domingo, 11 de septiembre de 2016

Tribunal inconstitucional




 Es vergonzosamente insultante el contubernio de las autoridades nacionales, de la descastada élite jurisdiccional  y de la progenie dirigente colombiana, frente a hechos homicidas cuyo esclarecimiento exige mínimos de limpieza y  rectitud.

 Aquí, contra toda lógica, sucedió que altos tribunales invalidaron las pruebas contenidas en los computadores de alias Raúl Reyes, que aún deben servir  -las pruebas digo-  para que la CPI incrimine a varios personajes  vivos que indiscutiblemente participaron en actividades delincuenciales del grupo guerrillero en que militaba el abatido.

 Por ese torcido sendero se abrió espacio a flagrante impunidad, técnicamente se clausuró la obligación estatal de interrogar siquiera a quienes están claramente mencionados en archivos digitales reveladores de esa verdad terrible que la sociedad colombiana necesita conocer, y que  la justicia debe sancionar.

 Por medio de semejante despropósito judicial sencillamente se decretó olvidar dolorosos episodios violentos, se le echó tierra, y bastante, al pasado sombrío de encumbrados criminales que colaboraron con la cuadrilla de Tirofijo, de copartícipes sobrevivientes que hoy posan de pacifistas y prosiguen su paseíllo triunfal sobre ensangrentadas  arenas políticas.

 Escasos colombianos recuerdan que esos aparatos contienen el rastro de viles ataques a preciados derechos universalmente proclamados como inviolables e irrenunciables. Pero las decisiones jurisprudenciales nacionales, como por arte de magia, declararon invisibles e impronunciables tangibles elementos de tan contundente fuerza probatoria.

 Entre tanto, del rescoldo del palacio de justicia sacan restos óseos dotados de insospechada elocuencia, mandíbulas que hablan, cráneos que razonan, fémures que caminan, falanges que escriben cuentos fantasmagóricamente interpretados por administradores de justicia dedicados a entretener el palco, y de paso enlodan militares  nuestros que por avatares existenciales acudieron al sitio para tratar de rescatar a los secuestrados y recuperar el inmueble asaltado. Pocos tienen claro que allí se libró una batalla de la legitimidad institucional  contra los mandaderos de Pablo Escobar.

 Si realmente nos  quisieran decir verdades, a cambio de dedicarse a profanar tumbas de difuntos para utilizarlos perversamente como voceros del ignoto y desconocido más allá, debieran indagar y escuchar las versiones judiciales de quienes, durante tantos años, han ocultado los secretos financieros del grupo de Bateman y de los tales intelectuales latinoamericanos que lo apoyaban,  de sus nada revolucionarias relaciones con el narcotráfico, y definir la responsabilidad que pueda caberle al aturdido mandatario que desde su balcón atisbó la llamarada infame en que se consumió lo más granado del pensamiento jurídico colombiano.

 Este pobre país navega de bandazo en bandazo a merced de oleajes que lo marean y lo embrutecen, de abordajes ideológicos que ni siquiera identifica, de ventiscas que lo envenenan lentamente porque en el turbión de mezquindades se traga las aguas contaminadas de aguamalas y renacuajos.

 Ahora mismo lo quieren empantanar  con un tribunal espurio, justicia especial para la paz que arrasará lo poco que queda de legitimidad jurídica. A la justicia ordinaria, que es la constitucional, le burlarán el oficio de juzgar, y esa tarea pasará a manos de burócratas extraños para consolidar el  último nuevo triunfo de la mafia criolla que a su amaño designa magistrados para exonerarse de cargos.   

Miguel Antonio Velasco Cuevas

Popayán, 10.09.16      

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