domingo, 30 de octubre de 2016

Elegibilidad




 Indudablemente este país tiene muchas particularidades, como todos los del mundo, pero en cinismo y socarronería políticas aquí tenemos campeones.

 En esta tierra la delincuencia da lecciones de moral pública y pontifica a diario como si la masa silente, genéricamente denominada gente de bien, desconociera sus pestíferas andanzas. Audaces depredadores de la hacienda pública no se paran en pelos para sacarse en limpio y presentarse como modelos de pulcritud y, válgame Dios, piensan a pie juntillas que sus aseveraciones son creíbles.

 Los principales valedores de delincuentes organizados se refieren a estos como si no los conocieran ni los apoyaran, y sus amigotes tratan de ocultar protuberantes violaciones de derechos fundamentales, porque entre bomberos no se pisan las mangueras.

 Al pueblo lo acostumbraron a convalidar el saqueo de lo colectivo y, cuando se intenta hacer memoria de los malos pasos en que ciertos gamonales se pusieron los códigos de ruana, no faltan aduladores oficiosos, o cronistas prepago que en una página impresa, o en unos cuantos minutos de radio o televisión cuentan la historia al revés, y desbrozan el terreno para la próxima aspiración del que sea, para lo que sea y como sea.

 Crímenes atroces y de lesa humanidad, que segaron vidas de hombres ilustres, no encuentran juiciosos investigadores ni adquieren connotaciones especiales y sospechosamente derivan hacia los anaqueles del olvido, casi como si a nadie conmovieran, pero no faltan medios informativos que dedican semanas y meses a recontar pequeñas tropelías callejeras con pelos y señales, y a presentar maquilladas estadísticas delictivas que a ojo de buen cubero sólo buscan pintar ideales situaciones de orden público, y paradisiacos estados de tranquilidad.

 Con penoso rigor se sufren estas tristes realidades en tiempos preelectorales, como los que empiezan a correr, cuando maquinarias de todas las pelambres ensayan motores y enrarecen el ambiente con quemados aceites.

 La fresca coyuntura plebiscitaria, que ha de servir de referente para mostrarle caminos acertados a electores analíticos, ciudadanos indiferentes,  mandaderos incautos, y  a repudiables mercaderes electorales, debe aprovecharse por todos para exigir, promover y respaldar auténticas propuestas programáticas, intentar derroteros políticos menos trajinados, más honorables, y adelantar campañas limpias en que se defiendan ideales sin embrollos demagógicos.

 Lo que Colombia requiere es un repaso sincero, ponderado y razonable sobre el daño que le han hecho quienes torticeramente la mangonean y usufructúan. La sociedad en pleno, que por estos días está despierta y consciente, puede con sobradas razones, y con amplios espacios, empezar a depurar la escandalosa oferta de cambios que nunca llegan y de reformas estructurales que no se cumplen, y reclamar, aunque sólo sea por esta vez en este siglo, que se prescinda de la palabrería engañosa, del vocabulario incendiario, de la doctrina alienante, del proyecto fracasado, para que se le diga de frente cómo es que la van a respetar y a proteger en el ejercicio de sus derechos constitucionales, de qué manera se va a contrarrestar la asfixiante criminalidad, y cuánto le va a costar recuperar el orden institucional severamente desconocido y defraudado.

 Colombia necesita que la gobiernen líderes intachables.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 30.10.16