domingo, 11 de mayo de 2014

Vidas de gatos



 El gato negro de ojos verdes se sobó silencioso contra el muro cuando ella dijo adiós. El coche se detuvo un instante  junto al puesto de vigilancia y se alejó despacio, mientras tanto el curioso felino  se asomó resignado a la verdad de sus días. Todo quedó claro para él pero no para ella.

 Ella se cambió de lugar pero el gato no se podía cambiar porque él es de allí, de su territorio, del campestre lugar donde ella algún día lo encontró flacucho y vagabundo.

 Por las noches, sin muestras de reproche, el animalejo mirará a los ojos de los  vigilantes  y se limpiará los bigotes con tanta autoridad que los hombres apagarán el televisor y saldrán a cambiarle el agua y servirle la ración.

 Agradecido se acomodará  sobre el mesón de la garita con la misma pasmosa quietud de los gatos de porcelana y allí estará hasta el lógico final de  su séptima vida.

 En cambio ella no durmió, en la inquietud generada por los ruidos dispersos de un espacio desconocido en donde todo suena sin causas aparentes, se despertó sobresaltada para buscar junto a su cama decenas de lagartijas, escarabajos y ratoncillos destripados que el gato negro le dejó en protesta por su ausencia. Aterrada bebió unos sorbos de té, inspeccionó toda la casa,  pero nunca encontró los escarabajos.

 Y como en el mundo de los gatos ocurren cosas de gatos, vino a suceder que a la siguiente noche, en la temida espera del desvelo llegó otro gato, un gato de verdad, un gato que escapó de un aquelarre.

 Tras recorrer los bosques aledaños y lidiar con la herida que le dejó la soga al rededor del cuello, marcado el pobre por una ruda cicatriz profunda y permanente, el bebé siamés de ojos azules tuvo la envidiable fortuna de toparse la mansión de un can de mala laya que siempre deja residuos en el plato.

 Amparado en las sombras vegetales, camuflado en los rastrojos, cubierto de rocío en las madrugadas y tostada la piel  en el calor del medio día, con su tieso pelaje de gato a la intemperie,  improvisó atalaya en el tronco de un roble agonizante y allí pasó los días asaltando en las tardes las boronas restantes.

 Los acuciosos amos del can se condolieron y le brindaron protección al gato, pero el perro celoso, en fin celoso y perro, no soportó que amor dieran al gato, y promovió el desahucio del intruso.

 Así el felino errante "Coffee Cat" otra vida empezó, una nueva aventura innumerable en la que ostenta condición de propietario.

 En las noches de luna sube al techo o se posa discreto en las barandas del balcón a otear el paisaje.

 Hace unos días, cuando ella leía, él tuvo la perversa ocurrencia de tocarla y saltar, y obligarla a mirar por la persiana. En ese instante, al apocado can, al del desahucio, lo llevaban a tirones, encadenado el infeliz  y cabizbajo.

 Ronronea en sus arrumacos el felino, de un barquito de papel se hizo un palacio.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 11.05.14