Otear los horizontes que lo circundan, cultivar los espacios en que quisiera dejar
huellas, rememorar aciertos y fracasos,
son los recursos ancestrales de que se
vale el ser humano para rectificar rumbos, precaver desvaríos y afianzar su
existencia terrena.
Siempre se debe recordar que la especie
pervive porque otros ya hicieron los caminos y que es falacia considerar el presente como
la única posesión vital del hombre.
Sólo los pregoneros de la desesperanza, desentendidos
de las construcciones culturales del pasado y despojados de toda ilusión, se
atrincheran en una cierta ineptitud prospectiva y se proclaman inútiles para
moldear el porvenir.
Claro que los esfuerzos de transformación; los anhelos de progreso, los intentos de
ascenso, los deseos de alcanzar superiores condiciones de vida, las inquietudes
naturales para transitar a la excelencia; no se pueden catalogar como patrimonio de
ninguna élite ni privilegio de ninguna corriente del pensamiento, son atributos
consustanciales del ente social diversamente manifestados a lo largo de los
tiempos.
Actitud y aptitud para trascender es lo que
siempre ha caracterizado al ser humano.
Entonces ningún sector de la comunidad
nacional se puede acobardar ante los avances del desvalor, nadie debe presentir
el agotamiento de las luchas, ni dar por concluida la misión histórica de
batallar para conquistar ideales.
Los desenfrenos que ahora se viven, los
potajes venenosos que se cocinan, las revoluciones que se instigan para
desestructurar los fundamentos constitucionales de esta patria que nos cobija, no
tienen arraigo en el espíritu nacional, y no pueden desequilibrar el sentido de
permanencia que nos identifica como nación aunque arrecien los ataques contra
la institucionalidad.
En las convicciones de la sociedad colombiana
no encaja la idea de respaldar el aborto, casi que como método de planificación
familiar, pues que así lo suelen practicar al margen de cualquier consideración
ética o al invocar falsamente la justificación científica de proteger la
salud y vida de la madre. Y el tema se oscurece más cuando, en algunos casos, padres y compañeros sentimentales de las
mujeres embarazadas inducen al personal médico, mediante amenazas a veces, a
practicar la maniobra abortiva innecesaria.
Ni cabe en las costumbres nacionales la
alocada tendencia de legalizar matrimonios entre parejas homosexuales, y mucho menos concederles a tales parejas la
opción legal de adoptar menores huérfanos, abandonados o en situación de riesgo. Esas parejas, simples
conjunciones erótica, estériles e incompatibles
con la función perpetuadora de la
especie humana, en nada se asemejan a la institución familiar como célula
fundamental del cuerpo social.
Tampoco puede suceder que la pandilla de
Tirofijo, envalentonada y arrogantona en las comodidades de La Habana, se haga
al poder, obtenga impunidad, y lave su
inconmensurable fortuna sin pagar un día
de cárcel y sin reparar a las víctimas de su violencia narcoterrorista.
Estas y otras cuestiones, que comprometen el honor
y la dignidad de los colombianos, no las
podrán ahogar en mermelada, ni las vamos a dejar al azar de reformas constitucionales
amañadas.
Es necesario elegir legisladores que defiendan
ideas para que los jueces no gobiernen a golpes de jurisprudencia.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, abril de 2013