a sátrapas venezolanos,  a quienes entregó para su silenciamiento, en acelerada jugarreta de política criminal internacional, a Walid Makled García, uno de los cinco narcotraficantes más perseguidos del mundo en esas épocas, necesario buen conocedor de los convenios ilícitos entre "Megateo", "Timochenko" y el "Cartel de lo soles", a quienes debemos buena parte del desorden continental, con fatales consecuencias para la economía colombiana, y para la estabilidad e integridad de la frontera colombo-venezolana, transformada en vergonzosa plataforma para irregulares vuelos hacia la mesa cubana,  y sumida en nuevos riesgos, al vaivén de las avilanteces territoriales de Maduro.

 Sufrimos los colombianos agudas complicaciones de alguna deuda insoluta con la delincuencia internacional.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 12.07.15