jueves, 6 de junio de 2013

Ave caída del cielo

 ¿Alguien conoce algún remedio para cuando no hay remedio? ... La cosa fue así: necesitábamos bajar un racimo de chontaduros en sazón -que ya comenzaban a desgranarse- y no hubo otra manera que desgajarlo con una media luna ajustada en el extremo de dos varas que unimos, para poder alcanzar los frutos ubicados a unos catorce metros de altura. La maniobra no era fácil por la irregularidad del terreno en donde se encuentra la palma y por la flexibilidad de las varas en que empatamos la medialuna. Cuando lográbamos colocar la media luna junto al racimo no alcanzábamos a ejercer la presión necesaria para desprender el racimo, y cuando intentábamos reacomodar la herramienta, el peso de las varas y la media luna se asociaba con la ley de gravedad y dábamos con el artificio contra el follaje circundante o contra el piso. Tras varios intentos el racimo cayó aparatosamente sobre una cama de forraje y hojas secas que, para el caso, habíamos arrumado al pié de la palma. Lo cierto es que tras la euforia del logro y entre los lamentos porque los chontaduros se esparcieron seis metros a la redonda, cuando recogíamos lo que quedó junto a la palma, una bola de lana, que se enredaba entre unos tallos espinosos caídos con la cosecha, captó nuestras miradas; no sabíamos de que se trataba porque era algo informe, nada nos indicaba lo que pudiera ser, y mas parecía un copo de algodones caído de las alturas. Pero la bola como que se movía y al mirarla con más atención como que respiraba. Sólo cuando la rescatamos del enredo vegetal en que se hallaba pudimos entender que era un búho. Los dos o tres minutos que siguieron los dedicamos a reanimarlo; le soplamos la pechuga y la cabeza, le movimos las alas y le abrimos el pico, le dimos unos masajitos y consejos y listo, el muy dormilón se acomodó plácidamente entre las manos del labriego que nos acompañaba y continuó su siesta. Dejarlo entre el follaje no podíamos; nuestro acompañante advirtió que, por el manoseo de que fue objeto el animalejo, los padres ya no lo reconocerían, ¡lo aborrecen! dijo con autoridad, y si lo dejamos botado se muere porque todavía no caza. Solución, llevarlo a casa. Le dimos unas gotas de agua que aceptó complacido, una de nuestras vecinas dijo que era un gavilán, otro vecino que un ave de mal agüero, la tercera diagnosticó que un gallinazo, pero una vecina diligente, mientras se surtía el empírico ejercicio clasificatorio, optó por darle de comer y sí señor, el búho, que ya nosotros lo teníamos clasificado, se metió su buena cena. Amaneció con nosotros, lo tenemos en casa, y pensamos que se irá cuando quiera. Mientras tanto le daremos de comer y de beber. Por lo pronto se llama "Sócrates" y quiere conocerlos a todos ustedes. A propósito, vino a nuestras manos durante la celebración del medio ambiente. ¿Alguien conoce algún remedio para cuando no hay remedio? ...