lunes, 7 de abril de 2014

Peñalosa presidente



 Se anticipó el resultado de las próximas elecciones presidenciales.  Era de esperarse que la candidatura preferida se conociera al concluir  el debate que renovó el Congreso, y aunque pocos imaginaron tan compleja definición en tan corto tiempo, el favoritismo popular por Peñalosa resulta arrollador.

 Las amargas  experiencias de la resurgida inseguridad nacional que se volvió a tomar las carreteras, el negativo balance en anunciadas reformas institucionales  calamitosamente sepultadas por la simiesca horda parlamentaria, el recrudecido auge de la corrupción administrativa, y el inmenso retroceso en la lucha contra cultivos ilícitos y procesamiento de narcóticos, mas el desinterés del ejecutivo frente a gravísimos problemas que merman la productividad del campo y complican la subsistencia de la agricultura lícita, agudizaron el descontento con el gobierno actual.  

 Además es ofensivo el vergonzoso compadrazgo con la dictadura venezolana, que se lo quieren embutir al país como  gran triunfo diplomático en las relaciones internacionales, mientras pretenden disimular estruendosos fracasos internos en reformas a la educación, la salud pública y  la administración de justicia, con el torpe estribillo de que queda mucho por hacer.

 También incomoda y desconcierta el pérfido otorgamiento de delicadas concesiones al más grande cartel del narcotráfico universal. La sociedad detecta y rechaza la fuerza decisoria que el bandidaje ha conquistado desde su segurísimo refugio antillano.

 No es nada sano que el interminable conversatorio habanero se pretenda interpretar oficialmente como ruta de avance hacia una paz interior cada vez más andrajosa.

 Desde ya se adivina el reciclaje de aireados frentes violentos,  que quieren copar espacios del viejo bandolerismo impunemente habilitado para dirigir la futura política nacional, e inmerecidamente autorizado para disfrutar  criminales fortunas que ahora se  legalizan al vaivén de lentas conversaciones.

 Indudablemente el gobernante  se considera fortachón y saludable, mientras los gobernados lo diagnostican enfermizo y delirante.

 Los recientes despropósitos eleccionarios, en que afloraron peligrosas fallas del  procedimiento de conteo,  y se hicieron visibles grotescos desajustes democráticos en ciertos territorios costeros donde la mermelada gubernamental obró el milagro de alcanzar alto porcentaje de elegidos con bajo potencial de electores, pusieron en evidencia la perversidad de nuestro sistema político y quizá la falta de legitimidad representativa.

 Oscuro se presenta el porvenir democrático cuando los negros, tan orgullosos de su color y de su raza, terminaron políticamente agenciados y representados por politiqueros de  caras pálidas, mientras ignotos "ñoños" se adueñaron de las curules necesarias para exigir la presidencia del Congreso de la República.

 En un país propenso a las reyertas sectarias, como tradicionalmente lo ha sido Colombia, los sucesos esbozados no constituyen un  repique de alerta,  sino un verdadero concierto de campanas sobre lo que se fragua y se puede alcanzar con la azufrada mezcla de prédicas aparentemente democráticas y prácticas políticas definitivamente licenciosas.

 Lo recomendable es luchar para impedir que los comerciantes del voto consigan hacerse al control del Estado en un tinglado de apariencias libertarias que puede terminar en catástrofe.

 La espontánea consulta que seleccionó honestamente al mejor exponente de los verdes es señal inconfundible de que Colombia elegirá a Enrique Peñalosa como próximo Presidente de la República.

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 06.04.14