sábado, 18 de abril de 2015

Al Cauca herido




 Aquí en el corazón queda el dolor, dolor inmenso propiciado por punzantes esquirlas de metal incandescente. La fragorosa tormenta de insensatez que a despojos quisiera reducirnos y que  indolente arroja su andanada para derramar sangre inocente, es  brutal desenfreno de inclinaciones fratricidas pero nunca mensaje de libertad ni de justicia.

 Desde las carnes destrozadas de los soldados muertos rebrotará  la insumisa pasión por proteger la tierra que a pulso cultivamos, aunque a estruendos de cañón pretendan demolerla quienes en cínico delirio la aturden y la enlutan.

 A las bondades del futuro y a la ingenuidad de la esperanza hemos otorgado vocería para implorar la paz, pero el destino la niega y la retiene. El antiguo memorial para conquistarla y conservarla parece agigantar la maldita voracidad mineral de quienes nos la niegan.

 Borrar las cicatrices de incontables contiendas se vino a convertir en imposible empresa. A las absurdas motivaciones territoriales de viejas guerras, y a las falaces convocatorias de entendimiento que casi siempre se transformaron en nuevos desajustes políticos, y condujeron a peligrosos desencuentros partidistas, se les vinieron a sumar disparatadas ideas de proclamar repúblicas dentro de la República y luego estados dentro del Estado.

 Y en eso andamos y por eso nos matan. Los parásitos que perforan la geográfica epidermis se resisten a desaparecer. Desde los rudimentarios socavones de épocas remotas, cuando antaño se comenzaron a horadar las entrañas del Macizo Colombiano y las ariscas nervaduras del Chocó, del selvático Pacífico suroccidental, del Viejo Caldas, de la agreste Antioquia, del indomable Boyacá y los rebeldes Santanderes, de nuevo desde esos socavones se asoman los fantasmas de la minería depredadora y esclavista.

 Esta guerra de hoy, la del postconflicto santista, la que hace una semana fracturó el fatídico romance de las élites gubernamentales con las élites delincuenciales, la que quebró la complicidad de los silencios oficiales frente al incesante trajinar de máquinas pesadas por entre desfiladeros y mesetas de la Cordillera Occidental, incluido el necesario tráfico de lubricantes y combustibles requeridos para hacerlas funcionar, descorre el velo que el Estado corrupto tiene tendido para facilitar los nuevos enriquecimientos ilícitos, los nuevos blanqueos de capitales, y el sanguinario acomodamiento de nuevas facciones delictivas, indiscutibles herederas del narcotráfico, que también subsiste, pero que destina las utilidades de la droga a la oscura explotación de minerales preciosos.

 Paradójicamente la esperanza se nos quiebra en la vereda La Esperanza, en cercanos espacios de masacres paramilitares, sobre la ruta del Naya, en donde perversas sentencias judiciales arrebataron a la Universidad del Cauca extenso predio de indiscutible importancia científica, en las laderas del Pacífico, por donde ancestrales pobladores del altiplano payanés, y mi propio abuelo Samuel Cuevas desde el municipio de Morales, trajinaron a lomo de mula la centenaria trocha de Puerto Merizalde  hasta las orillas del mar.

 Agotado el despojo al Cauca, a su Universidad, al equilibrio de la biodiversidad universal,  que por lo menos se proteja a caucanos raizales allá sobrevivientes, que a tiempo se contengan exterminios y desplazamientos. Ya masacraron cinco civiles después de masacrar a los militares.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 18.04.15