domingo, 24 de agosto de 2014

Cuento de nunca acabar




 Lo ideal no es decir sino hacer. Si quieren la paz, que la hagan, pero que no hablen bosta.

 Colombia, la patria en sí misma se identifica con el estado de paz. La guerra no es buena para nadie, pero mientras existan posiciones enfermizas, que sólo encuentran paliatorio en el cubículo psiquiátrico, habrá guerra.

 Esa es la realidad de un estado de cosas animado por ambiciosa ferocidad de unos y  pasmosa corrupción de otros.  Pero, ¿quien nos puede decir quienes son los unos o los otros?  ... ¡por ahora nadie!

 Todos son uno mismo. Por eso la verdad del estropicio no la dilucidará una comisión amañada y sumisa que escriba historias para quien bien  las pague. Nadie podrá contarnos una mejor versión que la vivida.

 La realidad de la violencia va estacada  en el corazón del que la sufre, y ningún versado tiene varita mágica para señalar el origen de cada asesinato, de cada desplazamiento, de cada atropello, de cada violación, de cada burla, ni mucho menos para cuantificar la intensidad de cada dolor.

 El andamiaje institucional está infiltrado y  manipulado por los ilegales. Los predicadores de falsas liberaciones tienen sus fichas en el tablero burocrático, los guardianes del tesoro entregaron las llaves a los depredadores de la riqueza pública,  el virus de la rapiña y la mentira domina los espacios donde debieran reinar la dignidad y la honradez.

 Victimas somos todos los demás que recibimos el impacto de la brutalidad y presenciamos inermes el deterioro del ordenamiento constitucional.

 A mi generación la signó la barbarie del enfrentamiento fratricida, que ejercitó sus odios en la discusión de difusas teorías, propias ellas de unos partidos débiles, a los que nadie podrá atribuirles la mafiosa matanza que actualmente soportamos, pero que en el convivium del Frente Nacional no tuvieron el olfato necesario para demarcar unos espacios diferentes al debate social en que largamente se habían confrontado.

 La de hoy parece otra violencia pero es la misma.  La que resulta de ablandar las normas de derecho para beneficio de unos pocos, porque unas son las reglas contenidas en la letra moribunda de la Constitución, y otras, bien distintas, las que aplican quienes debieran evitar el colapso de la estructura nacional.

 Los colombianos rasos, los que se amparan en la fortaleza de su fe y en la destreza de sus brazos para asegurar el sustento de la prole, los que no han levantado una mano para defenderse de sus verdugos  y sólo han tenido tiempo para correr a refugiarse en otros pueblos, o en otros montes, no alcanzan a entender cómo es posible que la misma casta que gobierna hace tres cuartos de siglo, -Santos y Lleras-,  amplifique el cínico mensaje  de unos criminales multimillonarios que se niegan a reparar a sus víctimas, dizque porque no tienen con qué hacerlo, porque las víctimas son ellos, y porque no han delinquido sino que simplemente se han equivocado.

 ¿A cuál verdad nos quieren conducir?  ¿De qué contrición hablan?  ¿Cómo es la paz y en que consiste la equidad que predican?

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 24.08.14