Se anticipó el resultado de las próximas
elecciones presidenciales. Era de esperarse
que la candidatura preferida se conociera al concluir el debate que renovó el Congreso, y aunque pocos
imaginaron tan compleja definición en tan corto tiempo, el favoritismo popular
por Peñalosa resulta arrollador.
Las amargas
experiencias de la resurgida inseguridad nacional que se volvió a tomar
las carreteras, el negativo balance en anunciadas reformas institucionales calamitosamente sepultadas por la simiesca
horda parlamentaria, el recrudecido auge de la corrupción administrativa, y el inmenso
retroceso en la lucha contra cultivos ilícitos y procesamiento de narcóticos,
mas el desinterés del ejecutivo frente a gravísimos problemas que merman la productividad
del campo y complican la subsistencia de la agricultura lícita, agudizaron el
descontento con el gobierno actual.
Además es ofensivo el vergonzoso compadrazgo con
la dictadura venezolana, que se lo quieren embutir al país como gran triunfo diplomático en las relaciones internacionales,
mientras pretenden disimular estruendosos fracasos internos en reformas a la educación,
la salud pública y la administración de
justicia, con el torpe estribillo de que queda mucho por hacer.
También incomoda y desconcierta el pérfido otorgamiento
de delicadas concesiones al más grande cartel del narcotráfico universal. La
sociedad detecta y rechaza la fuerza decisoria que el bandidaje ha conquistado
desde su segurísimo refugio antillano.
No es nada sano que el interminable
conversatorio habanero se pretenda interpretar oficialmente como ruta de avance
hacia una paz interior cada vez más andrajosa.
Desde ya se adivina el reciclaje de aireados
frentes violentos, que quieren copar
espacios del viejo bandolerismo impunemente habilitado para dirigir la futura política
nacional, e inmerecidamente autorizado para disfrutar criminales fortunas que ahora se legalizan al vaivén de lentas conversaciones.
Indudablemente el gobernante se considera fortachón y saludable, mientras los
gobernados lo diagnostican enfermizo y delirante.
Los recientes despropósitos eleccionarios, en
que afloraron peligrosas fallas del procedimiento de conteo, y se hicieron visibles grotescos desajustes
democráticos en ciertos territorios costeros donde la mermelada gubernamental
obró el milagro de alcanzar alto porcentaje de elegidos con bajo potencial de
electores, pusieron en evidencia la perversidad de nuestro sistema político y
quizá la falta de legitimidad representativa.
Oscuro se presenta el porvenir democrático
cuando los negros, tan orgullosos de su color y de su raza, terminaron políticamente
agenciados y representados por politiqueros de caras pálidas, mientras ignotos "ñoños"
se adueñaron de las curules necesarias para exigir la presidencia del Congreso
de la República.
En un país propenso a las reyertas sectarias,
como tradicionalmente lo ha sido Colombia, los sucesos esbozados no constituyen
un repique de alerta, sino un verdadero concierto de campanas sobre
lo que se fragua y se puede alcanzar con la azufrada mezcla de prédicas
aparentemente democráticas y prácticas políticas definitivamente licenciosas.
Lo recomendable es luchar para impedir que los
comerciantes del voto consigan hacerse al control del Estado en un tinglado de
apariencias libertarias que puede terminar en catástrofe.
La espontánea consulta que seleccionó
honestamente al mejor exponente de los verdes es señal inconfundible de que
Colombia elegirá a Enrique Peñalosa como próximo Presidente de la República.
Miguel Antonio Velasco Cuevas
Popayán, 06.04.14