Este país no es serio ni para sacudirse, mucho menos para autoestimarse
y erguirse. Las élites eternas, presentes ellas en todos los niveles y esferas
del poder, usurpan, legislan y reforman a
su antojo, porque la estólida clientela domesticada disimula y consiente revolcadas
y burlas.
Esto tradicionalmente funciona en torno a los
mismos ejes de interés, los mismos grupos, las mismas familias y la mismas
personas, y es por eso que a la larga nada pasa.
Aquí, como en el clásico Gatopardo de Lampedusa,
todo cambia para que todo siga igual.
Leer noticias de prensa, ver u oír televisión
o radio, vivir y sufrir la diaria vergüenza nacional, es como sentarse a remirar la misma película intermitentemente
proyectada, sólo que en cada ciclo la presentan remasterizada, con refinados colores
y sonidos, pero con idénticos acres
olores y pútridos mensajes del siglo pasado, y con la misma sorna y similar
cinismo del antepasado.
A los mismos actores de siempre los vuelven a mostrar
con resplandecientes maquillajes de moda, mientras en los asquerosos camerinos
de los productores cohabitan y se perpetúan antihigiénicos enlaces genéticos, y
se engendran similares bastardías para interpretar
los sainetes del futuro.
A la gente le vendieron una idea de paz que resulta
incompatible con nefastos usos y costumbres de quienes se sentaron a pactarla,
y para colmo de colmos la dieron por hecha sin siquiera convenirla.
Hace meses, casi años, en las fantásticas pantallas
del imaginario colectivo se pasa la premier del postconflicto, y al degradar en
ella –en la película- los sublimes conceptos del perdón y la reconciliación, nos
arrastran sin pudor hacia los malolientes vertederos de la impunidad y la
connivencia con el crimen.
Como por artes de magia, sin anestesia nos inoculan
el virus del olvido.
Aquí ya nadie piensa en las condenas
irredentas que la tarda justicia logró proferir pero nunca imponer. Los peores
criminales de nuestra historia reciente se dan por indultados mientras las
víctimas de sus fechorías vociferan sin eco ante un régimen que las opaca y las
niega.
Los fusiles de las mafias narcopolíticas, en
manos de francotiradores, insertan sus metálicos argumentos en el propio
corazón del pueblo que pone el pecho en cordilleras y selvas, dizque para
salvaguardar la soberanía nacional, mientras infames voceros del gobierno, con el
propio presidente a la cabeza, agachan las orejas, omiten el reclamo y
desestiman la denuncia homicida.
El Ministro de Defensa es peor que convidado
de piedra ante el sanguinario proceder del bandidaje que campea en históricos
espacios guerrilleros, y la melancólica reacción de la Fiscalía General de la
Nación deja incólumes extorsión y secuestro, con canjes incluidos y con
persistente pago de vacunas y rescates.
Por si algo faltara, a instancia del corsario Montealegre,
la Corte Constitucional se apresta a
escuchar en audiencia, como si de virtuosos ciudadanos se tratara, a la
dinámica bandola delincuencial de alias Timochenko, ya muy pronto transformada en
deslumbrante faro de verdad y en ejemplar modelo de comportamiento social.
El artificioso plebiscito prometido intentan trocarlo
por un golpe de pluma jurisprudencial.
Miguel
Antonio Velasco Cuevas
Popayán,
01.05.16