Surtido el trámite electoral, consolidadas las
cuentas y finalizada la verdadera encuesta, la que se efectuó en las urnas y no
en las agencias de maquillado vaticinio, se vino encima el tiempo de cumplir.
Al Cauca y a la región suroccidental colombiana
sólo le queda la esperanza de un futuro que supere las dudosas bondades del
glorioso pasado.
Los oscuros acontecimientos del presente, el
desplazamiento permanente de poblaciones rurales, el reclutamiento de menores
para esclavizarlos en plantaciones y minas ilegales, el infame sometimiento de niñas
campesinas para prostituirlas en campamentos de grupos irregulares, el auge del
terror en las cordilleras y en las tierras bajas de la Costa del Pacífico, el
continuo fusilamiento de campesinos que no se inclinan ante aviesos propósitos de comandantes
guerrilleros, son realidades criminales que deben conmover las conciencias y encontrar prelación en las gestiones
públicas de quienes obtuvieron el favor del voto popular.
Toda la zona del Pacífico colombiano vive
críticos momentos de atropello y despojo. El control territorial que los
facinerosos pretenden implantar en esas costas bravas, la demarcación de zonas
exclusivas para el delito, el fortalecimiento del narcotráfico en el occidente
caucano, demandan decididas acciones estatales, no sólo de control militar sino
de urgente inversión social que permita
derrotar la miseria, acorralar la ignorancia, prevenir la enfermedad y evitar el
olvido.
Subsistir en territorios inhóspitos, sufrir las
consecuencias del desempleo y de la guerra, experimentar la angustia de navegar
entre manglares para buscar atención médica, o escuela para los hijos, o una
nueva parcela para elementales cultivos de subsistencia, son vivencias que los
elegidos desconocen porque todo lo tienen a pedir de boca.
Las mieles del poder encuentran mejor
significación si se destinan para servir a los humildes y no para acrecentar inequidades,
profundizar injusticias y engordar fortunas personales.
Las clases políticas tradicionales, que se
suceden y relevan pero no se transforman, le deben mucho a Popayán y al Cauca.
El puro tema de infraestructura vial es un pasivo político que molesta y
desconcierta. Al Cauca le han escamoteado el derecho a intercambios comerciales
terrestres con Huila, Caquetá y Putumayo, y con sus propios municipios
costaneros, al Cauca le adeudan la ejecución de promisorios complejos
hidroeléctricos mil veces mencionados y nunca concretados, la región necesita
oportuna recuperación del corredor ferroviario que hasta los setenta estuvo
bien servido por el Ferrocarril del Pacífico, nuestro departamento merece
inclusión en los emprendimientos financieros que apunten hacia el desarrollo
industrial, la explotación racional del potencial turístico y el intercambio comercial
con el resto del país y con el resto del mundo.
El actual deterioro físico de la capital del
departamento, la usencia de obras civiles que dinamicen la inversión y fomenten
el empleo formal, el marcado desinterés por la construcción de vías periféricas
que agilicen el tráfico y propicien la modernización de la urbe, son deplorable
producto de la modorra administrativa y del maligno clientelismo que todo lo reduce
a rapiña de cargos burocráticos mas no al fortalecimiento de actividades
productivas que nos incorporen al desarrollo económico del país. Hay tarea.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 09.03.14