sábado, 22 de febrero de 2014

Advertencia oportuna



 Los peligros que corren  las democracias continentales  son cada vez más aterradores.

 Afortunadamente en el último lustro, al incrementarse la utilización de redes sociales,  ciudadanos de todas las latitudes tienen posibilidad de conocer  valiosas informaciones que antiguamente sólo llegaban a reducidos sectores poblacionales.

 Lo que sucede en Venezuela, no todo claro está, le da la vuelta al mundo en tiempo record aunque el dictador de turno pretenda impedirlo.

 Sin importar que el régimen se empeñe en obstaculizar y  clausurar la actividad informativa, gracias a periodistas y camarógrafos que se juegan la integridad personal y hasta la vida, toda la comunidad internacional presencia el pavoroso cuadro de violencia represiva instigada por el inquilino de Miraflores.

 En muchos casos, cuando los reporteros profesionales no llegan o se les impide hacerlo, son los venezolanos del común quienes registran y publican en la internet los hechos violentos, las agresiones infames, los ataques mortíferos contra civiles inermes que se atreven a protestar contra el mal gobierno.

 Pocas veces la sociedad latinoamericana había tenido oportunidad y motivos visibles para reflexionar sobre la importancia de defender principios y valores democráticos al interior de sus fronteras y fuera de ellas.

 Lamentable que el pueblo venezolano, al que el destino nos ata en centenarias luchas por la defensa de las libertades y el respeto a los derechos humanos, sufra tan ominosos atropellos que profundizan los odios de clase, metódicamente utilizados desde las instancias de poder como perverso mecanismo de justificación para imponer un sistema anacrónico, inviable, corrupto y tiránico.

 Se intensifica ahora el incalculable daño a la actividad productiva venezolana y se retarda la necesaria recuperación de una economía que hace pocas décadas atraía turistas e  inversionistas universales, fundamentalmente europeos, y abría cupos de empleo y fronteras de superación financiera a miles de familias suramericanas que en Venezuela encontraban excelentes oportunidades laborales.

 A las generaciones de venezolanos que nacieron y se educaron  durante las bonanzas petroleras de los setenta y los ochenta, que conocieron una patria próspera, surcada por excelentes carreteras, dinamizada por la industria metalúrgica, engalanada además con  obras públicas que hacían de Caracas y otras ciudades verdaderos ejemplos de buena proyección urbanística, que nunca padecieron hambre ni carestías, les toca ahora levantar a sus hijos en medio de oprobioso desabastecimiento, someterse a interminables filas para adquirir productos de primera necesidad, y soportar la humillación de subsistir con reducidos presupuestos familiares cada vez más exiguos.

 Treinta años atrás, cuando Venezuela sonreía y crecía,  resultaban Impensables la inflación incontenible, el desbarajuste institucional y el despropósito gubernamental que ahora la martirizan.

 Ese país vecino, con esa  juventud erguida que busca salir del abismo totalitario, donde la justicia funciona bajo la batuta del ejecutivo, con un congreso amaestrado que silencia a bofetadas las voces disidentes, con una política internacional direccionada desde Cuba, en donde el ministerio público, las instancias electorales y las milicias populares armadas están pensadas para amenazar y someter a ciudadanos que discrepan de la pandilla gobernante, nos recuerda el inapreciable valor de las  libertades individuales y nos advierte los peligros de fracasadas aventuras socialistas.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 22.02.14