sábado, 28 de febrero de 2015

El cacho de la paz




 El personaje que nos gobierna ha repetido en variados tonos que la paz está de un cacho.

 También ha sostenido que la paz se logra porque esos tipos, con los que conversa, dizque no pueden hacer nada distinto a someterse.

 Con tales apreciaciones, y con otras igualmente traídas de los pelos, ha conseguido eternizar el plazo que inicialmente fijó en pocos meses para acordar una paz estable y duradera. Esa es su dadivosa contribución para que los negociadores narcoterroristas se tomen el parrandero recreo que la sociedad colombiana censura y que los supuestos enemigos de la paz miramos con absoluta desconfianza.

 A estas alturas del lánguido coloquio ya no se puede pensar en nada distinto a una grotesca mamada de gallo por parte de unos delincuentes que le pampean las posaderas al gobernante.

 Los acontecimientos de la semana pasada, violencia indígena contra la fuerza pública en Corinto, en los que el Estado democrático de derecho queda al desnudo, sin democracia y sin derecho, evidencian que el grupo terrorista, afincado en Cuba y en Venezuela, no conjuga el verbo acordar en el mismo tiempo en que lo conjuga Santos.

 Se hace realidad lo siempre dicho: a los violentos nada los apura, en cambio sí aprovechan hasta el último minuto para amedrentar a las poblaciones vulnerables, las de la Costa del Pacífico y las de las cordilleras aledañas en Cauca y Nariño, y a los empresarios agrícolas del Valle geográfico del Cauca, pero también para narcotraficar, y para rearmarse y consolidarse en territorios ahora excluidos de operativos militares oficiales.

 Es que el problema va para largo, si no es así, que nos expliquen entonces por qué razón los bandidos insisten en no pagar un sólo día de cárcel, exigencia absolutamente descartable frente al Estatuto de Roma; y por qué persisten en convocar una Asamblea Constituyente, cuando no se está negociando, supuestamente, ningún cambio en la estructura política, económica y social del Estado; y por qué continúan reclutando milicianos niños y adultos; extorsionando y secuestrado, e infiltrando organizaciones indígenas para sembrar el caos en la carretera panamericana y reclamar tierras debidamente explotadas por la industria azucarera.

 Los caucanos tenemos claro que la tal reivindicación de territorios ancestrales es una de las tantas formas de lucha que el marxismo tradicionalmente alimenta y reinventa. Si el verdadero interés de los narcoterroristas fuera suscribir un acuerdo de paz no animarían dichas reclamaciones que en las condiciones del Cauca, sobre propiedad de la tierra, no encuentran justificación. Está plenamente demostrado que los indígenas son los mayores terratenientes del Departamento, con el agravante de tener  abandonadas enormes extensiones que, en manos de sus antiguos propietarios blancos y mestizos, fueron convenientemente explotadas y razonablemente productivas.

 Al paso que vamos, si nos van a dejar a merced de los indígenas, se hará realidad la promesa del paredón con que amenazó el senador Benedetti a quienes no compartimos el método castro-chavista para la finalización del conflicto.

 Así las cosas, no parece que la paz esté de un cacho, está en un cacho brother.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 28.02.15

sábado, 21 de febrero de 2015

Ellos son así





 Hay unos seres humanos que, para los otros, desean sólo lo que a ellos les gusta y les satisface. Quieren que los otros sean y hagan como a ellos les parece que deben ser y hacer. Pero, cuidado, ellos no son arbitrarios, ni intolerantes, ni cuadriculados, ni fundamentalistas, ni excluyentes, nada de eso, simplemente son liberales, despercudidos, modernizantes y progres.

 Observa uno que a ellos les molesta lo que los demás piensan o dicen, se incomodan por lo que ocurre sin su consentimiento, detestan otras formas de apreciar y valorar el universo y sus componentes, y hasta descalifican a quienes piensan o creen que un Ser Superior es dueño, amo y Señor de la existencia.

 Se lee en los diarios que consideran intrascendentes las aspiraciones espirituales de los otros, el sentido del deber lo asimilan a camisa de fuerza adoptada por los amigos del militarismo o de los radicalismos culturales y religiosos, y se desgañitan proclamando que lo bien visto es fumar marihuana, consumir coca, libar fermentos en cantidades industriales, copular sin freno ni medida, matricularse en amorfos movimientos del intelecto y desprestigiar cualquier regla que provenga, se parezca o se aproxime a los mandamientos que la Iglesia Católica predica y defiende.

 A ellos, a los que no les parece adecuado adoptar elementales reglas de disciplina espiritual, se les complica la vida cuando sus conciudadanos defienden universales principios de contenido moral o de inofensiva buena conducta social, se les altera el pulso y se les sube la presión arterial cuando a otros se les ocurre repudiar el aborto delictuoso, u oponerse a la adopción por parejas homosexuales.

 Trinan de la ira, a la vieja usanza de trinar, cuando sus amigos o conocidos se oponen a la disolución del Estado de derecho y al fraccionamiento del territorio patrio, y llegan al extremo, ellos que no son extremistas, de catalogar como retardatarios a quienes no comulgan con la idea de convertir el mundo en una feria de conciencias, o a quienes reprochan el concierto de franquicias criminales en que se quiere transformar a la Patria en que nacimos.

 Sienten que la plenitud de la existencia se centra en el desbordamiento de todo marco, el desacato de toda norma y el atropello de todo límite; piensan y dicen que quienes no comparten sus gustos seguramente rechazan los deleites y posibilidades placenteras que van implícitas en la terrena humanidad, y que tampoco disfrutan los múltiples goces con que Dios premió al hombre y a los organismos vivos de la creación.

 Sueñan que los lanzados mensajes del reggaetón son más edificantes que los salmos del majestuoso gregoriano, y gritan que la impecable presentación personal o los actos de reverencia frente a Dios son grosera exteriorización de hipocresía, de esa hipocresía que ellos no padecen porque ellos sólo reverencian lo que consideran socialmente civilizado y liberador, así arrastren consigo las irremediables desgracias en que se constituyen el temprano comportamiento criminal de la juventud, el  creciente descuartizamiento de la familia tradicional, y la intonsa dilución del ser en los oscuros laberintos del vicio.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.02.15

lunes, 16 de febrero de 2015

¿Estado de derecho?




 No parece que sea más el ruido que las nueces. El justificado alboroto se arma en torno a unas apreciaciones que el ex presidente Gaviria publica, en donde llama la atención sobre ciertos vacíos que, de no llenarse, podrían abrir paso a dificultades legales, más concretamente investigaciones judiciales, contra distinguidos actores del conflicto armado a quienes no se menciona en las negociaciones de paz ni en los debates del Congreso.

 El documento aparenta buena voluntad y sinceros deseos de ponerle punto final a lo que el autor denomina la guerra, pero abre aterrador boquete para que los crímenes
que han conmovido a la sociedad colombiana, impunes ellos, pasen al canasto del olvido.

 Aunque del dicho al hecho hay mucho trecho, no es imposible que esas opiniones obtengan respaldo y sean atendidas durante lo que queda por hacerse y definirse en Cuba, en donde ganan terreno las estrambóticas condiciones impuestas por los violentos para hacer una temporal dejación de armas, mas no para renunciar al ejercicio de la violencia.

 Necesariamente las sugerencias de Gaviria tienen que dialogarse en La Habana, como para que válidamente puedan hacer parte del paquete legislativo que el Gobierno ponga a consideración del Congreso una vez se firmen los acuerdos, si es que hasta allá se avanza.

 No se me ocurre decir que allí haya trampas. Sencillamente, sin frenos de ninguna naturaleza, se pide incluir unos puntos específicos que a juicio del proponente, si faltan, podrían entorpecer no solamente los trámites legislativos y de control constitucional, sino el propio objetivo de imponer retorcidas formas y costumbres políticas, sin importar los métodos que para ello se utilicen.

Vuelve al ruedo la hipótesis de que nuestra democracia apenas se encuentra en construcción.

 En una democracia consolidada y seria no habría oportunidad para tales propuestas. Sencillamente se aplicarían las leyes vigentes dentro del marco constitucional preexistente, pero como lo que tenemos es un remedo democrático, le corresponde a Gaviria recordarnos que el tal Estado de derecho es mera ficción, una reflexión hipotética incrustada en su flamante Constitución de 1991, pero nunca una realidad legal incontrovertible y funcional.

El país está acostumbrado a toda suerte de piruetas leguleyas, en las que tradicionalmente predominan los intereses de los potentados, quienes siempre encuentran cuestionables defensores de oficio.

Como vamos, vamos bien, nos encaminamos hacia la consolidación de un Estado pergeñado por los jueces, quienes con sus declaraciones interesadas abren espacio a las argucias de los políticos, y allí entre todos van armando el rodillo de nuestras futuras desgracias.

Mañana, cuando la historiadores oficiales cuenten, a su manera, los logros y descalabros de nuestros actuales dirigentes, siempre tendrán a mano el comodín de la buena fe, y de los augustos valores republicanos, aunque para entonces estemos gobernados por bandidos que ahora limpian sus culpas y lavan sus fortunas mediante el descaecimiento del Estado.

Felices Samper y Serpa, dichosos, claro está "Timochenko" y los suyos, complacidos los grandes gamonales de la política nacional que, con sus liviandades, silencios y complicidades, han contribuido a montar este parapeto legal para burlar la democracia.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 16.02.15  

domingo, 8 de febrero de 2015

Tiempo de sensatez




 Se nos dice lo que siempre nos han dicho, que vamos a tener un nuevo país, y ante semejante promesa recuerdo la hermosa definición de fe, aquella que hace mucho aprendimos en el catecismo del padre Gaspar Astete, me santiguo como el mismo librito lo enseñaba, y optimista me propongo aguardar en paz hasta cuando el milagro se produzca.

 Pero en ese momento, el de leer las noticias, mirar las gráficas de los diarios, tomar el café mañanero y empezar a esperar, en ese mismo instante se me derrite la fe y se diluye entre mis manos la esperanza. ¿Cómo esperar milagros, y hacerlo en paz, cuando este país, caliente y terrorífico como el propio infierno, nada sabe de paz y niega los espacios para el optimismo?

 Odio destilan en periódicos y revistas los textos de opinión, de sangre se tiñen las primeras páginas, llanto y dolor aparecen en los rostros fotografiados, crímenes, miseria, desolación y espanto anegan esta tierra en que la misma historia se quiere repetir, y ciertamente se repite.

 Infames asesinos recorren la geografía nacional para dejar en campos y ciudades la desastrosa huella de sus balas; indolentes depredadores del medio ambiente perseveran con sus cultivos ilegítimos a la visible vera de los caminos; mineros mecanizados horadan atronadores las entrañas de las cordilleras cercanas para buscar en ellas el metal que corrompe y envilece; electoreros demagogos y tramposos enlucen sus tiendas de campaña para volverse a postular o postular a sus compinches; el paisaje de hoy vuelve a ser el de ayer, da la vuelta la noria, gira el piñón pero no la rueda, y el pedalista estático desgasta el musculo sin alcanzar la meta.

 ¿De qué vale decir que todo va a cambiar cuando los encargados de cambiar en nada cambian?

 Y tristemente los encargados somos todos.

 Las difusas y variantes denominaciones del mal cabalgan a lomos de una realidad que se maquilla y se disfraza. En los esteros de la costa caucana, y en todos los de la costa del Pacífico, habitan y extorsionan a sus anchas los delegados de los extorsionistas en receso; en las sendas vecinales salen al paso los eternos portadores de tradicionales amenazas; fluyen en el ambiente las mismas reivindicaciones terrígenas, ideadas, auspiciadas y ordenadas por idénticos caciques insaciables que todo quieren pero nada dan; emergen en más amplios espacios innovados sistemas y refinados procedimientos para que las víctimas oculten el sufrimiento y satisfagan en silencio brutales exigencias de quienes ahora relevan a los anteriores verdugos.

 Para nada sirven las promesas de cambio en un Estado inmoral y licencioso, diseñado a la perversa medida de arrogantes y presumidos capataces que defraudan a sus adormecidos peones en la misma medida y de la misma manera que los intocables patrones defraudan a los capataces.

 Con argumentos deducibles de nefastos atropellos que ocurren en el vecindario, debemos reclamar respeto al orden constitucional, demandar el cumplimiento de la teórica separación de poderes, y rechazar enfermizas injerencias de la rama judicial en discordias políticas no zanjadas y peligrosamente sensibles en esta hora crítica.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 08.02.15