domingo, 29 de enero de 2017

Memorial




 Bastante se ha dicho sobre frecuentes faltantes y  errores contenidos en material  procesado por medios impresos con tinta que mancha, y algunas veces divulgado en redes virtuales como diariamente ocurre en esta civilización forjada a pantallazos.

 A menudo se insinúa no creerlo todo, preventivamente darlo por inexacto e incompleto, siempre verificarlo con su autor, y fundamentalmente considerar el prestigio y credibilidad de la fuente antes de aventurarse a imprimir y compartir, acciones mecánicamente elementales, aparentemente inofensivas, que con solo pulsar un botón pueden conducir a falsear infinitamente la verdad y terminar en universal amplificación de una mentira, o en  lamentable deformación de un texto literario pacientemente elaborado.

 Antiguamente, en la era del chismorreo, podían pasar cosas lejanamente parecidas pero el proceso era muy lento, porque se necesitaba mover la lengua muchas veces ante auditorios dispersos. Hoy un solo impulso de tecla, en fracciones de segundo, transporta una inexactitud, una falsedad o una calumnia a todo un universo de desconocidos navegantes. Se entiende, afortunadamente, que  una actitud receptiva, diligente, y comprometida con la excelencia puede evitar futuras reincidencias, máxime cuando la tecnología velozmente se refina para atenuar humanas imperfecciones.

 La situación se complica un poco si se piensa en el pulimento crítico que necesitarían potenciales corrientes destinatarios de un texto cualquiera, para evaluar algo que en los tiempos nuevos parece ir de capa caída, y es la fidelidad en la transcripción, virtud que debieran derrochar los medios de comunicación, ya sea que anuncien un espectáculo público, divulguen un hecho noticioso,  adviertan un peligro colectivo, publiquen un asomo poético o le den pase a un delirio literario, porque el grueso de los lectores sencillamente presume la exactitud y veracidad en los contenidos, y en esos aspectos no se les puede fallar a los lectores ni a nadie.

 Pero principalmente es necesario evitar que a lectores de largo oficio, duchos en artes y crítica, les lleguen textos amorfos,  relatos inconclusos, secuencias incompletas, narraciones sin desenlace, citas falseadas, o títulos incongruentes, porque si se quedan pensando bien alcanzarán a intuir que el error es de imprenta y se acabó el problema, pero si lo hacen mal, que también puede ocurrir, atribuirán a incompetencia del autor las omisiones del editor, y esto es injusto.

 Litigo aquí en causa propia para reclamar de nuevo, ya antes lo había hecho verbalmente, el inexplicable recorte en algunos de mis escritos, cuando mantengo una columna que, por disciplinar la pluma, y facilitar la delimitación de espacios, redacto en igual número de palabras para cada entrega.

 Siempre me he resistido a creer que el periódico aplique alguna forma de censura a mis opiniones reales o a mis divagaciones de fantasía, y repito mi ofrecimiento, si fuese necesario, de achicar los textos sin alterar los contenidos, pero rechazo los inclementes golpes de tijeras tantas veces sufridos, con los que el pasado diez de enero le cercenaron la gracia y el sentido al “Sueño salomónico”.

 Interrogatorio: Tantos espontáneos que se arrancan las vestiduras ante las decisiones de Trump, ¿sí tendrán experiencia en el manejo político de un imperio?

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 29.01.17  

sábado, 21 de enero de 2017

Barullo total




 Hace unos meses entró Umberto Eco en esa envidiable estancia de la que sabiamente se burlaba y calificaba como transitoria y rápida, la inmortalidad, y a ella ascendió ahora Zygmunt Bauman, el nominador de la famosa sociedad líquida, que ambos auscultaron con mucha profundidad, y en la que tesoneramente lograron buena reputación, virtud esta que no alcanza cualquier “ablandabrevas”, como Eco decía.

 Y es que a muy pocos hombres les queda fácil convertirse en sujetos de interés dentro de un mundo que, paso a paso, se especializa en degradar costumbres y valores, en el que al parecer hemos hecho tránsito por varios estadios sociales, de unos a otros, sin sentirlos ni comprenderlos, para quedar estupefactos ante un naciente presente que aún no tiene nombre, donde desapareció el Estado nacional como entidad que garantizaba a los individuos la posibilidad de resolver los problemas de su tiempo, para dejarlos en manos de entidades supranacionales, con el consecuente desvanecimiento de ideologías y partidos,  que eran quienes de alguna manera resolvían las necesidades del ser social.

 Ahora nos encontramos en un estado de licuefacción que no se sabe cómo ni dónde empezó, cuánto ni hasta cuándo durará, ni qué lo puede sustituir. Esta es la sociedad líquida.

 Cruzamos un desierto en el que no se avistan pautas de respeto y solidaridad para con los demás, vamos complacidos soportando, casi gozando, los desenfrenos del egoísmo y los atropellos de los tránsfugas, mientras desaparecen las seguridades  que brindaba el derecho, y poco a poco hasta los jueces se hacen enemigos de quienes reverencian las normas.

 Lo desconcertante es que, ante semejante barullo, al decir de Bauman y Eco bullen movilizaciones que “saben lo que no quieren, pero no saben lo que quieren”, grupos que “actúan, pero nadie sabe cuándo ni en qué dirección, ni siquiera ellos”.

 Habitamos un universo confuso que no sabe distinguir lo que antaño distinguía. Al estilo de Cantinflas, así como estamos de acuerdo estamos en desacuerdo. Aunque hay algo que quizá justificaría estar prisioneros en semejante laberinto: baste recordar que nacimos en el siglo veinte, que por azar nos criamos con los inventos del diecinueve, y que milagrosamente no nos hemos dejado contagiar por la ambigüedad sexual en que al parecer se encierran las claves para superar el veintiuno. Ojalá no nos toque sufrir los mandatos de las dinastías indefinidas. Hay necesidad de morir pronto.

 Ahora, cuando a nadie desvela aparecer esposado en la televisión, y lo que interesa es figurar para no disolverse en el anonimato, a muchos les da por mostrarse como delincuentes. En plena sociedad líquida, dirigentes de todo cuño sacan pecho mientras desfilan ante las cámaras de paso para la Picota. Ellos descrestan con sus habilidades para defraudar y vergonzosamente el pueblo los aplaude.

 Para tranquilidad y sosiego de los que sí saben, advierto que inspiración de esta columna fue fugaz ojeada a la obra póstuma de Eco : “Crónicas para el futuro que nos espera”, principalmente titulada “De la estupidez a la locura”, recientemente publicada en Lumen, Penguin Random House Grupo Editorial.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 21.01.17

sábado, 14 de enero de 2017

Atisbos




 Más que de respuestas, realizaciones y satisfacciones, comienza un año de interrogantes e inquietudes, de incertidumbres y búsquedas.

 No se sabe cómo le irá a la humanidad durante el ciclo que arranca.

 Maravilloso sería tener las claves necesarias para descifrar herméticos mensajes que inundan redes públicas y buzones privados, y disponer de herramientas, de estrategias inteligentes que aquerencien las aves buenas y ahuyenten los lobos malos.

 El Estado islámico con su manto de terror pondrá la gota amarga en Europa o en cualquier parte del mundo; los tentáculos de la criminalidad universal, que no conocen fronteras ni desechan alianzas con dictaduras y regímenes corruptos, ejecutarán continuadas cabriolas para quedarse con las riquezas nacionales del tercer mundo; los violentos, en todas las presentaciones, expresiones y empaques, continuarán por  la senda que su condición delincuencial les marca; y el mundo volverá a experimentar la eterna historia: la perfidia y la maldad nunca claudican.

 Los Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump se constituyen en caja de sorpresas. A quienes les disgusta su discurso franco, descarnado  y directo, ligeramente se les ocurre que el universo entero tambalea; mientras tanto, quienes consideran que el acomodado lenguaje de la diplomacia sólo conduce al engaño y la traición,  confían en los éxitos rotundos del nuevo mandatario norteamericano y en el certero rumbo del imperio a partir del 20 de enero. ¿Quién tendrá la razón?

 América Latina, enfundada en velos de mariposas amarillas, irá por los barrancos como los borrachos van al estanco. Estas  incipientes democracias de sucio papel olvidan y no aprenden el funesto historial de amancebamientos y saqueos, de promesas y desplantes, de negociados y enriquecimientos que sus castas dirigentes protagonizan desde los albores de la independencia, y desde antes.

 Colombia en parte, seducida por cantos de sirena, celebra la amangualada cumbia que la guerrilla, aún armada y no desmovilizada ni reinsertada a la sociedad civil, está bailando con supuestos verificadores imparciales, y reclama silencios que en el futuro puede lamentar. A los dichosos usurpadores de la refrendación, que consintieron en burlar legítimo triunfo plebiscitario por el no, les parece incorrecto perturbar el mentiroso sosiego de las rebautizadas bandas criminales que mantienen operaciones ilegales en narcotráfico, minería, secuestro y extorsión.

 El Cauca, por donde se le mire, es el mero vestigio de glorioso pasado. La tal clase política es auténtica vergüenza que el pueblo debe reprobar en los comicios que vengan, si es que los hay. La minería ilegal campea en los esteros del Pacífico y en el deteriorado Macizo colombiano, las siembras ilegales de amapola, coca y marihuana se incrementan en todo el territorio departamental, pero los oradores oficiales celebran los progresos del invisible postconflicto. Nada ni nadie puede justificar tanto cinismo acumulado.

 Popayán es una ruina. Allí no hay planeación urbanística, ni esfuerzos serios por la conservación arquitectónica, ni instituciones que vigilen y optimicen el gasto público. La chambonada es el signo visible en una ciudad que puede tener mejor destino, si es que le resultan dolientes dispuestos a encarar el reto de administrar lo público con honestidad.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 14.01.17