Hubo de todo, porque en un país de apostadores,
mercachifles y malabaristas resulta imposible que prime la lógica electoral, si
es que esta existe.
Hubo lamentables derrotas y positivos avances,
y obviamente merecidos triunfos, pero,
en el fondo, poca participación democrática.
Lo primero que se sabe es que arrasó la abstención,
pero a la vez se deduce que el efecto demoledor de las maquinarias comienza a
encontrar freno. Presiones, intimidaciones y amenazas no lograron su objetivo.
Puede pensarse que repuntó el voto de opinión, y que hay futuro para la
juventud.
A los humildes, que por definición son honestos
y bien intencionados, a los del pueblo raso no les fue mal, por lo menos así debe
decirse en Popayán, en donde arrogancia y prepotencia del cacicazgo fraterno
daban por seguro el triunfo de una alcaldesa que no fue. De nada sirvieron
rancios historiales de congresistas en familia ni dulzarronas promesas burocráticas. La alcaldía patoja fue
conquistada por el ímpetu del voto a conciencia.
Lamentable que Colombia no tenga cumplida democracia
, una clase política menos corrupta, y unos partidos estructurados para obrar
en verídico beneficio de la comunidad.
Lo ideal sería no recibir tristes noticias de capturas y libertades
automáticas, en vísperas de cruciales elecciones, cuando connotados caciques de
las tantas empresas electorales que en el país se arman, transportan abultadas
sumas de dinero con indiscutible propósito de comprar electores.
Y es que en las contiendas eleccionarias de hoy
ya no predominan mensajes ideológicos sino intereses de negociantes, de mesas
de dinero, de asociaciones temporales, y compañías transitorias, que se anidan en cualquier garaje para negociar votos con el mejor
postor. Son apéndices de oficinas públicas que manipulan auxilios, becas y
partidas, y con anuencia o complicidad de corrupta burocracia, dilapidan el
erario, se dividen las regalías, y se apropian contratos que, en legítimas
prácticas administrativas, no tendrían posibilidades de alcanzar.
Con las insólitas alianzas de estos tiempos,
el gran perdedor es el grupo social que vota pero no elige.
Lo que queda claro es que, a nivel nacional, la
elección de gobernadores y alcaldes no ha servido para optimizar el manejo del
patrimonio público, pero sí para malbaratarlo y disolverlo, y para festinar el
escaso interés popular de concurrir a las urnas.
Colombia en general, el Cauca y Popayán en
particular, lo mejor que pueden esperar es que la providencia los asista. Los
precarios triunfos de unas minorías locales sólo sirven para presagiar difusa gobernabilidad.
No es saludable que grandes ciudades como
Bogotá, Medellín, Barranquilla y Cali resulten gobernadas por candidatos que
relativamente ganan con muy pocos votos, si es que las mediciones se hacen no
sobre los electores participantes, sino sobre el gran potencial de electores
esquivos.
Por ahora nos queda la tarea de conformar
grupos de presión, que amalgamados por necesarias afinidades ideológicas,
entren a revitalizar los partidos existentes o a integrar nuevas fuerzas políticas
decididas a definir dignamente la próxima elección presidencial y, sobre todo,
a encontrar espacios de entendimiento nacional
amparados en estrictos compromisos de verdadera verdad, pronta justicia
y auténtica reparación.
Miguel Antonio Velasco
Cuevas
Popayán, 25.10.15