domingo, 9 de junio de 2013

Diplomacia fatal




 En los escenarios de la representación diplomática, en  la América hispana y otras latitudes de la geografía universal, antaño se admiró y  honró a Colombia porque sus delegados eran personajes de refinada cultura, profundos conocedores del tema que los convocaba, respetabilísimos voceros del  interés público  e intachables defensores de los  valores nacionales.

 Las veleidades ideológicas del presente, la falsa intelectualidad,  la ambigüedad que ahora caracteriza el lenguaje burocrático,  la ubicua personalidad de ciertos beneficiarios del establecimiento y sus desmedidos apetitos por hogaza y melaza,  convirtieron el pasaporte diplomático en patente corsaria que permite viajar a roncar y a devengar sin trabajar.

 Verdadera vergüenza pública esa de recorrer el mundo porque sí, porque hay que ir y porque entre colegas nos turnamos. Mucho mayor es la vergüenza cuando el viaje se hace para retar a la sociedad y demostrarle  que el poder es para joder.

 No se diluía la noticia sobre el crucero de la presidente de la Suprema Corte, en grata compañía de magistradas menos sonoras y de sonoro aspirante a la altísima colegiatura, con el pacífico propósito de descansar en tiempos de labor, cuando se supo que la señora nuevamente se enrumbaba a Europa más o menos a lo mismo, a viaticar por dormitar, y en esas la mostró la televisión.

 Entre tanto, en el cercano vecindario, el comandante de turno larga chafarotazos y reitera la diatriba contra las instituciones y contra la dignidad presidencial de la patria colombiana, sin que la Canciller ni el propio mandatario nacional se pronuncien ante el despropósito, aunque sólo sea con melifluo llamado a la moderación del vocinglero.

 La diplomacia, el oficio y el arte de tratar con gentileza y gallardía los más ásperos desencuentros con el adversario, no puede llegar a humillantes extremos de aceptar la ofensa en silencio o de maquillarla para congraciarse.

 Permitir que mal nos representen, en un caso, y  admitir que nos maltraten, en el otro,  son conductas que minan la respetabilidad de nuestro ser nacional y quebrantan recíprocos derechos y deberes exigibles en el  desempeño global.

 Semejantes deterioros explican que algunos voceros de  ciertas agrupaciones,  legales unas e ilegales otras,  mediante comunicados, reproches y  condicionamientos que amenazan, intenten demarcarle a Colombia la agenda internacional.

 Las descalificaciones verbales que el mandatario venezolano lanza contra el colombiano, al que abiertamente trata de jugador hipócrita e irrespetuoso, y la simultanea pataleta de la delincuencia domiciliada en Cuba, que sindica al presidente Juan Manuel Santos de dinamitar los diálogos; porque  éste se  reúne con líderes democráticos del continente,  o porque torpemente anuncia el ingreso a una organización topográficamente lejana, o porque dialoga con altos dignatarios del gobierno estadounidense; son la lógica consecuencia de esa diplomacia errática, disparatada y blandengue, que no marca límites entre nuestra legitimidad de Estado constitucional y  la espuria condición de la mezcolanza que aquellos críticos abanderan.

 De beneficio sería que Colombia regresara a los requisitos del mérito personal para designar, nombrar,  ternar, y elegir a quienes verdaderamente tengan por enseña la nobleza de carácter y la lealtad del gesto.

Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, junio 9 de 2013