Lo ideal no es decir sino hacer. Si quieren la
paz, que la hagan, pero que no hablen bosta.
Colombia, la patria en sí misma se identifica
con el estado de paz. La guerra no es buena para nadie, pero mientras existan posiciones
enfermizas, que sólo encuentran paliatorio en el cubículo psiquiátrico, habrá
guerra.
Esa es la realidad de un estado de cosas
animado por ambiciosa ferocidad de unos y pasmosa corrupción de otros. Pero, ¿quien nos puede decir quienes son los
unos o los otros? ... ¡por ahora nadie!
Todos son uno mismo. Por eso la verdad del estropicio
no la dilucidará una comisión amañada y sumisa que escriba historias para quien
bien las pague. Nadie podrá contarnos
una mejor versión que la vivida.
La realidad de la violencia va estacada en el corazón del que la sufre, y ningún
versado tiene varita mágica para señalar el origen de cada asesinato, de cada
desplazamiento, de cada atropello, de cada violación, de cada burla, ni mucho
menos para cuantificar la intensidad de cada dolor.
El andamiaje institucional está infiltrado y manipulado por los ilegales. Los predicadores
de falsas liberaciones tienen sus fichas en el tablero burocrático, los
guardianes del tesoro entregaron las llaves a los depredadores de la riqueza
pública, el virus de la rapiña y la
mentira domina los espacios donde debieran reinar la dignidad y la honradez.
Victimas somos todos los demás que recibimos
el impacto de la brutalidad y presenciamos inermes el deterioro del
ordenamiento constitucional.
A mi generación la signó la barbarie del
enfrentamiento fratricida, que ejercitó sus odios en la discusión de difusas
teorías, propias ellas de unos partidos débiles, a los que nadie podrá atribuirles
la mafiosa matanza que actualmente soportamos, pero que en el convivium del
Frente Nacional no tuvieron el olfato necesario para demarcar unos espacios diferentes
al debate social en que largamente se habían confrontado.
La de hoy parece otra violencia pero es la
misma. La que resulta de ablandar las
normas de derecho para beneficio de unos pocos, porque unas son las reglas
contenidas en la letra moribunda de la Constitución, y otras, bien distintas,
las que aplican quienes debieran evitar el colapso de la estructura nacional.
Los colombianos rasos, los que se amparan en
la fortaleza de su fe y en la destreza de sus brazos para asegurar el sustento
de la prole, los que no han levantado una mano para defenderse de sus
verdugos y sólo han tenido tiempo para
correr a refugiarse en otros pueblos, o en otros montes, no alcanzan a entender
cómo es posible que la misma casta que gobierna hace tres cuartos de siglo, -Santos
y Lleras-, amplifique el cínico
mensaje de unos criminales
multimillonarios que se niegan a reparar a sus víctimas, dizque porque no
tienen con qué hacerlo, porque las víctimas son ellos, y porque no han
delinquido sino que simplemente se han equivocado.
¿A cuál verdad nos quieren conducir? ¿De qué contrición hablan? ¿Cómo es la paz y en que consiste la equidad
que predican?
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 24.08.14